Skip to main content <#maincontent> We will keep fighting for all libraries - stand with us! Internet Archive logo A line drawing of the Internet Archive headquarters building façade. Search icon An illustration of a magnifying glass. Search icon An illustration of a magnifying glass. Upload icon An illustration of a horizontal line over an up pointing arrow. Upload User icon An illustration of a person's head and chest. Sign up | Log in Web icon An illustration of a computer application window Wayback Machine Texts icon An illustration of an open book. Books Video icon An illustration of two cells of a film strip. Video Audio icon An illustration of an audio speaker. Audio Software icon An illustration of a 3.5" floppy disk. Software Images icon An illustration of two photographs. Images Donate icon An illustration of a heart shape Donate Ellipses icon An illustration of text ellipses. More Hamburger icon An icon used to represent a menu that can be toggled by interacting with this icon. Internet Archive Audio Live Music Archive Librivox Free Audio Featured * All Audio * This Just In * Grateful Dead * Netlabels * Old Time Radio * 78 RPMs and Cylinder Recordings Top * Audio Books & Poetry * Computers, Technology and Science * Music, Arts & Culture * News & Public Affairs * Spirituality & Religion * Podcasts * Radio News Archive Images Metropolitan Museum Cleveland Museum of Art Featured * All Images * This Just In * Flickr Commons * Occupy Wall Street Flickr * Cover Art * USGS Maps Top * NASA Images * Solar System Collection * Ames Research Center Software Internet Arcade Console Living Room Featured * All Software * This Just In * Old School Emulation * MS-DOS Games * Historical Software * Classic PC Games * Software Library Top * Kodi Archive and Support File * Vintage Software * APK * MS-DOS * CD-ROM Software * CD-ROM Software Library * Software Sites * Tucows Software Library * Shareware CD-ROMs * Software Capsules Compilation * CD-ROM Images * ZX Spectrum * DOOM Level CD Books Books to Borrow Open Library Featured * All Books * All Texts * This Just In * Smithsonian Libraries * FEDLINK (US) * Genealogy * Lincoln Collection Top * American Libraries * Canadian Libraries * Universal Library * Project Gutenberg * Children's Library * Biodiversity Heritage Library * Books by Language * Additional Collections Video TV News Understanding 9/11 Featured * All Video * This Just In * Prelinger Archives * Democracy Now! * Occupy Wall Street * TV NSA Clip Library Top * Animation & Cartoons * Arts & Music * Computers & Technology * Cultural & Academic Films * Ephemeral Films * Movies * News & Public Affairs * Spirituality & Religion * Sports Videos * Television * Videogame Videos * Vlogs * Youth Media Search the history of over 835 billion web pages on the Internet. Search the Wayback Machine Search icon An illustration of a magnifying glass. Mobile Apps * Wayback Machine (iOS) * Wayback Machine (Android) Browser Extensions * Chrome * Firefox * Safari * Edge Archive-It Subscription * Explore the Collections * Learn More * Build Collections Save Page Now Capture a web page as it appears now for use as a trusted citation in the future. Please enter a valid web address * About * Blog * Projects * Help * Donate * Contact * Jobs * Volunteer * People * Sign up for free * Log in Search metadata Search text contents Search TV news captions Search radio transcripts Search archived web sites Advanced Search * About * Blog * Projects * Help * Donate Donate icon An illustration of a heart shape * Contact * Jobs * Volunteer * People Full text of "891100 " See other formats MAO l — SPENCE MONDADORI MAO ` Desde sus origenes humildes en la China rural, Mao Zedong asciende al poder abso- luto, unificando con puño de hierro un extenso país hecho trizas por años de débil liderazgo, colonialismo y guerras. En esta aguda y perspicaz biografía, Jona- than Spence, premiado historiador y autor de varios libros sobre China, recupera la fi- gura de este moderno emperador y la épo- ca tumultuosa que se propuso enmendar. Astuto estratega y gran organizador, Mao aprovechó en su favor los apuros de la fa- mosa Larga Marcha y el éxito de su gue- rrilla armada para convertirse en una per- sonalidad de culto y obtener una posición dominante en el floreciente Partido Co- munista Chino. La victoria comunista en 1949 no solo le elevó a lider supremo sino que convirtió en dogma oficial su excéntrica versión del marxismo; su régimen fue una mezcla de poder y misticismo que causó estragos en la Revolución Cultural. Jonathan Spence evoca a Mao en toda su grandeza paradójica, arrojando luz sobre la transformación: radical que desató y que todavía hoy día repercute en China. INTERNATIONAL CENTER Mao vita breve 3 1223 06809 4797 Mao JONATHAN SPENCE Traducción de Cristóbal Pera A MONDADORI Se agradece la autorización para reproducir fragmentos de las siguientes obras: The Rise to Power of the Chinese Communist Party, edición de Tony Saich. Reproducido con permiso de M. E. Sharpe, Inc., Armonk, Nueva York; Mao’s Road to Power: Revolutionary, Writings 1912-1949, volúmenes I, II y III, edición de Stuart R. Schram. Reproducido con permiso de M. E. Sharpe, Inc., Armonk, Nueva York; Red Star Over China, de Edgar Snow. Reproducido con permiso de Grove/Atlantic, Inc. Mapa de James Sinclair. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografia y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares de la misma mediante alquiler o préstamo públicos. Título original: Mao Zedong Publicado originalmente por Viking Penguin, Nueva York, 1999 A Lipper/Penguin Book O 1999 Jonathan Spence Publicado por acuerdo con Lipper Publications L.L.C. y Viking Penguin, una división de Penguin Putnam Inc. Todos los derechos reservados O 2001 de la edición castellana para todo el mundo: MONDADORI (Grijalbo Mondadori, S.A.) Aragó, 385. 08013 Barcelona www.grijalbo.com O 2001, Cristóbal Pera Román, por la traducción Primera edición ISBN: 84-397-0653-7 Depósito legal: B. 13.078-2001 Impreso y encuadernado por Sagrafic, S.L., plaza Urquinaona, 14. 08010 Barcelona Para Annping ÍNDICE Progo .........-- A IS ll Unmiño de Hunan. A 17 Au totormaicion A 33 3. Buscando su cano MA S: 49 4. El compromiso con el partido .............- 65 B. Trabajadoresy campesinos... A 79 6. La larga retifada .... 94 7. La creación de una imagen... AO 109 3. Latomadelpoder ... E 125 9. ankon dennitiva .... 144 10. Malaicoseéha ....... 160 1 ¡Avivando las llamas .... ¿A 175 12% Ascua a A 194 Noa a ala E 209 China en el siglo XX MONGOLIA XINJIANG QINGHAI D 5 ES =] a = mn O: HEILONGJIANG e Harbin “ LIAONING ~} BEIJING-Bêidaihe (Pekin) Lushun Zhangjiakou ; xo AMAari/f Ae e Pen an ma la China E g de m C Y P els u SHANGHAI. 3 ga E ñ mo | ZHEJIANG pee p Dongting e i ‘Changsha 2o 'HUNÁN ® < Shaoshan$ * Xiangtan UIZHOU Xiangxiang JR Ta i Yongin Jiigganigghan GUANGXI À GUANGDONG } TAIWAN? * R "Guangzhou (Cantón) ¿ JIANGXI y “Río Xi 8 HONG KONG MACAO | pa Mar della China Meridional” Los reyes no deben ser nunca representados en el teatro. Son personajes que, en abstracto, resultan muy desagradables: solo en vida se les considera como «el mejor de los reyes» ... Vistos fal como son, su poder y sus pretensiones parecen monstruosos y ridículos. WILLIAM HAZLITT, Characters of Shakespeares Plays PRÓLOGO Los cómienzos de Mao fueron los de una persona común, su educación fue intermitente y nunca descolló en nada, pero poseía una energía inagotable y una confianza férrea en sí mismo que le llevó a convertirse en uno de los gobernantes más poderosos del mundo. Mao llegó a ser uno de los ejem- plos más resistentes e insólitos en esa larga tradición de temi- bles gobernantes de la historia de China que ostentaron po- deres extraordinarios sin emplearlos sabia y correctamente y que, sin embargo, fueron capaces de acallar cualquier crítica efectiva durante años, e incluso décadas, uniendo a la fortale- za de su carácter la fuerza de sus acólitos y de su guardia per- sonal. Mao no se vio obligado a hacer lo que hizo; únicamen- te su voluntad fue responsable de que su visión del cambio económico y social se viera, desgraciadamente, entretejida de miedo y violencia. Su retórica y su voluntad de hierro movi- lizaron a cientos de millones de chinos que, aun cuando de- searon hacerlo, no pudieron detener el torrente de energía que desató a su alrededor. Quienes soportaron los peores abusos de Mao maldicen su memoria. Los que se beneficiaron de su política y sus sueños siguen reverenciándolo en ocasiones o, al menos, recuerdan con cierto asombro las fuerzas que llegó a generar a su alrede- dor. Solo la decadencia fisica y la debilidad pudieron final- mente destronarlo, aun cuando sus decisiones políticas habían 13 demostrado, desde hacía tiempo, estar llenas de inconsisten- cias y de lo que el propio Mao designaba como «contradic- clones». Á Uno de los objetivos de este libro es mostrar cómo Mao fue capaz de elevarse tan alto y de mantener su excéntrica trayectoria durante tanto tiempo. El contexto forma parte in- trínseca del drama y la función de la narración consiste en presentar el telón de fondo esencial que cualquier lector ne- cesita para comprender la vida de Mao. Los historiadores, tanto en China como en Occidente, tratan ahora de derribar a Mao de su pedestal, de desinflar el mito que lo sostenía, a pesar de que a veces no pueden resistir la tentación de mos- trar su admiración ante la paciencia y la determinación con la que Mao y sus adláteres llegaron a construir tal mito. Poco a poco vamos sabiendo más acerca de las relaciones de Mao con su familia, sus amigos y sus asistentes de confianza; a ello hay que añadir los escritos de juventud del propio Mao, sus poemas, los borradores originales de algunos de sus discursos clave y una buena parte de sus cartas personales, documentos todos ellos que, en cierto modo, nos permiten acercarnos a lo que pasaba por su cabeza. Pero gran parte de las decisiones más extravagantes de Mao y el esfuerzo que empleó en po- nerlas en práctica, conducen al historiador a un campo dife- rente en el que las herramientas clásicas de investigación solo tienen una utilidad limitada. He llegado a la conclusión de que el enigmático terreno en el que Mao se sintió siempre más cómodo era el opuesto al del orden: el mundo del desgobierno. En la Edad Media europea era común en las grandes casas de la nobleza elegir a un «señor del desgobierno». La persona elegida debía presidir las fiestas en las que se representaba brevemente una parodia del mundo al revés de las jerarquías sociales y económicas convencionales. La época favorable para el desgobierno de los señores eran los doce días de Navidad, aunque igualmente 14 podían presidir durante otras fiestas o festividades del santoral. Al término del breve reinado del desgobierno volvía a restau- rarse el orden natural de las cosas: los señores del desgobierno regresaban. a sus oficios serviles mientras sus superiores en la escala social volvían a ocupar su condición habitual. En los casos de la historia europea que conocemos, el pe- ríodo de desgobierno se establecía de forma estrictamente li- mitada y la intención de dicho ejercicio era puramente festiva. Sin embargo, en ocasiones la idea del señor del desgobierno se trasladaba de las festividades al campo de la política. Milton escribió acerca del «ruidoso desgobierno del caos» y de la ne- cesidad de superarlo para llevar a buen fin el propósito de la creación. En el siglo XVII algunos clérigos aplicaron a Oliver Cromwell el término de señor del desgobierno. Dicho tér- mino llegó a tener connotaciones sexuales, como puede verse en el Endymion de John Lyly, escrito en el siglo XVI, cuando el héroe declara que «el amor es un señor del desgobierno y conserva la Navidad en mi cuerpo». Parecidas formas de in- versión de papeles pueden encontrarse en muchas otras socie- dades europeas: en algunas, los aprendices usurpaban el lugar de los maestros durante uno o dos días de parranda, en otras, se invertían los roles sexuales y las mujeres ocupaban los pues- tos y asumían las costumbres asociadas únicamente a los hombres. Los filósofos chinos también eran aficionados a las parado- jas de la inversión de los estamentos sociales como un modo en que el ingenio o la vergúenza podían alumbrar repentina- mente una nueva visión de la sociedad. Aun cuando no espe- cificaron la época del año, eran conscientes de las infinitas po- sibilidades que se abrían al volver las cosas del revés. Para los filósofos chinos, los aspectos relacionados con el desgobierno eran inherentes al orden, ya que, al ser dialécticos por ten- dencia natural, comprendían que cualquier cosa contiene dentro de sí las semillas de su contrario. 15 El gran logro de Mao consistió en hacer suya esta visión de los antiguos filósofos chinos, combinarla con elementos extraídos del pensamiento socialista occidental, y emplear ambos a la vez para prolongar el limitado concepto de desgo- bierno y convertirlo en una dilatada aventura de revuelta po- pular sin fin. Según Mao, a los anteriores señores y patrones no se les debería permitir regresar jamás; sentía que no eran sus superiores y que la sociedad se había liberado tras su eli- minación. También creía que el orden habitual de las cosas jamás debería ser restaurado. No habría una decimosegunda noche que terminara la época de Navidad. Para Mao, la vo- luntad de la mayoría de la gente era demasiado débil y su va- lor para soportar el sufrimiento del cambio, patéticamente li- mitado. Así que se propuso conseguir lo imposible para sus compatriotas y pensar por ellos. Este señor del desgobierno no era un hombre que pudiera ser fácilmente desviado de su camino mediante críticas basadas en premisas convencionales. Su sentido de la omnisciencia llegó a ser demasiado poderoso para que algo así ocurriera. 16 UN NIÑO DE HUNAN Mao Zedong nació en 1893, cuando China iniciaba una de las décadas más ominosas y humillantes de toda su larga histo- ria. La dinastía Qing, que había gobernado China con mano de hierro durante doscientos cincuenta años, se desmoronaba sin saber cómo ejercer su poder ni cómo encarar el futuro del país. Los herederos de la dinastía Qing habían pasado treinta años tratando de reorganizar sus fuerzas navales y terrestres y de equiparlas con moderno armamento occidental; pero en 1894, tras una breve y sangrienta guerra que causó gran nú- mero de bajas en su ejército de tierra, su rutilante y orgullosa armada fue borrada del mapa por las fuerzas navales de Japón. Tras la victoria, los japoneses ocuparon importantes zonas es- tratégicas en el sur de Manchuria —en otros tiempos la cuna ancestral de los Qing- y se anexionaron la isla de Taiwan, convirtiéndola en una colonia japonesa. Antes del final del si- glo, los alemanes habían ocupado áreas del norte del país, cer- ca del lugar de nacimiento de Confucio, el más venerado sa- bio de la antigüedad china, los británicos habían ampliado el territorio que dominaban en el centro de China, a lo largo del río Yangtsé (hoy día Chiangjiang), y los franceses exten- dían su influencia por el sudoeste montañoso del país. En 1898, un emperador que había entendido la necesidad de llevar a 1 cabo un cambio institucional y económico fue derrocado en un golpe de estado palaciego a los cien días de haber iniciado su programa de reformas. Y en 1900, al finalizar el viejo siglo, unos rebeldes que provenían del norte de China tomaron Pe- kin (actual Beijing) y, tras matar a numerosos extranjeros y a miles de chinos convertidos al cristianismo, provocaron la in- vasión armada de su país por parte de una fuerza conjunta de ocho naciones extranjeras que actuaron así como represalia. Estos catastróficos acontecimientos políticos tuvieron lu- gar al mismo tiempo que otros elementos de la sociedad china comenzaban a percibir los ecos del cambio que se avecinaba. En algunas de las ciudades costeras de China, como Shanghai o Cantón (hoy Guangzhou), comenzó a emerger una clase social con rasgos similares a los de la burguesía occidental. Al- gunos miembros de esta nueva clase media china se habían educado en escuelas de misioneros y habian adquirido cono- cimientos de la ciencia, la religión y las estructuras políticas de Occidente; otros se dedicaban a explorar nuevos aspectos del mundo de los negocios y descubrían la eficacia de la pu- blicidad, distribuian mercancías extranjeras en el interior y experimentaban con nuevas formas de organización laboral en sus nacientes fábricas. Esta nueva clase social también co- menzó a suscribirse a diarios publicados en chino que aboga- ban por un cambio social y político, a utilizar los servicios postales y telegráficos recién instalados por compañías extran- jeras y a viajar en vapor por los ríos de China. Pero en una provincia fundamentalmente rural como Hunan, donde na- ció Mao, apenas se notaron tales cambios. Solo en la capital de Hunan, Changsha, podrían haberse encontrado algunos grupúsculos de reformadores muy peculiares, cuya mirada se dirigía más a las lejanas ciudades costeras que a los estáticos pueblos y granjas que los rodeaban. Mao Zedong nació en una casa amplia con un gran patio y cubierta de tejas enclavada en uno de aquellos pueblos agrí- 18 colas llamado Shaoshan, a unos cincuenta kilómetros al sur y ligeramente al oeste de Changsha. La fecha exacta de su naci- miento fue el 26 de diciembre de 1893. Comenzó a trabajar en la granja de sus padres cuando tenía seis años y, tras ser ins- crito en la escuela primaria del pueblo a los ocho años, conti- nuó realizando labores en ella por la mañana temprano y por las tardes. Para los estándares occidentales su granja era pe- queña, de unos tres acres, pero en dicha área de Hunan una granja así era de tamaño decente, más que suficiente como para mantener a una familia, si era bien administrada. Como su padre solo había asistido dos años a la escuela, tan pronto como Mao supo leer y escribir se puso a ayudar a su padre en las tareas administrativas de la familia. Mao permaneció en la escuela primaria hasta aproximadamente 1907, cuando con- taba poco más de trece años. Ese mismo año abandonó la es- cuela y se dedicó por completo a ayudar a su padre, que ha- bía ido prosperando y había adquirido otro acre de tierra, había contratado a un trabajador para que lo ayudara en las labores del campo y había expandido el negocio hasta comerciar con semillas a granel. La madre de Mao era natural de un distrito colindante al sudoeste de Shaoshan; aunque había nacido justo al otro lado de unos montes cercanos a Shaoshan, en aquella sociedad ru- ral tan aislada creció hablando un dialecto bastante diferente al de su esposo. Tuvo en total siete hijos —dos hijas y cinco hi- jos— pero solo tres sobrevivieron, todos varones. Mao Zedong era el mayor de los tres y nació cuando su madre tenía veinti- siete años. Los escasos documentos que se conservan de su infancia y su adolescencia nos hablan de un mundo aislado en el tiempo y arraigado en modelos basados en expectativas y conductas inmemoriales de la China rural. Durante su más tierna infancia Mao debió de pasar muchos meses del año al cuidado de sus abuelos maternos, de los cuales debió de ex- traer algunas de sus visiones positivas del mundo; su padre ha- 19 bía servido como soldado en el ejército provincial antes de regresar a la granja y siempre demostró tener un tempera- mento irascible e ideas muy rígidas. Las discusiones familiares se centraban generalmente en el budismo de la madre, que era una creyente devota mientras que el padre era un escépti- co. El joven Mao se vio atrapado entre ambas posiciones, aunque sentía más simpatía por el punto de vista de su madre. Demostraba una especie de «amor imparcial», según dijo de ella el propio Mao en las palabras que le dedicó en su funeral (murió en 1919, a los cincuenta y'tres años), «que se extendía a todo, ya fuera lejano o cercano, estuviera o no relacionado con ella». Añadió que su madre «jamás mintió ni engañó. Siempre fue pulcra y meticulosa. Todo lo que estaba a su car- go estaba siempre ordenado. Era de pensamiento claro y le gustaba analizar las cosas. No dejaba nada desatendido ni fue- ra de su lugar». A pesar del amor de Mao por su madre, fue su padre quien trazó el rumbo que seguiría la vida del joven: pasaría cinco años estudiando en la escuela rural de Shaoshan, con un maestro tradicional, textos consagrados del canon confu- ciano que resaltaran el amor filial y presentaran algunos as- pectos de la historia antigua de China desde el primer mile- nio antes de Cristo. Al parecer, no se consideró necesario que Mao estudiara algo más que la alfabetización básica para ayudar en la granja familiar; nada indica que se pensara en la posibilidad de que Mao se esforzara en pasar el primer nivel del examen estatal que le impulsaría a la aristocracia rural de los preparados para trabajar en la burocracia. En cualquier caso, aunque lo hubieran intentado, tal pretensión se habría desvanecido en 1905, poco después de que Mao abandonara la escuela, cuando la corte de Pekín anunció el fin del siste- ma de examen estatal basado en el conocimiento de los clási- cos confucianos. El padre de Mao animó a su primogénito a mejorar su habilidad contable con el ábaco, pues tenía planes 20 para que trabajara como aprendiz en un almacén de arroz. Lo único que aquel hombre valoraba de la educación de su hijo, aparte de la exaltación de los valores filiales y la conta- bilidad práctica, era el conocimiento de los textos clásicos y el empleo de algunas citas bien escogidas que, sacadas a relu- cir en el momento apropiado, «podrían ayudarlo a ganar un pleito». Como cualquier otro muchacho sano de su edad, a los trece años Mao era considerado como alguien que había pa- sado del estatus de escolar al de adulto y que, en sus propias palabras, «hacía el trabajo que podría hacer cualquier hom- bre»; de modo que en 1907 su padre concertó el matrimonio de Mao con una joven del clan vecino de los Luo. Los Luo poseían tierras, algunos de sus hijos eran universitarios y am- bas familias estaban emparentadas. La abuela de la novia era hermana del abuelo de Mao Zedong. El matrimonio tuvo lu- gar en 1907 o 1908, cuando Mao tenía catorce años y ella dieciocho. Pasaron dos o tres años en la granja hasta que ella murió a los veintiún años. No hay noticia de que tuvieran hi- jos y Mao no volvería a mencionar este matrimonio en el fu- turo. ¿Fue acaso la muerte de su joven esposa lo que sacó a Mao del ciclo reducido de la granja y la familia al que aparente- mente se veía predestinado? ¿O fue quizás un impulso más profundo, una filtración del conocimiento de los dramas del mundo exterior que llegó a penetrar en el pueblo de Shao- shan? Mao Zedong lo atribuyó más tarde al impacto de un li- bro que un primo le envió en aquella época, un libro que se sumó a la extensa nómina de novelas históricas sobre el pasa- do de China a las que era aficionado. Había devorado tales novelas durante y después de su paso por la escuela y había repasado con sus amigos las tramas y los personajes una y otra vez hasta que «me aprendí muchas de ellas casi de memoria» y podía intercambiar historias con los viejos del pueblo que se 2i enorgullecían de su conocimiento y su capacidad de narrado- res. El título de este libro tan diferente a los que Mao estaba acostumbrado a leer era Palabras de advertencia pafta una época de prosperidad (Shengshi weiyan). Su autor, Zheng Guanying, res- pondía a un nuevo tipo de figura en el panorama literario chino: un comerciante que había trabajado con compañías occidentales en China, que comprendía las técnicas comer- ciales extranjeras y que tenía oscuros presentimientos acerca de lo que podía ocurrir en China si no se contenía la influen- cla de otros países. Zheng exhortaba a sus compatriotas a que se adaptaran al moderno mundo de los cambios rápidos antes de que fuera demasiado tarde mediante una serie de medidas: el desarrollo de nuevos sistemas de comunicación como el fe- rrocarril y el telégrafo; la industrialización; la creación de una red de bibliotecas públicas y —el cambio más osado— la intro- ducción de un gobierno parlamentario en China. Mao admitió más adelante en una entrevista que este libro «me estimuló a volver a estudiar». Aunque no tenía dinero para una formación académica formal y su padre no iba a proporcionárselo, Mao abandonó la granja en 1910 y encontró en la ciudad cercana de Xiangtan a dos tutores que se dedica- ran a tiempo parcial a su formación. Uno era un estudiante de derecho sin trabajo y el otro un viejo profesor universita- rio de historia china. El estudiante de derecho amplió los ho- rizontes de Mao mediante artículos de periódicos y revistas de la actualidad mientras que el viejo profesor despertó en Mao un profundo interés por toda una serie de textos clásicos que nunca le habían atraído bajo la pedante enseñanza del profesor de la escuela de su pueblo. a Entre la ecléctica mezcla de textos que Mao leyó por en- tonces —proporcionados quizá por aquel primo o por el estu- diante de derecho— se encontraba un panfleto que trataba te- mas comio la colonización japonesa de Taiwan y Corea, las conquistas francesas en Indochina y la dominación británica 22 en Birmania. Décadas más tarde Mao siguió recordando la frase inicial del libro: «Desgraciadamente, China acabará sub- yugada», y atribuiría al panfleto el inicio de su «conciencia política». Otro incidente mucho más cercano a sus intereses contribuyó a ampliar el espectro de sus sentimientos políti- cos. Una sucesión de malas cosechas acabaron provocando ` una serie de hambrunas en Hunan, por lo que algunos habi- tantes de Hunan, tras formar un grupo bajo la consigna de «Coma arroz sin pagar», ocuparon almacenes de arroz de los granjeros más adinerados. Entre los cargamentos que requisa- ron se encontraba uno que el padre de Mao había enviado a la capital de distrito de Xiangtan. Mao recordaría más adelan- te la ambigiedad que esa confrontación primigenia entre las obligaciones familiares y la desesperación social había desper- tado en él: no podía alinearse con su padre, que continuaba exportando arroz desde su granja en Shaoshan a los mercados más importantes de otras capitales de la provincia, a pesar de la hambruna local; tampoco podía justificar la violencia de aquellos que se apropiaban de la propiedad de otros. Noticias políticas de otro signo comenzaron a filtrarse en Xiangtan y en una nueva escuela del cercano municipio de Xiangxiang, donde Mao se había inscrito `a finales de 1910: eran historias de alzamientos de sociedades secretas, de mayo- res incautaciones de grano, de motines en Changsha, la capi- tal provincial a cincuenta kilómetros al norte, y de campesi- nos desesperados que se hacían fuertes en las montañas. Algunos de los incidentes revelaban claramente la duplicidad de las autoridades para reconquistar o mantener su poder: en Changsha, por ejemplo, primero se ofreció a los amotinados un perdón general si se dispersaban para, posteriormente, arrestarlos y decapitarlos: «Sus cabezas fueron expuestas en es- tacas como una advertencia a los futuros “rebeldes”». En el pueblo natal de Mao, Shaoshan, un grupo de campesinos protestaron por una sentencia legal dictada contra ellos por su 23 patrón: a pesar de la justicia que Mao apreciaba en su recla- mación, fueron desacreditados por el patrón, quien propagó rumores de que habían sacrificado a un niño para conseguir sus fines. Su líder también fue capturado y decapitado. En la escuela de Xiangxiang, establecida en una ciudad de creciente comercio entre importantes rutas marítimas y te- rrestres, Mao encontró un grupo de apasionados compañe- ros. Dicha escuela había llamado su atención porque era «ra- dical» y enfatizaba el «nuevo conocimiento» de Occidente. Convencido por sus vecinos de que la escuela aumentaría el nivel salarial de Mao, su padre aceptó inscribirlo y Mao pudo depositar un pago inicial de mil cuatrocientas monedas de cobre en efectivo (alrededor de dos euros) para cubrir los gas- tos de alojamiento, comida y materiales necesarios de estudio. Allí Mao se encontró menospreciado por su indumentaria de campesino, por su baja condición y por ser un «forastero», aun cuando venía de un distrito limítrofe. Pero a pesar de todo ello la escuela resultó ser toda una revelación para Mao. Ofrecía cursos de ciencias naturales y conocimientos de Oc- cidente, así como de los clásicos chinos, y uno de los profeso- res era un académico chino que había estudiado en Japón, algo que comenzaban a hacer muchos ambiciosos jóvenes re- formistas chinos. Dicho profesor se había cortado la coleta durante su estancia en Japón para parecer «moderno». La cos- tumbre de dejarse la coleta había sido un rasgo distintivo de los hombres chinos desde la conquista de China por los man- chúes en el siglo XvI1. Cortarse la coleta era ilegal en China y Mao pronto se dio cuenta de que cuando el profesor daba clase llevaba una coleta postiza trenzada con su propio pelo. Esta era otra de las extrañas anomalías de una China al borde de la transición. El profesor enseñaba música e inglés, y compartía con los estudiantes canciones aprendidas en Japón. Una dé las can- ciones hablaba de la victoria de los japoneses sobre los rusos 24 en la guerra de 1904-1905. La victoria de Japón sobre una potencia occidental como Rusia encandiló a los estudiantes, que vieron la posibilidad de una regeneración de su propio país en el ejemplo de la sorprendente y repentina carrera ha- cia la modernización que se había producido en Japón a tra- vés de la industrialización y la reforma constitucional. «El ruiseñor baila / y los verdes campos están preciosos en prima- vera», decía la letra de una de las canciones que Mao recorda- ría toda su vida; los estudiantes cantaban con placer las can- ciones mientras el profesor con coleta postiza los animaba. Otros profesores introdujeron a Mao en un laberinto de nue- vos nombres y hazañas: Napoleón y Catalina la Grande, We- llington y Gladstone, Rousseau y Montesquieu, Washington y Lincoln. Al menos una frase procedente de un libro titulado Grandes héroes del mundo, que había leído aquel mismo año, quedó para siempre grabada en la memoria de Mao: «Tras ocho años de dura guerra, Washington consiguió la victoria y comenzó a construir su nación». En aquellos meses en el municipio de Xiangxiang, Mao se vio expuesto por primera vez en su vida al amplio espec- tro de los acontecimientos del mundo contemporáneo. En 1910, dos años después de su desaparición, Mao se enteraba de la muerte del emperador bajo cuyo mandato había nacido. Y gracias al mismo primo que le prestó Palabras de advertencia, Mao recibió por correo los escritos de dos prominentes refor- mistas que habían partido al exilio en 1890, cuando el mismo emperador había tratado, sin éxito, de crear un movimiento de reforma política. Se trataba del filósofo Kang Youwei y de su discípulo, el historiador y periodista pionero Liang Qi- chao. Ambos eran reputados académicos que llegaron a invo- lucrarse profundamente en los problemas del futuro destino de China. La solución que propugnaba Kang consistía en examinar el modo como el propio Confucio había tratado de cambiar el mundo y dedicar todos sus esfuerzos a establecer 25 en China una monarquía constitucional que pudiera al mis- mo tiempo asegurar la "permanencia en el trono de la dinastía Qing y convertir a China en un socio al mismo nivel de las naciones occidentales. Liang, más osado, puso por escrito sus sentimientos acerca de la necesidad de un cambio revolucio- nario en China citando ejemplos tomados de los revolucio- narios franceses; también fue el primero en presentar a los lectores chinos las complejidades —y el posible modelo que seguir- del movimiento de reunificación e independencia italiano en el siglo x1x. Un cuarto de siglo más tarde Mao confesaría: «Leí y releí ambos textos hasta aprendérmelos de memoria. Veneraba a Kang Youwei y a Liang Qichao, y esta- ba muy agradecido a mi primo». Pero así como Mao no esta- ba preparado para aceptar la violencia de aquellos que confis- caron el cargamento de grano de su padre, tampoco estaba dispuesto todavía a aceptar el radicalismo de Liang y siguió considerándose a sí mismo como monárquico. Una de las cosas que atrajo a Mao de aquella escuela fue la oferta de cursos en ciencias naturales. Pero en una carta a un amigo confesaba que se hallaba «preocupado por los apabu- llantes detalles de las clases de ciencia». Sin embargo, aunque comenzó a despreocuparse de las ciencias, la sed por conocer el pasado de su propio país comenzó a absorberlo. La ense- nanza de la historia clásica de China era de buen nivel en aquella escuela y teniendo en cuenta que, como buen monár- quico, Mao «consideraba al emperador y a la mayoría de sus funcionarios como hombres honestos, buenos e inteligentes», siguió «fascinado por las historias de los gobernantes de la an- tigua China» y leyendo sobre ellos con renovado interés. Las buenas escuelas promueven la inquietud intelectual y, así, a los pocos meses de haber dejado su pueblo natal y su granja familiar por el municipio de Xiangxiang, Mao sintió la necesidad de trasladarse a Changsha, capital de la provincia de Hunan. Aunque Changsha era una gran ciudad Mao no te- 26 mía encontrarse desamparado ya que había oído de una es- cuela de enseñanza media para jóvenes de su área. Armado con una carta de recomendación de uno de los profesores de su escuela de enseñanza primaria en Xiangxiang (no especifi- ca si se trátabá del profesor de la coleta postiza y amante de la música), Mao caminó las treinta y tantas millas que le separa- ban de Changsha. Aunque no albergaba demasiadas esperan- zas de que aceptaran su solicitud, Mao fue admitido inmedia- tamente. Corría por entonces el año 1911 y Mao tenía solo dieci- siete años. La dinastía Qing, ya en dificultades en la época en que él nació, se encontraba entonces a punto de derrumbar- se. La oposición a los Qing había encontrado un nuevo cam- po de batalla en las asambleas de notables locales formadas por elección que habían sido fundadas en todas las provincias por mandato de los tribunales. Los gobernantes de la dinastía Qing pretendían que tales asambleas desempeñaran un dócil papel consultivo, pero los asambleístas pronto asumieron nue- vas prerrogativas, expandieron su base entre la emprendedora y educada nueva clase media comercial, y comenzaron a pre- sionar para lograr la convocatoria de un Parlamento nacional y el derecho a ostentar un completo poder legislativo. Sun Yat-sen, un exiliado político radical del área de Cantón, ya había ido creando pacientemente un partido revolucionario en la clandestinidad en oposición al trono de los Qing, y mu- chos de los seguidores de Sun participaban activamente en las asambleas de notables o tenían amigos que formaban parte de ellas. Los seguidores de Sun también se habían infiltrado en los ejércitos de los Qing, minados por el descontento a pesar del moderno armamento y la nueva disciplina con los que estaban siendo dotados. El propio gobierno de los Qing, diri- gido por regentes manchúes en representación del nuevo em- perador, que entonces era solo un niño de seis años, fue vili- pendiado por muchos chinos debido a su debilidad frente a P los extranjeros. El hecho de que inversores foráneos se hubie- ran hecho con el control financiero de gran parte del inci- piente sistema ferroviario no hizo sino avivar la polémica, y el torpe intento del gobierno de los Qing para tratar de solven- tar el problema nacionalizando los ferrocarriles se convirtió en un motivo incendiario de malestar entre la exasperada po- blación de las provincias. Mao se vio arrastrado por esta ola de emociones contra- dictorias. Como capital de la provincia de Hunan, Changsha era la sede de la asamblea provincial. Podían encontrarse pe- riódicos radicales que Mao compraba y leía con avidez. En la primavera de 1911, tanto él como el resto de los ciudadanos de Changsha se vieron alentados por la noticia de un gran le- vantamiento en Cantón liderado por los seguidores de Sun Yat-sen y de los otros «setenta y dos mártires» que entregaron sus vidas en pos de la liberación del yugo de los Qing. Mao se entregó a la lectura ávida de todo lo que caía en sus manos acerca de Sun Yat-sen -quien por entonces se encontraba aún en el exilio, entre Japón, el sudeste asiático y Estados Unidos, en busca de fondos y apoyo— y llegó a convertirse, al menos intelectualmente, a la causa revolucionaria, aun cuando man- tenía el entusiasmo, que había desarrollado en la escuela pri- maria en Xiangxiang, por Kang Youwei y Liang Qichao. Tiempo después evocaría el espíritu que lo guiaba por enton- ces recordando un manifiesto que colgó en los muros de su escuela aquella primavera y en el que abogaba por que Sun Yat-sen fuera nombrado presidente de China, con Kang como primer ministro y Liang como ministro de Asuntos Exterio- res. Participó en manifestaciones en Changsha contra los Qing y se cortó la coleta como muestra de su nuevo espíritu reformista. Cuando otros amigos estudiantes a quienes había enseñado a ser simpatizantes revolucionarios mostraron su re- ticencia a cortarse la coleta, Mao y otro amigo agarraron sus cuchillas y se las cortaron a la fuerza. 28 El colapso final de los Qing comenzó con un ingente mo- tín militar en Wuhan, no muy lejos de Changsha, a princi- pios de octubre de 1911. Tras caer la ciudad en manos de los rebeldes, otras provincias les siguieron, lideradas en ocasiones por las asambleas provinciales; los miembros de la Alianza Revolucionaria de Sun se unieron a ellos, acompañados por todos los que ansiaban un cambio o estaban frustrados por la incompetencia del gobierno. Mao asistió en su escuela a una arenga de un miembro de la Alianza Revolucionaria, y le ins- piró de tal modo que decidió salir inmediatamente hacia Wuhan para unirse al ejército revolucionario. Sin embargo, en un rasgo poco heroico, pospuso su partida hasta encontrar unos zapatos impermeables, pues había oído que Wuhan era una ciudad muy lluviosa. Antes de que pudiera hacerse con los zapatos, Changsha fue ocupada —casi sin incidentes- por las fuerzas armadas revolucionarias encabezadas por dos líde- res locales, y Mao solo pudo ser espectador de los aconteci- mientos mientras los ecos de la revolución se expandían por Hunan y cruzaban todo el país. En febrero de 1921, abando- nados por la mayoría de sus anteriores partidarios, los regen- tes de la dinastía Qing abdicaron. China se convirtió en una república dirigida brevemente por Sun Yat-sen y, a continua- ción, por uno de los antiguos militares de confianza de Qing que también había estado interesado en reforzar el estado y en remodelar la forma de gobierno. La lección inmediata que Mao sacó de aquellos tumultuo- sos acontecimientos fue la naturaleza efimera del éxito y la fama. Los dos hombres que más habían hecho por la llegada de la revolución a Changsha eran Jiao Defeng y Chen Zuo- xin. Jiao provenía de una familia de terratenientes y había es- tudiado brevemente en una escuela de ferrocarriles en Japón antes de regresar a China y fundar su propio grupo revolucio- nario, al que llamó Sociedad Juntos Hacia Adelante, con el apoyo de sociedades secretas locales. Con cierto apoyo finan- 29 ciero de la Alianza Revolucionaria, Jiao, que en 1911 tan solo tenía veintiún años, consiguió una importante adhesión clan- destina entre tenderos, agricultores, artesanos, culis y personal militar, a quienes organizó de manera formidable en una serie de organizaciones de oposición. Chen había formado parte de las nuevas fuerzas armadas del gobierno Qing, donde as- cendió hasta jefe de pelotón, y se hizo gran amigo de Jiao. Ambos coincidían respecto a los objetivos básicos de Sun Yat-sen, pero tenían sus propias ideas acerca de cómo hacer que la revolución en China ayudara a los pobres y a los me- nos favorecidos, y al mismo tiempo dedicaban todos sus es- fuerzos a incrementar las bases de poder de las sociedades se- cretas afiliadas. Aunque ambos demostraron gran valor y astucia en la toma de la ciudad de Changsha para el campo revolucionario, ocurrida en octubre, ni Jiao ni Chen contaban con los apoyos necesarios entre los ricos comerciantes y los profesores que dominaban la asamblea de Changsha. Así pues, tan pronto como sus objetivos revolucionarios quedaron expuestos, los dos hombres fueron sobrepasados y aislados por un gran nú- mero de líderes políticos locales y de militares, siendo asesina- dos en un repentino motín que se desató entre las mismas tropas que mandaban. El propio Mao describiría más adelante los acontecimientos de manera sucinta: «Jiao y Chen no du- raron mucho tiempo. No eran malos hombres y tenían ciertas intenciones revolucionarias, pero eran pobres y representaban los intereses de los oprimidos. Los terratenientes y los comer- ciantes no estaban satisfechos con ellos. Pocos días más tarde fui a avisar a un amigo y vi sus cuerpos tirados en la calle». Este fue el primer suceso que abrió los ojos de Mao a la reali- dad de la política del poder. Al parecer, el destino de Jiao y de Chen detuvo momentá- neamente la carrera de Mao. Había perdido la oportunidad de unirse al primer ejército revolucionario en Wuhan debido 30 a la rapidez de los acontecimientos (y a la dificultad de en- contrar el calzado apropiado). Pero cuando otros estudiantes de las escuelas de Changsha se apresuraron a alistarse en el «ejército estudiantil» de la ciudad para reforzar la causa revo- lucionaria;Mao actuó con cautela. No entendía bien sus mo- tivos y no creía que la fuerza de voluntarios estuviera bien organizada. Así que, en lugar de eso, se alistó en el ejército regular, es decir, en el ejército que hasta hacía poco había sido leal al gobierno de los emperadores Qing y que había sido ganado para la causa republicana mediante la retórica y la hábil planificación de Jiao y Chen. De este modo, y debido a un extraño giro en los acontecimientos, los oficiales al mando de Mao eran los mismos que habían instigado la muerte de Jiao y de Chen. Mao no entró en combate durante los seis meses que per- maneció en el ejército republicano. Al parecer permaneció todo el tiempo acuartelado en Changsha. Hizo algunos ami- gos en su pelotón, dos de los cuales eran obreros: uno era mi- nero y el otro herrero; entre ambos debieron de aportarle una nueva percepción del mundo obrero. Seguramente, Mao am- plió sus conocimientos adquiridos en las conversaciones con sus amigos mediante la incansable lectura de las páginas del Diario del río Xiang en su tiempo libre. Este periódico de Hu- nan dedicaba numerosas páginas a las teorías socialistas -Mao afirmó más tarde que allí encontró por vez primera la palabra «socialismo» y le llevó a leer ensayos firmados por uno de los primeros teóricos y organizadores socialistas de China. Pero cuando Mao intentó compartir su reciente entusiasmo con al- guno de sus antiguos compañeros de clase se encontró con que solo uno de ellos demostró estar interesado en escucharle. Los miembros de su pelotón, sin embargo, lo veían como alguien con estudios, algo que Mao experimentaba por vez primera a sus dieciocho años. Respetaban su «educación» y Mao correspondía escribiéndoles sus cartas. Quizá fue este Sil respeto lo que despertó la arrogancia carcterística de Mao, aun cuando no hacía mucho que había salido de la granja de sus padres, donde había trabajado como campesino y como contable. Ahora Mao se negaba a ir a buscar su propia agua a las fuentes o los pozos de las afueras de la ciudad, como era de esperar de cualquier soldado. Mao escribiría más tarde que, siendo alguien que había sido estudiante, no podía «aceptar transportarla él mismo y la compraba a los aguadores». Parece una extraña ironía que el dinero que podía haber usado para comprar más tratados sobre el socialismo lo gastara en cambio en comprar agua que podía haber conseguido fácilmente por sí mismo, pero en la China de aquel tiempo abundaban deta- lles como ese relativos a la condición social. La vida militar no fue, en cualquier caso, muy gratificante para Mao. A pesar de los antagonismos entre diferentes líderes políticos y milita- res del bando republicano, la propia dinastía Qing había caído sin apenas levantar un dedo y China parecía encauzada en un rumbo hacia el futuro. «Pensando que la revolución había ter- minado —recordó Mao años más tarde—, abandoné el ejército y volví a mis libros.» 32 2 AUTOFORMACIÓN A Mao no le resultó dificil declarar que quería volver a sus li- bros, pero otra cosa muy diferente era decidir cómo hacerlo. En 1912 Mao se dedicó durante unos meses a hojear las ofer- tas de los anuncios de formación en los periódicos locales. Debido a su ingenuidad y a su falta de experiencia (según re- cordaría más adelante), estuvo convencido por un tiempo del inestimable valor de ciertas academias especializadas, hasta el punto de enviar su tasa de inscripción en dólares y, en algún caso, de seguir algunos cursos durante unas semanas. Las aca- demias que llamaron su atención se dedicaban a la prepara- ción de policías, de expertos legales, de agentes comerciales y a la enseñanza de la fabricación de jabón. Estas nuevas acade- mias, que prometían carreras garantizadas para jóvenes ambi- ciosos, eran un reflejo de los rápidos cambios que estaban produciéndose en China. Sus promesas eran exageradas por- que eran inéditas y no podían probarse y, como Mao pudo comprobar con desaliento, algunas de ellas daban la mayoría de sus cursos en inglés, idioma que él no podía entender a excepción de algunas frases que recordaba de su enseñanza primaria. Quizá como reacción ante estas nuevas formas de ense- ñanza, a mitad de 1912 Mao regresó al abrigo de una escuela 33 de enseñanza media más tradicional en Changsha en donde encontró un plan de estudios más clásico de asignaturas chi- nas. Los profesores le animaron a explorar el «pasado imperial de China con la convicción de que Mao poseía las «dotes li- terarias» necesarias para dedicarse en profundidad al estudio. Uno de sus profesores lo guió en la lectura de una antología de edictos imperiales del reinado del emperador Qianlong en el siglo XVII, un período de riqueza y prosperidad en la his- toria de China durante el cual expandió sus fronteras. Otros profesores le introdujeron más de lleno en textos antiguos es- critos en chino clásico, un período en el que hasta entonces no se había aventurado. Uno de los textos fueron las famosas Ac- tas históricas (Shiji) del historiador Sima Qian, del siglo 1 a.C., considerado como uno de los grandes maestros de la narra- ción y exposición histórica. Mao ya había leído muchos de estos textos anteriormente, quizás en versiones abreviadas; fue en la escuela primaria donde comenzó a sumergirse a fondo en las historias de los primeros gobernantes, incluyendo los de la dinastía Qin, que, tras siglos de constante expansión militar y de ensayar dife- rentes fórmulas administrativas, consiguieron unificar en el 221 a.C. toda la China conocida en un solo estado imperial centralizado. Uno de los trabajos que escribió Mao en la es- cuela de enseñanza media, fechado en junio de 1912, se ha conservado y nos da una idea de su marco de pensamiento en aquella época. Se trata de un ensayo sobre uno de los prime- ros ministros famosos de los Qin: lord Shang. Lord Shang fue reprobado por posteriores historiadores chinos debido a su despotismo y su crueldad, por imponer a su pueblo leyes bru- tales e inflexibles y reducirlo al silencio o al servilismo. Según el historiador Sima Qian, lord Shang estaba «dotado por el cielo de una naturaleza cruel y sin escrúpulos»; también lo ta- chaba de «hombre de poca clemencia». El joven Mao lo juz- gó desde otro punto de vista. El punto de partida de su traba- 34 Jo era una enigmática cita hallada en mitad de la biografía es- crita por Sima Qian, donde se presenta a lord Shang tratando de convencer a la gente en tiempos de la dinastía Qin de que obedezca las nuevas leyes y las tome en serio: Cuando las leyes ya habían sido redactadas pero aún no pro- mulgadas, lord Shang temió que la gente no confiara en él. Entonces hizo colocar un poste de tres metros en la puerta sur del mercado de la capital y anunció que cualquier miem- bro del pueblo que lograra moverlo y trasladarlo a la puerta norte: sería premiado con diez monedas de oro. El pueblo sospechaba de la maniobra y nadie se aventuró a mover el poste. Entonces lord Shang anunció: «¡Quien pueda trasla- darlo recibirá cincuenta monedas de oro!». Cuando un hom- bre consiguió trasladar el poste recibió inmediatamente cin- cuenta monedas de oro, dejando establecido claramente que no se trataba de ningún engaño. Solo entonces fueron las le- yes promulgadas. En su trabajo Mao señalaba que al leer el pasaje anterior sin- tió ganas de «lamentar la estupidez del pueblo de nuestro país». El pueblo chino, entonces y ahora, estaba «mutuamente interconectado», por lo cual resultaba incomprensible que la gente desconfiara de su gobierno. Las leyes de lord Shang «eran leyes buenas», escribió Mao con convicción. El mismo lord Shang era «uno de los primeros en la lista» que registra a los que han procurado el bienestar de China en sus cuatro mil años de historia. Derrotó a los estados fronterizos del territo- rio de los Qin, unificó la planicie central, protegió el patri- monio del pueblo e incrementó el prestigio del estado convir- tiendo «en esclavos a los ociosos e indigentes, para así acabar con el dispendio». El hecho de que la gente desconfiara de lord Shang hasta el punto de que este tuviera que utilizar el poste y la recompensa en oro para convencerla era para Mao 35 prueba suficiente de «la estupidez de la gente de nuestro país», una estupidez que seguía vigente, permeaba todos los esta- mentos y había conducido al pueblo chino a un largo perío- do de «ignorancia y oscuridad» que, a su vez, había llevado a todo el país «al borde de la destrucción». La historia de lord Shang y el poste, advertía Mao en sus conclusiones, no solo dejaba al descubierto la obcecación innata de las masas popu- lares —«dlas masas populares al principio nunca aceptan nada que se salga de lo corriente», sino también un vergonzoso secreto de toda la nación. Si los dirigentes de las naciones oc- cidentales o de las naciones orientales «civilizadas» (Mao se refería a Japón) supieran tal secreto, «se pondrían a reír sin control hasta el punto de que tendrían que llevarse las manos al estómago y hacer sonidos burlones con la lengua». Es interesante observar cómo Mao percibió la burla de los extranjeros como un factor importante en tal apreciación de su pueblo. En la primera década del siglo xx circulaban nu- merosas traducciones de mordaces críticas de los chinos pro- venientes de observadores extranjeros, como si los mismos chinos quisieran meter el dedo en la llaga de sus propias heri- das. Probablemente Mao pudo leerlas en los periódicos que devoraba con avidez. Pero mucho más significativo es el he- cho de que Mao aceptara con tanta confianza la necesidad de las leyes de lord Shang cuando, durante dos milenios, nume- rosos comentaristas chinos las habían considerado destructivas y contraproducentes. Las leyes decretadas por lord Shang dis- ponían cosas como las siguientes: todo el pueblo chino se or- ganizará en unidades de cinco o diez unidades familiares, vin- culadas en la vigilancia común y responsables en conjunto ante la ley; aquellos que no denuncien una falta de la que ha- yan sido testigos serán partidos en dos por la cintura; toda fa- milia con más de dos hijos varones deberá declarar el estable- cimiento de una segunda unidad familiar a efectos fiscales; la gente de cualquier edad debe «poner todo su esfuerzo» en las 36 labores agrícolas y textiles; los prestamistas y todos aquellos «empobrecidos debido a su holgazanería» debían ser arresta- dos y convertidos en esclavos del gobierno; las categorías de los diferentes estamentos sociales y económicos debían ser claramenté definidas y apoyadas por leyes relativas a la indu- mentaria y la propiedad; y cualquiera que diera techo o cobi- jo a extranjeros sin las credenciales apropiadas debía ser perse- guido por la ley. Pocos meses después de que Mao escribiera este trabajo donde presentaba una visión tan sombría de la gente corrien- te de su*país, China se embarcó, de hecho, en las únicas elec- ciones políticas de amplia base social en toda su historia. Las elecciones se convocaron según las regulaciones de la recién redactada Constitución, promulgada en 1912. Se constituye- ron un gran número de partidos políticos que compitieron por conseguir escaños en el nuevo Parlamento chino, entre ellos la hasta hacía poco ilegal y clandestina Alianza Revolu- cionaria de Sun Yat-sen, rebautizada ahora como «Partido Nacionalista» (Kuomintang). Los candidatos y votantes en es- tas elecciones debían ser varones, con ciertos requisitos edu- cativos y económicos, y las elecciones resultaron muy reñidas, siendo el Partido Nacionalista el que recogió un mayor nú- mero de votos, aunque sin alcanzar la mayoría absoluta. Un amigo cercano de Sun Yat-sen y responsable de la victoria en las elecciones de los nacionalistas, Song Jiaoren, a quien mu- chos daban como el nuevo primer ministro, fue asesinado en marzo de 1913 mientras esperaba en Shanghai para abordar el tren a Pekín, acontecimiento que supuso una tragedia nacio- nal. El asesinato pudo ser encargado por el presidente en fun- ciones de China, el gobernador general de la pasada dinastía Qing, Yuan Shikai, pero tal extremo nunca llegó a ser proba- do. Lo que parecía claro era que Yuan se mantenía agriamen- te hostil al Partido Nacionalista y que a los pocos meses de- claró ilegal el partido y provocó el exilio de sus dirigentes, 37 incluido Sun Yat-sen. Durante los catorce años siguientes, la fase más importante de la educación y madurez juvenil de Mao, la República china se convirtió en una farsa. El poder real se hallaba fundamentalmente en las provincias y concen- trado en manos de los líderes militares locales. No nos han llegado comentarios de Mao acerca de los acontecimientos cruciales de 1913, al menos en las fuentes que se conservan. Sin embargo nos cuenta que pasó este año dramático de la historia de China encerrado en la biblioteca pública de Changsha inmerso en un período de estudio in- tensivo. La creación de estas bibliotecas fue una de las priori- dades aconsejadas por los últimos reformistas de los Qing, y ahora Mao podía beneficiarse de ellas. Aunque no le sobraba el dinero y vivía en un ruidoso hostal para los naturales de Xiangxiang, Mao se estableció un riguroso horario de lectura en la biblioteca, descansando únicamente al mediodía para comprar su comida: dos pasteles de arroz. Según sus memo- rias había concentrado sus lecturas en «geografía e historia mundial». Al tiempo que repasaba los atlas del mundo -los primeros que veía—, se dedicó a estudiar con aplicación sus primeras lecturas de teoría política occidental. Entre las obras que Mao recordaría haber leído en traducciones se encontra- ban La riqueza de las naciones de Adam Smith, El origen de las especies de Darwin y la Lógica de Herbert Spencer. Mao tam- bién menciona lecturas de Stuart Mill, Rousseau y Montes- quieu, y no hay por qué dudar de ello: por esta época, los tí- tulos mencionados por Mao ya habían sido traducidos al chino y podían encontrarse en las mejores bibliotecas provin- ciales de China. La vida de Mao debió de ser bastante solitaria en esta épo- ca, y sin un propósito definido; así debió de pensar el padre, que se negó a seguir mandándole dinero a no ser que Mao volviera a matricularse oficialmente en una escuela en la que pudiera graduarse y que le pudiera ayudar a conseguir un 38 empleo remunerado. Por otra parte, la vida en el hostal para gente de Xiangxiang se hizo intolerable debido a las numero- sas peleas que se desataban entre los estudiantes y los inquie- tos soldados desmovilizados que también se alojaban allí -Mao cuenta que se escondía en el baño durante los enfrentamien- tos—, de modo que decidió marcharse. De nuevo un anuncio en el periódico captó su atención: se trataba de una escuela en Changsha, llamada Cuarta Escuela Normal Provincial de Hunan, que ofrecía matrícula gratis y alojamiento y comida económicos. Animado por dos amigos que le pidieron que les escribiera sus trabajos de prueba de acceso y con la pro- mesa de su familia de renovarle su apoyo si era admitido, Mao solicitó el ingreso en la escuela en el otoño de 1913. Tanto él como sus amigos fueron admitidos; el propio Mao escribió al respecto: «En realidad fui aceptado tres veces». Esta fue finalmente la escuela en donde acabó redondeán- dose la educación de Mao, proporcionándole el apoyo nece- sario, centrando sus intereses mediante profesores a los que admiraba y respetaba, y rodeándole de un grupo de amigos con los que compartir los avatares y las aventuras de la vida. Mao permanecería allí cinco años. A pesar de que tuvo que adaptarse a las regulaciones restrictivas de la escuela, especial- mente los cursos obligatorios de ciencias naturales y dibujo del natural (materias ambas que detestaba), tuvo profesores excepcionales en chino clásico y en ciencias sociales. El pro- fesor de lengua clásica le hizo volver a estudiar todo lo que creía saber sobre el chino antiguo, advirtiéndole que escribía como un «periodista», debido a la perniciosa influencia de los autores reformistas que tan ávidamente había leído. Este pro- fesor, a quien los estudiantes apodaban «Yuan el Barbado», hizo que Mao se embarcara en un curso intensivo dedicado a los grandes escritores y poetas de la dinastía Tang, en los si- glos VIII y IX, a quienes muchos consideraban como los me- jores estilistas de la larga historia de China. Algunas páginas 239 fragmentarias de los cuadernos de Mao que se conservan, fe- chadas alrededor de diciembre de 1913, muestran el amplio espectro de obras literarias que comentaba el maestro Yuan y el modo detallado en que guiaba a Mao (y a los otros estu- diantes) a través de las variadas pronunciaciones clásicas, la apropiada traducción de arcaicos términos económicos y so- ciales, la identidad precisa de personajes históricos menciona- dos en los téxtos y el análisis de los pasajes de varios clásicos antiguos confucianos que los escritores de la dinastía Tang ci- taban en sus propios ensayos y poemas. Otras de las notas de Mao muestran el cuidado con que Yuan (o quizás otros profesores de la escuela de enseñanza media) presentaban y analizaban las obras de poetas de mitad del siglo XVII, que escribieron con angustia sobre la derrota de la otrora orgullosa dinastía Ming ante los conquistadores manchúes. Dichos poemas presentaban complejos matices ra- ciales y nacionalistas en su desprecio por los bárbaros extran- jeros y su veneración por la larga tradición literaria del pasado chino. Del contacto con tales profesores surgió un Mao fami- liarizado con la cultura tradicional china aunque no tuviera el conocimiento profundo y enciclopédico que le permitiera escribir estudios o argumentar de igual a igual con aquellos jóvenes que habían pasado años trabajando con estudiosos en sus propias academias privadas. Y durante el resto de su vida Mao conservó ese interés por la poesía y continuó escribien- do poemas en estilo clásico incluso durante los períodos más desapacibles del posterior levantamiento revolucionario. A pesar del impacto que pudieron tener en Mao sus profe- sores de literatura, fue su profesor de ciencias sociales, Yang Changji, quien iba a desempeñar el papel más influyente en la vida intelectual de Mao. Como el mismo Mao recordaría más adelante, Yang «era un idealista y un hombre de gran talla moral, Creía con convicción en sus presupuestos éticos, que trataba de imbuir en sus estudiantes con la voluntad de ser 40 hombres justos, morales, virtuosos y útiles a la sociedad». Se- gún todos los testimonios, Yang era una figura excepcional, y el hecho de que hombres de su talla y su preparación estuvie- ran disponibles ahora para ser profesores de los inquietos es- tudiantes es uno de los indicios que muestran el cambio que se estaba produciendo en el mundo intelectual chino a co- mienzos del siglo XX. Nacido en Changsha en 1870, Yang estuvo estudiando entre 1902 y 1913 en universidades de Ja- pón, Gran Bretaña y Alemania. A partir de tales experiencias Yang desarrolló su propio sistema ético, que combinaba el idealisnio de Kant y las teorías de la «autorrealización» desa- rrolladas por filósofos británicos. El empleo en la escuela de enseñanza media de Changsha era el primer trabajo de Yang como profesor y se dedicó a presentarles a Mao y a sus com- pañeros una serie de argumentos éticos, algunos de los cuales los ilustraba mediante pasajes extraídos de las Analectas de Confucio, y otros de las atentas lecturas de la obra Sistema de moral, del filósofo alemán Friedrich Paulsen, que acababa de traducir al chino. Yang examinaba los problemas inherentes al hedonismo y al utilitarismo, así como a las teorías de la evo- lución que se habían hecho tan populares por entonces. Al mismo tiempo cuestionaba creencias chinas hondamente en- raizadas como las que proclamaban que «as prioridades fami- liares van antes que las prioridades nacionales», y argumenta- ba que la excesiva protección familiar del individuo podía, de hecho, dañar el desarrollo de la independencia del individuo. Yang también animaba a Mao y a sus compañeros a que co- nocieran personalmente a figuras como el socialista japonés Miyazaki Toten, quien dio una conferencia en la escuela nor- mal de Changsha en marzo de 1917. Yang no podía convertir a Mao en un filósofo, como Yang tampoco pudo convertirlo en un exégeta de los textos clási- cos, pero lo que sí pudo hacer fue presentarle un completo panorama de conceptos filosóficos y proporcionarle algunas 41 herramientas analíticas para que continuara investigando por sí mismo. Por un azar del destino se ha conservado el ejem- plar de la obra de Paulsen que pertenecía a Mao en esa época, lleno de las notas al margen que tomó durante su último año en la escuela. Las anotaciones nos demuestran la atenta lectu- ra de Mao, quien, en ocasiones, expresaba por escrito su emoción ante la lectura. Mao se sentía especialmente intriga- do al saber que la filosofía moral nacía de la experiencia y que, por lo tanto, la moral era diferente en cada sociedad. Desde tal perspectiva, Mao escribió que «todo el conoci- miento académico de los dos mil años de nuestra nación po- dría considerarse un conocimiento irreflexivo». En ocasiones, los comentarios de Mao reflejan hasta qué punto era cons- ciente de que se abría ante él un camino nuevo y diferente. Ante la afirmación de Paulsen de que «todos los seres huma- nos, sin excepción, tienden a dar prioridad al interés propio frente al interés de los otros», Mao escribió: «Creo sincera- mente que esta afirmación es incompleta». Y cuando Paulsen sugiere que cierta gente «carece de interés por los demás ... e incluso extrae placer del sufrimiento de los otros», Mao ex- clama: «A excepción de aquellos que están enfermos o locos, no puedo admitir la existencia de tales personas». Muchos pasajes de Paulsen le recordaban a Mao sus lectu- ras de filósofos chinos de la antigúedad que tanto le gustaba leer, así como otros pasajes le recordaban algo tan local como el comportamiento de las anárquicas tropas en Changsha, o algo tan portentoso como el destino de la China republicana. Quizá lo más emotivo sean los momentos en los que Mao descubre en las palabras de Paulsen los sentimientos más pro- fundos de su propia psique: «Esta sección está muy bien re- suelta», anota junto al pasaje en el que Paulsen habla magis- tralmente de la voluntad humana de vivir «una vida histórica» en la que cada persona pueda «formar y crear, amar. y admi- rar, Obedecer y mandar, luchar y ganar, escribir poesía y so- 42 ñar, pensar e investigar». A veces Mao suspira ante la carencia de sus conocimientos, como puede apreciarse en el siguiente comentario acerca de la propagación del mal: «Una vez soñé que todo el mundo disfrutaría de la misma sabiduría, y que toda la raza humana estaría compuesta de sabios, de manera que no serían necesarias las leyes ni las normas, pero ahora me doy cuenta de que un lugar así no puede existir». Yang no solo escribió sobre ética, también escribió sobre la cultura física y la fortaleza personal. Tales reflexiones tam- bién tocaron una fibra en Mao. Yang escribió que los univer- sitarios chinos eran tan débiles fisicamente que no podían ser- vir en el ejército, donde al final solo quedaban los «bribones sin educación». Por otra parte, en Japón, como en Occidente, se practicaban todo tipo de deportes para fortalecer a la po- blación, desde el béisbol y el fútbol hasta la esgrima y el remo, y las excursiones por la naturaleza eran parte funda- mental de la vida. Mao absorbió muchas de esas ideas y llegó a la convicción de que, siempre que fuera posible, el ejercicio debía ser al mismo tiempo violento y sistemático, debería practicarse sin ropa o con la mínima vestimenta posible, y su objetivo debía ser tanto el fortalecimiento del espíritu como el del cuerpo. Alrededor de 1915 Mao comenzó a realizar largas excursiones a pie por el campo con un grupo de ami- gos, alojándose con familias campesinas o en templos aparta- dos de las rutas principales. Llegó incluso a poner anuncios en las paredes de Changsha reclamando «hombres de valor» que quisieran acompañarlo en tales actividades. Tras un día de excursión por las montañas, los jóvenes nadaban en el río Xiang o en alguno de sus afluentes y, antes de regresar para un bien ganado descanso, se sentaban en la ribera y se pasaban horas discutiendo sobre el destino de China, el significado de la cultura occidental, la necesidad de una reforma económica y los mejores modos de organización social. Mao nunca re- nunció a su amor por la natación que desarrolló durante esos 43 años, y a menudo la recomendaba a sus amigos como la for- ma más completa de ejercicio físico. Posiblemente la ayuda y el ánimo de Yang fueron el moti- vo de que Mao publicara en abril de 1917 un extenso artícu- lo, en la prestigiosa revista mensual Nueva Juventud de Pekín, dedicado a la educación fisica, sus efectos espirituales y fisi- cos, y a los mejores modos de ejercitar las diferentes partes del cuerpo. La revista abanderaba las nuevas ideas en China y era editada por un grupo excepcional de académicos, muchos de ellos profesores de la Universidad de Pekín. Al mismo tiem- po, en 1917, Mao extendió sus actividades organizando una sociedad de discusión entre el círculo de estudiantes y amigos que compartían sus ideas y asistiendo a cursos de práctica pe- dagógica que ofrecía la escuela de enseñanza media en la co- munidad local. A partir de la experiencia de este curso, Mao y otros estudiantes montaron una pequeña escuela propia lla- mada Escuela Nocturna de los Trabajadores. La escuela ofre- cía enseñanza básica en matemáticas, lectura y escritura, pero también una introducción a la historia, la geografía, el «de- sarrollo moral» y la economía. Mao enseñaba historia. En abril de 1918, con la ayuda de Yang Changji, se convocó en Changsha la Sociedad Popular de Estudio, estructurada for- malmente y de la que Mao fue socio fundador. Durante estos años Mao y otros estudiantes de la escuela normal fueron invitados a la casa de Yang. Este tenía una hija, Kaihui, nacida en 1901, antes de que su padre partiera a estu- diar a Japón y a Europa. Kaihui fue criada por su madre hasta el regreso de Yang en 1913, año en que su madre la envió a una escuela local donde se convirtió en la primera joven que asistía a las clases. Más adelante se trasladó a una escuela feme- nina dirigida por una profesora que acababa de regresar de Ja- pón y que contaba a las jovencitas historias de las revolucio- nes democráticas. En 1911 o 1912 fue trasladada a la escuela femenina Número Uno de Changsha, donde permaneció 44 hasta el regreso de su padre. Al parecer el padre prefirió que se quedara en casa para ejercer de tutor de su hija en materias como chino e inglés. Yang Changji estaba interesado en pro- blemas de la educación y la libertad de la mujer y, en un ar- tículo escrito en 1915 "para el diario radical de un amigo, elo- giaba la actual costumbre occidental de la libre elección de la pareja en el matrimonio y la igualdad de derechos de que las mujeres disfrutaban allí. Yang creía que era mejor que las pa- rejas se casaran más tarde de lo que lo hacían en China y de- nunciaba la práctica de los matrimonios arreglados. También criticaba la prevalencia del concubinato entre los chinos aco- modados. Mao debió de ver a Kaihui —con quien más tarde se casaría— muy a menudo en las visitas a la casa de su profe- sor, aunque no hay evidencia de que existiera ninguna rela- ción sentimental en esa época. En los encuentros de la Sociedad Popular de Estudio, Mao empezó a conocer a un gran número de mujeres vivaces y políticamente radicales y, en 1919, una de ellas, Tao Yi, se convirtió en su novia. Era tres años menor que Mao y tam- bién del distrito de Xiangtan. Tao Yi se graduó en la escuela femenina normal Zhounan, en Changsha, y estaba ansiosa por proseguir sus estudios superiores en Pekín, pero era de- masiado pobre para intentarlo. Ganaba el dinero suficiente para sobrevivir combinando ocupaciones como enseñar en una escuela, cocinar, coser y tejer, mientras continuaba estu- diando por su cuenta. Estaba especialmente interesada en la psicología, la teoría de la enseñanza y la lengua inglesa. Co- mo confió a un grupo de amigos de la Sociedad Popular de Estudio, siempre había «deseado tener un compañero para es- tudiar, pero lo había intentado varias veces sin éxito». Aun- que Mao y Tao Yi se encontraban a menudo y se escribían, no conocemos detalles de sus relaciones personales; pero sa- bemos que en aquellos tiempos se respiraba en el aire una es- pecial combinación de emociones entre los jóvenes como 45 ellos, una emoción febril que se fundía con un deseo de amistad casta y duradera construida sobre una sólida base in- telectual de compromiso moral. A pesar de que no contamos con revelaciones de Mao acerca de sus relaciones personales, podemos atisbar cierta condición del estado mental de Mao en un pasaje de sus comentarios escritos en 1918 sobre el tex- to de Paulsen que entonces estudiaba: «El hombre natural ... aniquilaría todo el universo con tal de preservarse él mismo», irrumpe su nota en protesta. El angustiado comentario mar- ginal de Mao incluía la frase siguiente: «Por ejemplo, como no puedo olvidar los sentimientos que tengo por aquella a la que amo, mi voluntad desea salvarla y haría cualquier cosa por salvarla, hasta el punto de que si la situación fuera deses- perada, preferiría morir yo mismo antes que dejarla morir». Mao acabó sus cursos con éxito en la escuela de enseñanza media y se licenció en junio de 1918. Tenía veinticuatro años. Aquel mismo verano, a su profesor Yang Changji le ofrecie- ron una cátedra en la Universidad de Pekín, la institución de enseñanza superior más prestigiosa de China, centro de la in- quietud intelectual generada por Nueva Juventud y base de muchos otros diarios y revistas innovadores. Como era de su- poner, Yang Changji aceptó, dejó su casa y su trabajo en Changsha, y viajó con su mujer y su hija a Pekín. Tras su gra- duación, Mao se quedó al principio en Changsha, pero se sentía apático y sin propósito. En una carta del 11 de agosto de 1918 a un antiguo compañero de escuela, Mao escribe que tanto él como sus más íntimos amigos sentían «el futuro bastante vacío y no tenemos planes definitivos». Algunos con- seguían puestos de profesor en escuelas locales mientras que otros consideraban la posibilidad de viajar a Francia gracias a las recién anunciadas becas de estudio y trabajo que les per- mitirían costear sus estudios trabajando en industrias france- sas. Este programa había sido concebido por un grupo de prominentes intelectuales chinos. Algunos de los patrocina- 46 dores eran reconocidos anarquistas que vivían en París y estu- diaban las teorías anarquistas relativas a la abolición de la pro- piedad privada y la restricción de los vínculos personales, y creían en la idea de la ayuda mutua como el método de resol- ver los problemas sociales. Otro patrocinador del programa era Cai Yuanpei, traductor de la edición de Paulsen que había estado leyendo Mao recientemente, y recién nombrado rec- tor honorario de la Universidad de Pekín. Los estudiantes escogidos para ir a Francia debían asistir primero a una academia, en Pekín o en la ciudad de Baoding, en el narte de China, para estudiar la lengua francesa y prepa- rarse en cuestiones prácticas para la vida que les esperaba. En un comentario críptico realizado aquel mismo agosto de 1918 en una carta, Mao señala: «Puedo reunir los doscientos yuanes [dólares chinos] que cuesta el viaje a Pekin y a Fran- cia, pero me resulta imposible conseguir los cien yuanes para el viaje a Baoding». Mao no explica cómo podía reunir la cantidad más elevada y no la suma menor de dinero, pero quizás era más fácil conseguir donaciones para viajar al ex- tranjero que para los desplazamientos domésticos. Un ejem- plo significativo de la memoria selectiva (o distorsionada) de Mao en sus recuerdos autobiográficos posteriores se refiere también a esta época. En el verano de 1936, Mao le contó a su entrevistador norteamericano, Edgar Snow: «En mi último año de escuela mi madre falleció y entonces perdí cualquier interés por volver a casa. Ese año regresé a Pekín. Muchos es- tudiantes de Hunan planeaban viajar a Francia ... [pero] yo no quería ir a Europa. Sentía que no conocía lo suficiente mi propio país y que podría aprovechar mejor el tiempo en Chi- na». Pero, de hecho, en 1918 la madre de Mao aún estaba viva, aunque no gozaba de buena salud; le costaba tragar y se temía que tuviera úlceras. Se ha conservado una carta de Mao de ese año, escrita también en agosto de 1918 a sus «séptimo y octavo tios maternos», €s decir, a los hermanos de su madre 47 pertenecientes al clan Wen. En dicha carta, Mao habla de la enfermedad de su madre y su deseo de encontrar a un buen médico. Ya había conseguido una «buena prescripción» que esperaba pudiera ayudarla. Mientras tanto Mao escribía, sin darle importancia, que pensaba hacer un viaje en barco a Pe- kín con unos amigos. «Nuestro único objetivo es disfrutar de las vistas.» No hay mención alguna de problemas con el di- nero. Fue en este entramado de evasivas y de medias verdades cuando, en agosto de 1918, Mao deja a su madre enferma y, por primera vez, se aventura a salir de Hunan, su provincia natal. Al llegar a Pekín fue inmediatamente a ver a la familia Yang y solicitó al recién nombrado profesor Yang que le ayu- dara a encontrar un trabajo. 48 3 BUSCANDO SU CAMINO El profesor Yang halló un trabajo de oficina para Mao en la biblioteca de la Universidad de Pekín. Su cometido principal era registrar el nombre de quienes acudían a la biblioteca para leer libros o periódicos. Así, se encontraba en el centro de la actividad de los intelectuales y, al mismo tiempo, al margen. El director de la biblioteca, Li Dazhao, solo cuatro años ma- yor que Mao, estaba rodeado por una extraordinaria constela- ción de universitarios de talento. Junto con otros cuatro pro- fesores de la Universidad de Pekín, Li había formado un nuevo comité editorial para dirigir la revista Nueva Juventud. Sus especialidades cubrían la literatura, la filosofia, la historia y la música; algunos de ellos habían estudiado en Japón mien- tras que otros habían realizado estudios de posgrado en uni- versidades de Estados Unidos o Europa. El recién nombrado profesor Yang compartía con ellos sus inquietudes académicas y había colaborado con ellos y con otras revistas anteriores a la aparición de Nueva Juventud en 1915. En 1918, Nueva Ju- ventud abogaba por el empleo de la escritura en la lengua ver- nácula de China en lugar de seguir las normas del chino clásico o las variantes semisimplificadas implantadas por los últimos reformistas de la dinastía Qing. Mao ya había adscrito su leal- tad a los escritores de Nueva Juventud cuando se encontraba 49 aún en Changsha, pero aunque ahora se hallaba rodeado de ese grupo de escritores, no había conseguido tener acceso al núcleo central, del que los Yang sí formaban parte. La revista Nueva Juventud, rodeada de los profesores y estu- diantes de la Universidad de Pekín, se hallaba en el centro simbólico y literal de la nueva China: los edificios de la uni- versidad se encontraban justo al noroeste de la Ciudad Prohi- bida, donde el último emperador de la dinastía manchú de los Qing, «Henry» Puyi, seguía viviendo rodeado de sus eunucos y criados, protegido por las favorables cláusulas del acuerdo de abdicación firmado en 1912. Cerca de allí se encontraban los edificios del nuevo Parlamento, los modernos ministerios del gobierno y el barrio de las embajadas. Frente a la puerta sur de la Ciudad Prohibida, la Puerta de la Paz Celestial, en Tiananmen, área reservada anteriormente a los funcionarios del gobierno Qing, se había levantado un parque. Allí, a la sombra de los árboles, se reunían diariamente estudiantes y otros ciudadanos para hablar y debatir sobre asuntos de políti- ca, que entonces eran innumerables: el presidente de la Re- pública, Yuan Shikai, había fallecido en 1916 tras un infruc- tuoso intento de erigirse como emperador de una nueva dinastía; en 1917 un golpe militar promanchú trató de restau- rar al emperador Puyi pero fue abortado por una alianza de generales rivales; el mismo año, Sun Yat-sen regresó del exi- lio en Japón para formar un régimen separatista en Cantón, en el sudeste de China; también en 1917, el nuevo primer ministro de la República llegó a un acuerdo con británicos y franceses para enviar cientos de miles de peones culis chinos al frente de la primera guerra mundial en Europa para cola- borar en la carga y descarga de material militar, el manteni- miento de los campamentos base y la retirada de los cadáveres de los campos de batalla. A cambio China recobraría el terri- torio cedido previamente a Alemania por el último empera- dor Qing, pero debido a la corrupción de los políticos chinos 50 y a tratos especiales con los poderes occidentales, la mayor parte de las ganancias potenciales se vieron hipotecadas al Ja- pón. El Parlamento de China, donde los nacionalistas del Kuomintang estaban aún excluidos, era un oscuro foro con poco poder real, donde todos los votos estaban a la venta. En la biblioteca, Mao pudo ver de cerca a muchas de las figuras influyentes de la elite intelectual, y por su cabeza de- bieron de pasar muchas preguntas. Como contribuyente y devoto lector de Nueva Juventud, debió de leer el ensayo de Li Dazhao sobre los ciclos de decadencia y regeneración en las historias“de las naciones; también estaría familiarizado con el artículo de Li titulado «La victoria del bolchevismo», publica- do en el número de octubre de 1918. En dicho artículo, Li hacía algo que apenas nadie había hecho todavía en China: saludaba la llegada del muevo orden revolucionario en la Unión Soviética tras la revolución bolchevique de 1917 y co- mentaba brevemente las teorías sociales y económicas del marxismo en las que este se apoyaba. Aquel mismo año Li formó un grupo que se reunía para discutir la teoría revolu- cionaria y que llamó Sociedad de Investigación para el Estu- dio del Marxismo. Estos indicios de interés por el marxismo tenían todavía que competir con otros numerosos intereses intelectuales dentro de Nueva Juventud y, al mismo tiempo, en la Universidad de Pekín. Un colega de Li, el filósofo y crítico literario Hu Shi, por ejemplo, publicó el primer análisis ex- tenso de Ibsen y de la teoría feminista aparecido en China hasta la fecha, seguido de un extenso ensayo sobre la emanci- pación de la mujer en Norteamérica. (Hu, solo dos años ma- yor que Mao, había obtenido por entonces una licenciatura de la Universidad de Cornell y había sido estudiante de pos- grado en la Universidad de Columbia.) No solo en Nueva Ju- ventud, sino en decenas de nuevas revistas en Pekín, Shanghai y en otras capitales de provincias más pequeñas, los estudian- tes y sus profesores se dedicaban a explorar temas que iban de 51 la lógica matemática de Bertrand Russell y las ideas de la rela- tividad de Einstein a los consejos sobre el control de la natali- dad de Margaret Sanger o el comunalismo pacifista de Ra- bindranath Tagore. Era una época de un inusual desconcierto para los jóvenes. Y fue en esa época cuando, según su candorosa confesión a Edgar Snow, Mao se enamoró de Yan Kaihui, la hija de su antiguo profesor de ética. Ella tenía dieciocho años y Mao veinticinco. Mao recordaría aquellos meses de invierno de principios de 1919 con un insólito lirismo, quizá porque se- guía viéndolos con los ojos de ella. Según su recuerdo, fue «en los parques y en los antiguos terrenos del palacio» de Pe- kín donde'vio a los gorriones asaeteados por «los carámbanos de hielo que pendían sobre ellos» y donde contempló «las blancas flores de los ciruelos florecer mientras persistía la sóli- da capa de hielo sobre el Lago del Norte». Probablemente también el amor estaba floreciendo, pero Mao no tenía dine- ro y Pekín era una ciudad muy cara. Mao estaba acostumbra- do al mundo educativo de Changsha, donde en cinco años asistiendo a la escuela normal solo había gastado un total de ciento sesenta dólares chinos. Ahora en Pekín, y con un sala- rio de ocho dólares al mes y sin un hostal para nativos de Changsha, Mao vivía en una estrecha callejuela de un barrio pobre llamado «El pozo de los tres ojos», donde compartía tres pequeñas habitaciones con otros siete compañeros de es- tudios de Hunan. Además, los intelectuales de Pekín le pare- cían distantes y vanidosos: «Muchas veces intenté entablar conversación con ellos sobre temas de política o de cultura, pero siempre estaban muy ocupados. No tenían tiempo para escuchar a un asistente de la biblioteca que hablaba con el dialecto del sur». Mao se unió a dos grupos de discusión, uno sobre filosofía y otro sobre periodismo, y asistía como oyente a varias clases. También cabe la posibilidad de que al profesor Yang le pareciera que el cortejo de su única hija por parte de 52 Mao era un poco prematuro. Por la razón que fuera, Mao no se encontraba cómodo en Pekín, y cuando recibió una carta de su casa informándole de que su madre estaba gravemente enferma, decidió abandonar la ciudad. El 12 de marzo, tras reunir dinero prestado por sus amigos, tomó el tren a Shan- ghai, adonde llegó dos días más tarde. Allí se quedó Mao du- rante veinte días dedicados a despedirse de sus antiguos com- pañeros de la escuela que poco después partirían hacia Francia; una vez que salieron del puerto, Mao volvió a pedir dinero prestado y, tras atravesar todo el país, regresó a Changsha y lle- gó a su casa el 6 de abril. ¿Hasta qué punto era Mao el hijo pródigo que regresaba? A su familia le contó que había sido un «miembro de la plan- tilla de la Universidad de Pekín», sin aclarar exactamente lo que había hecho en la capital. Por el momento, con su madre enferma y con un futuro incierto por delante, lo primero que hizo Mao fue aceptar un trabajo como profesor de historia en una escuela de enseñanza primaria y media de Changsha (también tenían un departamento de pedagogía) conocida como Escuela de Estudio, donde permanecería hasta diciem- bre de 1919. Al mismo tiempo que enseñaba, Mao comenzó un frenético período de escritura, estimulada claramente por su estancia en el inflamable mundo intelectual de Pekín. En sus comienzos en la escuela, su profesor de literatura clásica, Yuan, le reconvino por tener un estilo demasiado periodístico influenciado por Liang Qichao. Al verse forzado a seguir des- de lejos los acontecimientos del 4 de mayo en Pekín, cuando se produjeron las manifestaciones estudiantiles —-manifestacio- nes que, dirigidas contra el régimen corrupto de Pekín que había vendido China al Japón, y contra Estados Unidos por apoyar la posición de Japón, acabaron haciendo que todo este período de fermento intelectual fuera recordado como el «movimiento del Cuatro de Mayo»—, Mao decidió tener infor- mados día a día a los estudiantes y a ciudadanos de Changsha. 99 Y lo hizo mediante una publicación, la Revista del río Xiang, editada por el propio Mao y escrita también casi en su totali- dad por él. Salieron cuatro números en intervalos semanales entre el 14 de julio y el 4 de agosto, hasta que el cacique local decidió cerrar la publicación. En el «manifiesto» de Mao escrito para el primer número, el 14 de julio de 1919, encontramos un buen resumen de sus ideas en aquel tiempo. Se trataba de una voz emocional, pro- fundamente influenciada por la retórica de Li Dazhao, me- diante la cual intentaba transmitir una visión amplia del desti- no humano y de la historia del mundo. Un movimiento para la «liberación de la humanidad» estaba en marcha, escribió Mao, y debían cuestionarse todos los viejos principios. Todos los viejos temores debían ser descartados también: el temor al cielo, a los espíritus, a los muertos, a los burócratas, a los caci- ques, a los capitalistas. Occidente había abierto un camino a la «emancipación» que comenzaba en el Renacimiento y pa- saba por la Reforma hasta la formación de gobiernos repre- sentativos con sufragio universal y la Liga de las Naciones. La «democracia», cualquiera que fuera el modo como uno tra- dujera dicho término al chino —Mao ofrecía a sus lectores cuatro posibles traducciones—, era el nombre esencial de tal movimiento contra la opresión en todas sus formas: religiosa, literaria, política, social, educativa, económica e intelectual. Pero había que tener muy presente que para luchar contra la opresión no debían emplearse las herramientas de la opresión, ya que sería contraproducente. En lugar de ello, se debería «aceptar el hecho de que los opresores son gente como los demás, seres humanos como nosotros», y que sus actos de opresión no son producto únicamente de su voluntad, sino más bien una «infección o una enfermedad hereditaria que les ha transmitido la vieja sociedad y el viejo pensamiento». China se enfrentaba a una revolución que clamaba por pan, por libertad y por igualdad; no era necesaria una «revolución 54 de bombas, ni una revolución sangrienta», escribió Mao. Ja- pón era el peor de los opresores internacionales y Mao creía que debía actuarse contra él mediante el boicot económico y las huelgas de trabajadores. Para lograr esto, las «masas popu- lares» de China —«el ignorante pueblo llano»— debían ser edu- cadas y se debía ampliar sus horizontes mentales más allá de las orillas de su propio río Xiang para que fueran conscientes de «la gran oleada que se avecina... Aquellos que naveguen a favor de la corriente sobrevivirán; los que vayan contraco- rriente perecerán». Como parte de dicho programa educati- vo, Mao escribió veintiséis artículos sobre la historia de China y la historia del mundo. Se imprimieron dos mil ejemplares que se vendieron en un solo día. A partir de entonces Mao elevó la tirada a cinco mil ejem- plares y continuó escribiendo breves artículos y un extenso manifiesto titulado «El gran sindicato de las masas populares» que ocupó gran parte de los siguientes tres números. En dicho ensayo Mao detalló una serie de posibles organizaciones sindi- cales que podrían fortalecer a aquellos que encabezarían la lucha que se avecinaba; no solo sindicatos de trabajadores, campesinos y estudiantes, sino también sindicatos de mujeres, profesores de enseñanza primaria, policías, y taxistas de ricks- haw. También publicó una detallada historia de las diversas or- ganizaciones estudiantiles de Hunan aparecidas desde la pasada dinastía Qing, sin olvidar mencionar el papel de los encuen- tros de atletismo como oportunidades para fomentar la solida- ridad de los estudiantes frente a los opresores. Mao anunció a sus cinco mil lectores que en el quinto número ofrecería una detallada historia del «ejército estudiantil de Hunan». En todos estos artículos Mao criticaba, implícita o explíci- tamente, al gobernador militar de Hunan, el general Zhang Jingyao, que parecía representar todo contra lo que Mao co- menzaba a rebelarse. Como otros militares de aquellos días, Zhang había adquirido su experiencia de soldado como ban- 55 dido antes de ingresar en una academia militar y, tras graduar- se, entrar a formar parte de la corte de algún poderoso políti- co de la China del norte. Mediante sus contactos personales y el control de una considerable cantidad de tropas, consiguió ser nombrado gobernador de Hunan en 1918, tras una feroz guerra en la que fueron asesinados miles de habitantes de la región y un número mayor de viviendas fueron arrasadas. Zhang se trajo consigo a la administración de Hunan a tres hermanos que demostraron ser tan crueles y corruptos como él. No sorprende saber que cuando a Zhang le llegaron noti- cias del quinto número de la revista de Mao, con sus provoca- tivos temas, ordenara la confiscación y destrucción de todos los ejemplares. Impertérrito, Mao consiguió que lo nombra- ran editor de otra revista, la Nueva Hunan, para la cual redac- tó un nuevo, aunque más breve, manifiesto. La revista, según declaraba Mao, tendría cuatro principios rectores: criticar la sociedad, reformar el pensamiento, presentar un nuevo método de aprendizaje y debatir problemas. Cualquier poder o «auto- ridad» -Mao escribió esta última palabra en inglés (authority), lengua que comenzaba a aprender por entonces— que pudiera pretender silenciarlos sería desoído. Mao quizá creyó que la revista recibiría cierta protección por tratarse del órgano de la asociación de estudiantes de la universidad norteamericana de Yale en Changsha (una sucursal de dicha universidad en China), fundada tras los levantamientos de los bóxers en 1900 para traer educación sanitaria al país. Si así lo creyó estaba equivocado. La revista también fue clausurada tras el primer número por el mismo general Zhang. Al ver bloqueado este nuevo órgano de difusión, Mao se convirtió en un colaborador habitual del mayor periódico de Changsha, el Dagongbao. Para este periódico Mao escribió una serie de nueve artículos sobre el suicidio de una mujer de Changsha llamada Zhao Wuzhen, que atrajo la atención ge- neral. Zhao se había matado en el interior de la litera nupcial 56 en la que la transportaban hacia el matrimonio arreglado al que ella amargamente se negaba. Mao aprovechó la ocasión para desarrollar ideas que había absorbido de Yang Changji y de otros escritores de Nueva Juventud sobre la necesidad de abolir las viejas costumbres matrimoniales, los matrimonios arreglados y sus interminables «trampas», e inaugurar una era de libertad de elección y de oportunidades económicas para las mujeres de la nueva China. Durante este período del verano y el otoño de 1919, Mao continuó trabajando en la organización de la Asociación de Estudiarites Unidos de Hunan, y en diciembre organizó una huelga estudiantil que recibió el apoyo entusiasta de trece mil estudiantes de enseñanza media contra Zhang Jingyao, que había conseguido aglutinar en su contra a estudiantes y profe- sores al recortar el presupuesto de educación de la provincia de Hunan, congelar el salario de los profesores y acabar con los aumentos de sueldo por méritos, ordenar palizas contra quienes protestaban y acantonar sus indisciplinadas tropas en el interior de las instalaciones escolares. A todo ello se suma- ba el continuado historial de extremada crueldad con las fa- milias de campesinos por parte de las tropas de Zhang, el ex- polio de bienes bancarios y sus antecedentes probados en relación con tráfico masivo de opio, y la venta ilegal de dere- chos de explotación minera del plomo a empresas alemanas y norteamericanas. La feroz represión de Zhang contra la huel- ga estudiantil hizo que Mao reconsiderara sus propias opcio- nes de futuro con más detenimiento. Su madre falleció aquel otoño, el 5 de octubre, y él mismo se encargó de entonar una oración llena de amor en su memoria. Mao seguía soltero y se había convertido en una figura destacada en Changsha, así como en una espina clavada para el general Zhang. De modo que en diciembre Mao volvió a viajar a Pekín para ver a los Yang, tratar de consolidar sus contactos con Li Dazhao y otros escritores a quienes admiraba, y recabar apoyos para una cam- S paña nacional para desalojar del poder al corrupto general Zhang de la provincia de Hunan. Al llegar a Pekín Mao encontró al profesór Yang Changji enfermo. Una enfermedad gástrica contraída el verano ante- rior había derivado en una inflamación general del cuerpo y en el colapso de su sistema digestivo. De nada le habían servi- do la convalecencia en las idílicas colinas del oeste ni el trata- miento especializado recibido en el hospital alemán de Pekín. Los colegas de Yang atribuían su estado al exceso de trabajo en la Universidad de Pekín, donde enseñaba a tiempo com- pleto además de traducir dos libros sobre ética occidental y escribir manuales educativos. Yang falleció el 17 de enero de 1920, y cinco días más tarde, pocos meses después de ser el encargado del encomio funeral de su madre, compartió la mis- ma tarea en el entierro del profesor que más lo influyó. Un día después, el 23 de enero, murió el padre de Mao en su ho- gar de Shaoshan. Sin embargo, Mao permaneció en Pekín. Seguramente había asuntos familiares que atender en Hunan, pero debía terminar otras cosas en Pekín. Sentía la obligación de ocupar- se de la viuda y la hija de Yang. Pero aún más importante para el futuro político de Mao era la presencia de Li Dazhao, a quien ahora llegó a conocer mejor dado que ambos estaban afligidos por la muerte del amigo común. Li había organiza- do más formalmente una Sociedad de Estudios Marxistas en Pekín, y se estaba llevando a cabo la traducción del Manifiesto comunista (Mao pudo acceder a capítulos ya traducidos) y de otras Obras de carácter más técnico como Doctrinas económicas de Karl Marx de Karl Kautsky. Pero aunque Mao tenía ahora un conocimiento más específico de las teorías marxista-socia- listas, sus propias ideas eran bastante eclécticas, como de- muestran las cartas a sus amigos que se conservan, en las cua- les Mao desvela cómo sus sueños abarcaban una amplia gama de opciones, entre las que se encontraban la creación de una 58 escuela-taller en las verdes laderas de las colinas que rodean Changsha, sueño que albergaba desde 1918. En dicha escuela tanto los profesores como los estudiantes aprenderían las la- bores del campo en todos los aspectos, desde cuidar flores y vegetales hasta cultivar arroz y algodón, plantar moreras y criar aves y peces. Mao señala que tales trabajos serían considerados «sagrados», pero que si el «trabajo duro» resultara demasiado penoso para los estudiantes, entonces «deberían contratarse jornaleros para que los ayudaran». Si se demostrara que el cul- tivo no fuera un método práctico, se encontraría otra vía al- ternativa mediante la creación de una «Universidad Auto- didacta» en la que profesores y estudiantes «practicarían una vida comunista». La financiación para este proyecto proven- dría de la enseñanza, la publicación de artículos y trabajos, y la edición de libros, y los gastos se reducirían haciendo que la comunidad se hiciera cargo de sus propias necesidades de cocina y lavandería. Todos los ingresos irían a un fondo co- mún, ya que también sería una «sociedad de ayuda mutua para el trabajo y el estudio». El enfoque intelectual se logra- ría mediante un «Simposio académico» que se realizaría dos o tres veces a la semana. Tras dos o tres años de preparación, los estudiantes estarían listos para partir hacia Rusia, país que Mao calificaba entonces como «el primer país civilizado del mundo». Es evidente que Mao se encontraba inquieto. Como escri- bió en marzo de 1920 a un amigo cuya madre también acaba- ba de morir, ahora existía una nueva clase de «gente como no- sotros que siempre se encuentran fuera de casa y no pueden atender a sus padres». En una carta a su novia, Tao Yi, que en- señaba en Changsha pero esperaba poder reunirse pronto con él en Pekín, Mao repite que le gustaría ir a Rusia. Para con- vertir su sueño en realidad, una vez que las cosas se apacigua- ran en Hunan, crearía una Sociedad Libre de Estudios en Changsha con la esperanza de «dominar el esquema general de 59 todos los campos de estudios, antiguos y modernos, chinos y extranjeros». En la misma carta añade: «Entonces crearé un equipo de estudio y trabajo para ir a Rusia». Gomo confesaba a Tao Yi, esperaba que las mujeres que fueran a Rusia «fueran especialmente bien recibidas por las camaradas rusas». Según él, había tenido la oportunidad de «consultar» este y otros asuntos con Li Dazhao. Sin embargo, las razones para no viajar al extranjero también tenían su peso. Al poder leer más rápi- damente las traducciones que las obras originales extranjeras, uno podía aprender más, y con mayor rapidez, en China. «Las civilizaciones orientales —escribió Mao— constituyen la mitad de las civilizaciones del mundo. Es más, hablar de la civiliza- ción oriental significa hablar de la civilización china.» Así que ¿por qué ir a cualquier otra parte? Cuando finalmente abandonó Pekín el 11 de abril, Mao se dirigió a Shanghai. Esta vez tardó veinticinco días en llegar, ya que se detuvo en el camino para pasar por la montaña sagrada de Taishan, en el norte de China, y en la ciudad natal de Con- fucio, Qufu. En Shanghai se alojó con otros tres activistas del movimiento dedicado a derrocar al gobernador Zhang de Hunan. A principios de junio Mao consideraba la posibilidad de estudiar ruso =sus tres compañeros querían viajar a Rusia— y, según comentó a un amigo, trataba de «encontrar a un ruso con quien estudiar la lengua rusa», pero tuvo problemas para hallarlo. Mao también quería aprender inglés «leyendo cada día una lección de la más simple gramática». A partir de en- tonces seguiría el aprendizaje autodidacta: «Siempre he senti- do un inmenso odio por la escuela, así que he decidido no volver jamás». En lo que se refiere a la filosofía, concentró su atención en Bergson, Russell y Dewey. Mao también encon- tró tiempo y oportunidad para conocer a Chen Duxiu, uno de los líderes clave del profesorado radical durante el movi- miento del Cuatro de Mayo, y promotor de la traducción in- tegral del Manifiesto comunista que se estaba completando. 60 El destino hizo que las dudas de Mao se disiparan con sor- prendente rapidez cuando una coalición rival de líderes polí- ticos y militares atacaron Changsha por sorpresa y derrocaron al odiado general Zhang. Por fin parecía que Mao se había subido al tren adecuado: uno de sus antiguos profesores, que contaba con los requeridos apoyos políticos, fue nombrado director de la Escuela Normal de Changsha y utilizó sus in- fluencias para nombrar a Mao director de escuela primaria anexa. En julio de 1920 Mao estaba de vuelta en Changsha con una respetable carrera que le auguraba un futuro prome- tedor, y“se dedicó a moverse rápidamente para consolidar su presencia. En tan solo tres semanas después de su toma de po- sesión, el 31 de julio de 1920, Mao anunció la creación de un nuevo foro, en el que se concentrarían algunos de sus sueños de años anteriores: la Sociedad Cultural del Libro. La declaración de Mao comenzaba a modo de chanza: ¿cómo podía esperarse encontrar una «nueva cultura» en Hu- nan? Un porcentaje mínimo de los treinta millones de habi- tantes de Hunan había recibido escolarización. De aquellos que la habían recibido, solo unos pocos podían realmente leer y escribir. Y entre estos últimos, ¿cuántos sabían lo que era la nueva cultura? La nueva cultura no era simplemente una cuestión de «haber leído o escuchado algunos términos». No cabía duda de que, no solo en Hunan, sino en la mayor parte del mundo, nadie había oído hablar de una nueva cultura. En este punto Mao insertó con osadía una frase que mostraba la orientación definitiva de sus ideas: «Un pequeño capullo de Nueva Cultura ha aparecido en Rusia, en las costas del océa- no Ártico». La Sociedad Cultural del Libro empeñaría todos sus esfuerzos en conseguir que ese capullo floreciera en Hu- nan. El proceso se iniciaría por una librería a la que pronto se añadiría una sección de investigación junto con una editorial y una imprenta. A través de los libros, tanto chinos como ex- tranjeros, la nueva cultura se daría a conocer en Hunan. La 61 conclusión del anuncio tenía un sesgo especial al resaltar que no se trataba de una empresa capitalista. Había sido fundada «por algunos de nosotros que comprendemos y confiamos completamente en nosotros mismos». Nadie retiraría los fon- dos invertidos en el proyecto, no se repartirian dividendos, la propiedad compartida sería a perpetuidad y nadie sacaría un céntimo de beneficio en el caso de que tuviera éxito. «Si fra- casa y no queda un céntimo de la aventura comercial, nadie culpará a nadie. Nos contentaremos con saber que en esta tie- rra, en esta ciudad de Changsha, existió una vez una Socie- dad del Libro “de propiedad comunitaria”». Cuando el 22 de octubre de 1920 la Sociedad Cultural del Libro publicó su primer informe, Mao aparecía en la lista de los inversores originales. ¿Cómo pudo reunir el capital necesa- rio para invertir en la librería? ¿Acaso recibió una considerable herencia en forma de tierras y de beneficios en metálico de las empresas comerciales de su padre? Si así fuera, ello explicaría el hecho de que en 1920 Mao no tuviera aparentemente nin- gún problema económico durante su estancia en Pekín y su viaje en tren a Shanghai, problemas que sin embargo lo acosa- ron en 1919. A pesar de que no recibía un sueldo como ge- rente de la librería, Mao conservaba su salario como director de la escuela primaria. Además, tras su regreso de Changsha en julio, Mao comenzó a liderar enérgicamente la indepen- dencia de Hunan, causa abrazada con fervor por muchos adi- nerados hombres de negocios y por el nuevo gobernador de la provincia, Tan Yankai. Pero el apoyo de Mao provenía de un amplio espectro: además de los principales comerciantes loca- les, Mao mencionaba al marxista Li Dazhao, de Pekín, como a uno de los «avalistas de crédito», quien convenció a los distri- buidores locales de libros y revistas para que renunciaran a co- brarles las cantidades en depósito que eran usuales. A todo ello hay que sumar el hecho curioso de que la li- brería regentada por la Sociedad Cultural del Libro no estu- 62 viera emplazada en un recinto situado en territorio chino en Changsha, como habían planeado al principio, ni en la sede de la sección de educación del ayuntamiento, como alguien había sugerido, sino en un local alquilado a la escuela de me- dicina Hunan- Yale, una sucursal de la Universidad de Yale en China implantada en la ciudad. El avalista del alquiler —que fue anunciado públicamente en el informe del director- era un conocido líder cultural y educativo de Hunan que tam- bién había invertido en la empresa (al igual que Tao Yi, ami- ga de Mao, que invirtió diez dólares de plata en la empresa, a pesar dé que siempre solía estar en una precaria situación económica). Pero a pesar de su carácter y su estructura, el ne- gocio marchaba bien. De acuerdo con las cifras presentadas por Mao Zedong —por algo insistía su padre en que aprendie- ra contabilidad—, los ingresos por ventas en el primer período financiero anunciado fueron de ciento treinta y seis dólares chinos, mientras que los gastos, incluyendo el alquiler y el equipamiento necesario para empezar el negocio, fueron solo de ciento un dólares chinos. Con un superávit de treinta y cinco dólares por las ventas de Nueva Juventud y de autores como Bertrand Russell, Hu Shi y Kropotkin, la Sociedad Cultural del Libro obtenía beneficios de más de un treinta por ciento. Mao parecía haber encontrado su lugar como hombre de negocios, librero y director de una escuela, y llegaba el mo- mento de pensar en el futuro. Tao Yi era sin duda de espíritu independiente y había sido muy generosa con Mao. Pero Yang Kaihui había regresado a Changsha tras la muerte de su padre y también era considerada como una pionera en los círculos educativos de las mujeres y poseedora de una exce- lente lista de contactos. En el funeral de su padre se realizó una petición pública de ayuda —firmada también por Mao Zedong- para recolectar fondos y ayudar a Yang Kaihui y a su hermano menor, quien parecía haber quedado sin «medios 63 de sustento». Pero, de hecho, su padre era propietario de unas tierras en Changsha y la petición pública estipulaba que el dinero reunido para ayudar al niño «podría »ser destinado a ahorros o empleado como capital para un negocio». En tal si- tuación, ni Mao ni la hija de su profesor se encontraban de- samparados y, además, compartían muchos ideales. A finales de 1929, Mao Zedong y Yang Kaihui comenzaron a vivir juntos. 64 4 EL COMPROMISO CON EL PARTIDO s La primera mención extensa que hace Mao en sus escritos de Lenin, el líder de la Revolución rusa, la encontramos en un artículo publicado en septiembre de 1920. Sorprendente- mente, el contexto en que aparece mencionado es el de la in- dependencia de Hunan, de la cual Mao se había convertido en un enérgico portavoz. Mao defendía que el tamaño y el poder aparentes de China siempre habían sido engañosos: analizándolo con más detalle se podía comprobar que China había sido «sólida en su parte superior pero hueca en su parte inferior; pomposa en su superficie pero insensible y corrupta en su interior». Prueba de ello era la farsa que constituían los actuales intentos de China por demostrar que era una Repú- blica. Lo que verdaderamente se necesitaba era que, a partir de un sistema social integrado, surgieran organizaciones polí- ticas efectivas. Tal sistema social solo podría arraigarse inicial- mente en «pequeñas localidades», y en tales comunidades lo- cales «son los ciudadanos, individualmente, quienes formarían parte de la fundación de la ciudadanía como un todo». Según Mao, este proceso debía ser un acto de voluntariedad: «Si se forzara la construcción de tal ciudadanía no se conseguiría nada». En ese punto Mao hacía referencia a las discusiones so- bre marxismo a las que había asistido en Pekín, pero sugería 65 que algunos de dichos argumentos carecían de fundamento. La gente había utilizado el ejemplo de Lenin, escribió Mao, para argüir que «las organizaciones políticas pueden reformar las organizaciones sociales» y que «las fuerzas agrupadas pue- den transformar al individuo». Mao creía que el ejemplo de Lenin en Rusia era un caso especial que no podía ser aplicado directamente en China. Para empezar, Lenin había confiado en que «millones de miembros del partido» siguieran su «ca- mino sin precedente hacia la revolución popular que signifi- caba un cambio radical de los partidos reaccionarios y acaba- ba para siempre con las clases altas y medias». Lenin contaba con una ideología pensada hasta en los más mínimos detalles -el bolchevismo- y con un «partido de masas fiable» que eje- cutaba sus Órdenes «con tanta naturalidad como corre el agua». Los campesinos rusos respondieron a su vez a su llama- miento revolucionario. Mao escribió que «si llegara a haber en China una revolución general y completa» contaría con su apoyo. Pero sabía que por el momento no era posible. Por di- cha razón dedicaría sus esfuerzos a trabajar por una República de Hunan «que resplandezca como el sol». Los acontecimientos, sin embargo, alejaban progresiva- mente a China de la federación de provincias que Mao con- templaba. Parte del problema estribaba en el hecho de que Hunan no era una provincia unida. Pocos meses después del regreso de Mao a Changsha desde Shanghai, se desencadena- ron luchas de poder entre caciques rivales que combatían por el control de la provincia; aunque la provincia declaró for- malmente su independencia en noviembre de 1920 y pro- mulgó su propia Constitución en la que se otorgaban com- pletos derechos civiles a las mujeres, la asamblea de Hunan nunca consiguió establecer una completa jurisdicción inde- pendiente. Igualmente decisivos fueron los acontecimientos en la Unión Soviética. En marzo de 1919 Lenin convocó el primer encuentro de la Tercera Internacional para reemplazar 66 a la Segunda Internacional que se había desintegrado durante la primera guerra mundial. Esta nueva Internacional —cono- cida como el Komintern- sería el brazo global del Partido Comunista soviético y promovería la revolución fuera de las fronteras, no solo para propagar la causa de los proletarios del mundo, sino para fortalecer las propias defensas de la Unión Soviética. Durante la primavera de 1920 llegaron a China los primeros agentes del Komintern (uno de ellos era un chino criado en Siberia que actuaba de intérprete) para acelerar la formación del Partido Comunista Chino. El grupo soviético identificó rápidamente a los editores de Nueva Juventud, Li Dazhao y Chen Duxiu, como los dos intelectuales chinos más prominentes interesados en el marxismo. Tras entablar contacto en Pekín con Li, viajaron a Shanghai para visitar a Chen. Aunque los agentes soviéticos no conocieron a Mao ni en Pekín ni en Shanghai, pues Mao había ya regresado a Changsha en agosto de 1920 cuando se creó en Shanghai la primera «célula» comunista, ni él ni ninguno de sus compa- ñeros de Hunan habían causado nunca ninguna impresión entre el núcleo central de los líderes radicales como para que incluyeran a Changsha entre las seis ciudades donde se for- marían otras «células» comunistas. (Las otras cuatro ciudades eran Pekín, Wuhan, Jinan, en la provincia de Shandong, y Cantón). El primer «Manifiesto» del Partido Comunista Chino apa- reció en Shanghai en noviembre de 1920, pero no hay prue- bas de que Mao tuviera conocimiento de él inmediatamente. A partir de una serie de cartas que Mao escribió en esta épo- ca a varios amigos dispersos en diferentes puntos de China y en Francia sabemos que se encontraba dedicado frenética- mente a sus tareas de enseñanza, a la Sociedad Popular de Es- tudio y a la Sociedad Cultural del Libro, iniciando un «club de alquiler de libros para lectores» y coordinando la lucha por la independencia de Hunan. Mao no menciona el Manifiesto 67 en ninguna de sus cartas de noviembre, así que es poco pro- bable que lo hubiera visto o que hubiera intervenido en su redacción. A una estudiante de Changsha que se encontraba entonces en Francia le expresa el pesimismo acerca de la ca- pacidad del pueblo de Hunan para cambiar, pero también añade una reflexión filosófica: «Mi profesión es la educación y ya me he hecho la idea de quedarme en Hunan otros dos años». Mao también reflexionaba profundamente acerca de las hipocresías y los compromisos de lo que, en una carta sin- cera, denomina el tipo de matrimonio «capitalista» en el que se combinaban el temor y la «violación legalizada». En carta del 26 de noviembre a otro amigo expresa su idea de que la finalidad más noble debería consistir en desarrollar una unión provechosa basada en «el concepto más razonable, que es el amor libre». Y añade: «Hace tiempo que he decidido no su- marme a esa brigada de violadores. Si no estás de acuerdo conmigo te agradecería que me expresaras por escrito tus ar- gumentos en contra». El Manifiesto Comunista Chino de 1920 —como una caja de resonancia de sus orígenes en el Komintern— era un docu- mento lleno de formulismos heredados a nivel teórico sin ninguna clase de vínculo con las realidades de la sociedad chi- na. Las ideas del partido que se proclamaban eran «la propie- dad y empleo común y social de los medios de producción», la abolición del estado y la formación de una sociedad sin cla- ses. Los objetivos consistían en derribar el capitalismo me- diante la lucha de clases. La tarea inmediata del Partido Co- munista consistía en fortalecer las fuerzas anticapitalistas y «organizar y concentrar» las fuerzas de la lucha de clases: tra- bajadores, campesinos, soldados, marineros y estudiantes eran señalados como las tropas que debían ser movilizadas. Se pre- veía una «federación general de asociaciones industriales» como una herramienta primordial de este proceso.. Una huel- ga general final llevaría por fin a la derrota de los capitalistas y 68 a la formación de la dictadura del proletariado, bajo cuyo li- derazgo continuaría la lucha de clases contra «las fuerzas resi- duales del capitalismo». A pesar de la imprecisión del lenguaje, los asuntos tratados eran de gran importancia, y sabemos que incluso antes de lle- gar a ver el Manifiesto, Mao había comenzado a discutir tales temas en su correspondencia con algunos de sus amigos de Changsha que ahora se encontraban en el programa de trabajo- estudio en Francia. En dos cartas significativamente extensas y detalladas, una del 1.° de diciembre de 1920 y otra del 21 de enero de 1921, Mao discute los dos diferentes puntos de vista en que los estudiantes chinos en Francia se habían divi- dido acerca del futuro de China. Un grupo propugnaba la teoría de que la dictadura del proletariado y la necesidad de una violenta lucha de clases, el anarquismo, no funcionarían ya que las fuerzas reaccionarias eran demasiado poderosas. Se- gún este grupo era necesario un Partido Comunista fuerte que hiciera el papel de «iniciador, propagandista, vanguardia y cuartel general operativo del movimiento revolucionario». El otro grupo proponía una «revolución moderada» sobre prin- cipios evolutivos, impulsada por la mejora de la educación, centrada en el bienestar del pueblo y llevada a cabo mediante los sindicatos y las cooperativas. Mao se encontraba entre dos aguas: «En principio estoy de acuerdo con las ideas que pro- ponen conseguir el bienestar de todos mediante métodos pa- cíficos, pero no creo que funcione en la realidad». Mao había escuchado al filósofo inglés Bertrand Russell cuando llegó a Changsha el 1.2 de noviembre de 1920 y habló en favor del comunismo pero en contra de «la guerra y las revoluciones sangrientas»; Mao mantuvo tensas discusiones cOn sus ami- gos acerca de la conferencia y acabó declarando: «Todo eso está muy bien en el campo de la teoría pero no puede llevar- se a cabo en la realidad». Una revolución como la Revolu- ción rusa era, desde luego, un «último recurso» para China, 69 pero quizá no habría más remedio, a tenor de los aconteci- mientos. j Idénticos argumentos fueron tema constantę de discusión en las reuniones celebradas en Changsha por la Sociedad Po- pular de Estudio, cuyos miembros se dedicaban mayoritaria- mente a la educación. Además de él mismo, entre los asisten- tes habituales en diciembre de 1920 (según se recoge en uno de los minuciosos y ordenados informes de Mao) se encon- traban tres profesoras de la escuela femenina Zhounan, tres colaboradores del Periódico Popular para un grupo llamado «Libros y trabajos populares», dos profesores de enseñanza primaria y dos trabajadores de la Sociedad Cultural del Libro; el resto se componía de estudiantes: seis de ellos asistían a es- cuelas de enseñanza media, uno a la Facultad de Medicina Hunan-Yale y el último, autodidacta. No había entre ellos obreros, granjeros ni comerciantes. El propio Mao tenía la impresión de que este grupo adolecía de «alguna inmadurez» y mostraba cierto «infantilismo en el comportamiento y las ideas»; algunos de ellos eran muy «proclives a apoyar y em- prender causas irreflexivamente». Él mismo no estaba exento de crítica. Sabía muy bien que era «débil de carácter», como le confió a un amigo en enero de 1921. «Siempre mantengo una actitud equivocada y me paso el tiempo discutiendo, así que la gente me detesta.» Pero cuando aquel mismo mes Mao convocó una larga reunión de la Sociedad Cultural del Libro y propuso una votación sobre las opciones políticas, doce miembros, incluyendo a Mao y a Tao Yi, votaron por el bol- chevismo, uno votó a favor del comunismo moderado (estilo Russell) y dos por la democracia parlamentaria. También ha- bló Tao Yi en favor de que se concentraran en el trabajo ideológico dentro del ejército en lugar de poner las esperan- zas en la educación a través de toda la sociedad en su conjun- to. (Yang Kaihui no aparece mencionada entre los asistentes a la reunión.) 70 Mientras los agentes del primer Komintern seguían explo- rando las posibilidades en China, Lenin convocó el Segundo Congreso del Komintern. A pesar de las radicales diferencias de interpretación sobre las posibilidades en China y sobre qué tipo de ofganización sería más operativa, en el congreso se decidió enviar al comunista holandés Sneevliet (que operaba bajo el seudónimo de Maring) a China —especificamente a Shanghai- para investigar la situación tanto allí como en otros puntos de Asia. Aunque la decisión se tomó en agosto de 1920, debido a diversos problemas de organización, Maring no partió hacia China hasta abril de 1921. Las instrucciones que había recibido eran confusas y contradictorias. Siguiendo las directrices del actual Komintern, Maring debía alentar a los comunistas chinos a «unirse» a la burguesía en interés de la revolución nacional, dejando al mismo tiempo abierto el ca- mino para que se desarrollara una organización proletaria fuerte que pudiera con el tiempo «derrotar» a la burguesía. Para todos los gastos de su viaje a China Maring recibió cua- tro mil libras esterlinas, de las cuales utilizó inmediatamente dos mil para gastos de su esposa y otras obligaciones políticas. Tras perder otras seiscientas libras de sus fondos en la quiebra de un banco, a Maring le quedaron exactamente mil cuatro- cientas libras para afrontar aquella expedición revolucionaria. En abril de 1921 tomó un tren hacia Berlín, consiguió el vi- sado para China en Viena y desde allí viajó a Venecia, donde un barco de pasaje se disponía a partir en dirección a China. Maring arribó a Shanghai el 3 de junio y alquiló unas ha- bitaciones a una propietaria rusa en el Complejo Internacio- nal. Pocos días después contactó con un tal Nikolsky, otro re- presentante del Komintern que había sido enviado desde Irkutsk. Aunque los detalles no están claros, parece ser que Maring coordinaba su trabajo con las células comunistas de Shanghai y Pekín -que ya habían iniciado los preparativos para celebrar una conferencia comunista— y que se habían enviado 71 cartas a comunistas de otras cuatro ciudades donde se habían formado células, así como a un comunista residente en Japón y a otro no afiliado que vivía en Hong Kong. Así fue como, tras diversos aplazamientos y contratiempos, quince represen- tantes (trece chinos más dos representantes del Komintern) se reunieron en Shanghai para celebrar el Primer Congreso del Partido Comunista Chino el 23 de julio de 1921. Estos quin- ce asistentes representaban a los cincuenta y tres comunistas chinos afiliados, de un modo u otro, al partido. Mao era uno de los dos miembros de la célula de Chang- sha invitados a asistir, un hecho que resultaría crucial en su posterior carrera revolucionaria. Pero ¿por qué fue elegido? La respuesta no es concluyente. Como hemos visto, Mao co- nocía bastante bien a los fundadores del partido, Li Dazhao y Chen Duxiu, y se había labrado un nombre en los círculos universitarios de Changsha. También conocía a los Yang y a un círculo bastante amplio de personajes influyentes de Hu- nan. Pero carecía de una formación estricta en la ideología socialista, y no será hasta enero de 1920 que mencione por primera vez en sus escritos «la concepción materialista de la historia». El interés de Mao por el marxismo proviene, por una parte, de la correspondencia que mantenía con sus ami- gos en Francia, algunos de los cuales se habían unido allí a la Liga Comunista, y por otra, de la lectura de una nueva revis- ta, El Comunista, fundada en Shanghai y publicada mensual- mente como boletín clandestino durante siete números entre noviembre de 1920 y julio de 1921. Mao declaró que admi- raba la revista por su «posición clara», pero a tenor de los do- cumentos que nos han llegado, no estaba a la venta en la tien- da de la Sociedad Cultural del Libro. Mao sabía poco acerca del proletariado, aunque había mencionado alguna vez su in- tención de trabajar como obrero en un astillero o en una fá- brica. En una de las reuniones de la sociedad, en enero de 1921, afirmó que quería «aprender a realizar algún tipo de la- I2 bor manual, como tejer calcetines o hacer pan». Si no fuera así continuaría como profesor, y quizá también como periodista. Sin embargo, el punto fuerte de Mao eran los negocios. La facturación de la Sociedad Cultural del Libro había creci- do prodigiosamente, con ventas de una cada vez más extensa lista de títulos que alcanzaban los cuatro mil cuarenta y nueve dólares chinos y gastos de tres mil novecientos cuarenta y dos dólares durante un período de siete meses, desde septiembre de 1920 hasta finales de marzo de 1921. El negocio se había expandido y ahora incluía siete sucursales de la tienda en sen- dos distritos, cada una con su propia plantilla de empleados (Mao contaba con abrir en poco tiempo sucursales en cada uno de los setenta y siete distritos de Hunan), además de pe- queños puntos de venta en escuelas locales y de otros tres re- gentados por individuos en sus propios domicilios. La oficina principal de la compañía seguía estando en el espacio alquila- do a la Universidad de Hunan- Yale, a pesar de que ya se ha- bía quedado pequeño para tanta gente y Mao buscaba ya otro local mayor y mejor situado en Changsha. Ahora Mao se lla- maba a sí mismo «negociador especial» de la librería, y un amigo suyo de Xiangtan aparecía oficialmente como «admi- nistrador». Además de su indudable habilidad para los nego- cios, hay que tener en cuenta la tremenda energía e iniciativa de Mao, así como la importancia de sus cualidades fisicas. Mao era un joven atractivo: delgado, alto y con grandes ojos tristes. Las fotos de la época lo muestran con una larga cabe- llera peinada hacia atrás desde la frente. Tampoco era alguien a quien le faltaran las palabras. Quizá los intelectuales de Pe- kín y Shanghai, con su sofisticado conocimiento del mundo, encontraban 'algo refrescante en un joven autodidacta de la atrasada provincia de Hunan. E El Primer Congreso del Partido Comunista de Shanghai celebrado en julio de 1921 resultó bastante tenso. Maring, el agente del Komintern, suscitó inmediatamente la antipatía de Y3 la mayoría de los chinos, y sus doctrinarios planes para el fu- turo de China —especialmente la necesidad de aliarse con la burguesía— fueron agriamente rebatidos: dos de los chinos presentes rechazaron de plano la petición de Maring de que le proporcionaran «informes de trabajo». Li Dazhao y Chen Duxiu ni siquiera asistieron al congreso, y las sesiones se vie- ron alteradas. cuando el 30 de julio un extraño llegó al inte- rior de las dependencias donde se celebraba argumentando que se había perdido. Debido a su experiencia en celebrar encuentros clandestinos, Maring ordenó a todos que se dis- persaran previendo una redada de la policía. Así lo hicieron y, poco después, apareció la policía. Los chinos aprovecharon la ocasión para sostener que la presencia de dos extranjeros en el grupo lo hacía más sospechoso. Así pues, la última sesión del congreso se celebró en un barco, sobre las tranquilas aguas del lago Zhejiang, y Maring y Nikolsky no asistieron. Los documentos de este primer congreso jamás fueron publicados, ni siquiera para su distribución interna en el par- tido, y no se ha conservado ningún registro que muestre la importancia de la participación de Mao. En los archivos del Komintern se registró un breve resumen del congreso, aun cuando no tengamos certeza de su autor ni de su fiabilidad. Al parecer, cada una de las células locales procedió a presentar un informe de sus actividades, a resaltar el escaso número de afiliados y la necesidad de expansión. Maring habló de su la- bor en Indonesia y subestimó la necesidad de desarrollar el movimiento obrero en China; Nikolsky describió la funda- ción del Secretariado del Lejano Oriente del Komintern en Irkutsk, así como la situación en el interior de la Unión So- viética. Al parecer, los temas de discusión más importantes se cen- traron en la disyuntiva de romper definitivamente con la so- ciedad burguesa o encontrar un vínculo entre el trabajo abierto y el trabajo en la clandestinidad del partido que le 74 permitiera operar sin trabas en la sociedad. Los delegados del congreso expusieron la idea de que se debía animar a los tra- bajadores a que «se implicaran más» y que tomaran parte en da lucha por la libertad de prensa y de reunión». Una de las «condiciones imprescindibles para el éxito» consistía en la propagación de las teorías comunistas, aunque al mismo tiem- po les parecía «inútil tener esperanzas en construir una nueva sociedad desde dentro del antiguo sistema». Al final, la clase trabajadora tendría que aprender a liberarse ella misma por- que no era posible «forzarla a llevar a cabo la revolución». En el último día del congreso, ya sin la presencia de los represen- tantes del Komintern, los representantes chinos discutieron acerca de las repercusiones de que el proletariado «se aliara con otros partidos y facciones» y acerca de si los caudillos provinciales representaban el mayor enemigo. Tras un «breve pero intenso debate» se acordó la recomendación de que, en el futuro inmediato, el Partido Comunista debía concentrarse en organizar a los trabajadores de las fábricas. La organización de los campesinos y los militares debía esperar hasta que hu- biera más miembros del partido disponibles, miembros que debían ser reclutados entre la clase trabajadora. El «programa» final del partido, en el que todos afirmaron estar de acuerdo, proclamaba que la clase capitalista debía ser derrocada, y que se establecería una sociedad sin clases en China. La maquinaria, la tierra, los edificios y otros medios de producción serían de «propiedad social». No se restringiría la afiliación al partido por el sexo ni por la nacionalidad. Bas- taría con que cada nuevo miembro fuera respaldado por un miembro ya afiliado al partido, y que se realizara una com- probación de sus antecedentes que no debería durar más de dos meses. Las doctrinas y la afiliación al partido serían secre- tas. Cualquier área de China donde hubiera cinco miembros podría formar su propia unidad, llamada «soviet». Los soviets de más de treinta miembros formarían su propio comité eje- 75 cutivo. Las finanzas, la política del partido y las publicaciones serían supervisadas por el Comité Central del Partido, del cual Chen Duxiu sería el secretario general. Mao Zedong regresó a Changsha a principios de agosto de 1921 con el encargo de crear la infraestructura del partido en Hunan. Su primera respuesta ante tal encargo, y siguiendo sus experiencias previas, consistió en anunciar la creación de la Universidad Autodidacta de Hunan el 16 de agosto. Apa- rentemente, dicha institución seguiría la línea de las acade- mias confucianas de estudio de la antigua dinastía, y, de hecho, la sede se estableció en el edificio de una de esas academias de Changsha que habían sido fundadas bajo la dinastía Qing para propagar las ideas de uno de los primeros pensadores nacio- nalistas chinos contrario a la invasión manchú en 1644. La ubicación en dicho lugar se logró gracias a que He Shuheng, profesor universitario y delegado comunista en Hunan junto con Mao, había sido nombrado director de la academia, y el gobierno de Hunan le había concedido una retribución de cuatrocientos dólares chinos. Según declaró Mao, el objetivo de esta nueva universidad consistía en apartarse del «confor- mismo mecánico de los métodos de enseñanza» aún en boga y formar una comunidad completamente «democrática» que «luchara por desentrañar el misterio del aprendizaje» y que fue- ra accesible para todo el mundo. Una serie de «corresponsa- les» designados por la universidad mantendrían a los estudian- tes en contacto con los nuevos avances intelectuales que se produjeran en el mundo (y se mencionaban específicamente las ciudades de Nueva York, Londres, París, Moscú y Tokio) así como en otras universidades de Hunan. Aunque en el lis- tado de los cursos no se mencionaba el marxismo, la universi- dad creó una fachada conveniente para reclutar y reconocer a posibles miembros del Partido Comunista, y los estudiantes matriculados descubrían que podían elegir cursos de teoría marxista-leninista. Un uso parecido se hizo de la campaña de 76 «instrucción litúrgica» patrocinada por la organización de ori- gen norteamericano YMCA (Young Men Catholic Associa- tion) que se estaba llevando a cabo en Changsha en aquellos momentos, cuya difusión se realizaba en auditorios públicos, escuelas, iglesias y hogares particulares, y que permitió a los organizadores comunistas llegar a miles de miembros poten- ciales. En noviembre el Comité Central del Partido menciona en sus informes que Changsha debe reclutar al menos veinte nuevos «camaradas» para formar «comités ejecutivos de distri- to» y cómbinarse con otras áreas para conseguir un mínimo de dos mil miembros de la joven liga socialista. (Probable- mente fue por estas fechas cuando Yang Kaihui se afilió al Partido Comunista.) Igualmente se informaba al distrito de Changsha de que lograran «el control directo de más de un sindicato» y que establecieran «relaciones sólidas» con otros sindicatos. El objetivo a corto plazo era que todos los distritos se unieran para formar un sindicato nacional de trabajadores ferroviarios. De acuerdo con instrucciones tan específicas, Mao ya había comenzado a viajar desde septiembre a las in- mensas minas de carbón de Anyuan que se encuentran al otro lado de la frontera, en la provincia de Jiangxi. Se hacía pasar por turista y hasta llegó a bajar a los pozos y galerías de la mina. En noviembre, Mao pronunció un discurso especial- mente generoso elogiando la Asociación de Trabajadores de Changsha, la cual había puesto en marcha una huelga general el pasado mes de abril, aunque sin la intervención de Mao, ya que, de hecho, estaba controlada por anarquistas de la región de Hunan. La Asociación de Trabajadores estaba destinada a conver- tirse en el centro de la atención de Mao ahora que sus objeti- vos se habían definido tan claramente. La asociación ya con- taba con un gran número de seguidores reclutados entre una amplia variedad de empresas y trabajadores de Hunan: fábri- T cas de hilados, la casa de la moneda, fundiciones de plomo, trabajadores de la construcción, sastres y barberos, maquinis- tas y otros ferroviarios. En enero de 1922 la asociación sirvió de punta de lanza en una huelga general contra la fábrica de hilados de Changsha. El gobernador militar de Hunan (el mismo hombre que fue oficial superior de Mao tras la muer- te de los revolucionarios de la sociedad secreta en 1912) res- pondió enviando tropas con ametralladoras para romper la huelga y mandó decapitar a dos de los líderes estudiantiles que presuntamente habían colaborado con los trabajadores. La proporción de actividades que llevaba a cabo Mao se había ampliado notablemente. En mitad de una interminable labor de organización y de la atención que tenían que prestar continuamente a las instrucciones, a veces contradictorias, del Comité Central del Partido, Mao logró sacar tiempo para es- tar también con Yang Kaihui y formar una familia. Aunque no celebraron ninguna ceremonia, ambos se consideraban ca- sados. Su primer hijo, Anying, nació en octubre de 1922. Pero algo extraño le estaba ocurriendo a Mao. El mismo jo- ven que tanto había luchado contra la naturaleza autocrática de su padre, que odiaba y despreciaba los ritos del matrimo- nio burgués y había encontrado la felicidad en una relación de amor libre; el mismo que siempre buscó la libertad de es- píritu y la oportunidad de evolucionar y cambiar; ese mismo joven había aceptado voluntariamente, a los veintiséis años, un grado de control disciplinado mucho mayor por parte del Partido Comunista del que jamás conoció antes en su vida. 78 5 TRABAJADORES Y CAMPESINOS A principios de 1921 Mao era todavía un político aficiona- do. A las reuniones en la Sociedad Popular de Estudio, las cuales solía presidir, asistían gran cantidad de maestros con sus estudiantes, quienes parecían estar sumamente interesados en los problemas planteados, tales como si sería bueno fundar un restaurante que sirviera comida barata para los trabajadores locales o si su objetivo debía consistir en «transformar China» o en «transformar China y el mundo». A finales de 1922, sin embargo, Mao ya comenzaba a comportarse como un orga- nizador revolucionario profesional y a aprender a coordinar huelgas importantes que afectaban las vidas de decenas de mi- les de trabajadores. La primera de estas huelgas fue la de los trabajadores de la construcción y de los carpinteros, que hasta entonces habían estado organizados en gremios tradicionales. En el emplaza- miento de la Universidad Autodidacta en Changsha, Mao lle- gó a conocer a algunos de los carpinteros que se dedicaban a la reparación de los viejos edificios. Habló con ellos acerca de sus contratos laborales y de sus niveles salariales y consiguió convencer a uno de los carpinteros de que se afiliara al Parti- do Comunista. La elección fue buena, y el carpintero esco- gido se reveló como un líder natural y un brillante organiza- 7 dor. En septiembre y octubre de 1922, trabajando codo con codo con Mao, a quien el partido había concedido el rim- bombante título de Secretario de la Oficina de Hunan del Secretariado de la Organización Laboral China, el carpintero encabezó una serie de protestas, manifestaciones y paros labo- rales que provocaron un aumento importante del salario mí- nimo por hora de los trabajadores. Otra huelga importante tuvo lugar en noviembre de 1922, esta vez de los trabajadores de composición de tipos de plomo y de los impresores, unidos desde 1920 en un único sindicato pero que poco después se dividieron según sus especialidades: litógrafos, operarios de prensas, impresores y tipógrafos. Mao era ya bien conocido en Changsha por su capacidad organi- zativa pero aún no se le tenía por un peligroso radical. La prueba está en que durante los acuerdos para acabar con la huelga, los propietarios del periódico solicitaron su interven- ción como «mediador». En tal papel, y contando con la po- tente solidaridad de los trabajadores que lo apoyaban, su in- tervención resultó crucial para ganar todas sus demandas. En uno de sus detallados resúmenes repletos de datos y ci- fras sobre la situación política del momento, informes que se habían convertido en uno de sus rasgos distintivos, Mao esti- maba que a principios de 1923 había veintitrés organizacio- nes de trabajadores de consideración en Hunan, con una afi- lación global de alrededor de treinta mil trabajadores. En el mismo período se registraron diez huelgas, nueve de las cua- les resultaron «victoriosas o semivictoriosas», y en las cuales participaron unos veintidós mil doscientos cincuenta trabaja- dores. Además de las dos organizaciones sindicales menciona- das anteriormente, Mao incluía en su lista de organizaciones de trabajadores a los mineros (de las minas de carbón, zinc y plomo), los ferroviarios, los mecánicos, los trabajadores de la casa de la moneda, de la industria textil, de las fíbricas de seda, de las fábricas de calzado, los electricistas, los barberos y 80 los taxistas de rickshaw. El propio Mao había estado involucra- do en la preparación de los planes estratégicos de varias de estas huelgas, algunas de las cuales habían sido encabezadas y dirigidas por sus antiguos compañeros de estudios de Chang- sha que ya habían regresado de su estancia dedicada al trabajo y el estudio en Francia (donde algunos de ellos se habían ya afiliado a la Liga de la Juventud Comunista o al Partido Co- munista). Los dos hermanos pequeños de Mao también de- sempeñaron un papel muy activo durante las huelgas, uno como organizador de cooperativas entre los mineros del car- bón, y él otro en el club de los trabajadores en las minas de hierro. Y la mujer de Mao, Yang Kaihui, aunque embarazada de su primer hijo, había estado trabajando con los campesinos asentados en las áreas próximas a donde se habían producido las huelgas de mineros, ayudando a presionar en favor de los derechos de la mujer y de mejores instalaciones sanitarias. Era un historial familiar impresionante. Pero para la política general del Partido Comunista, el ac- tivismo político en Hunan no era una pieza clave. El Partido Comunista Chino, siguiendo órdenes del Komintern y bajo la supervisión directa de Maring, que seguía en China, se vio empujado a una alianza con el Partido Nacionalista de Sun Yat-sen, el Kuomintang. Lo más probable es que Mao se en- contrara entre los comunistas que veían peligrosa tal alianza: Mao había aprendido que los trabajadores creaban sus propias redes de solidaridad frente a las fuerzas de la burguesía, e in- cluso frente a los extranjeros, a pesar de que la oposición de los militaristas que podían ser quienes acabaran más brutal- mente con una huelga- era impredecible y ya había causado estragos en Hunan. También hay que tener en cuenta que, como uno de los miembros pioneros del partido, Mao no po- día permitirse protestar públicamente. Sin embargo, Chen Duxiu, a quien tanto admiraba Mao, no tenía tales inhibicio- nes. Chen elaboró una lista de las razones por las cuales los 81 comunistas deberían oponerse a la alianza con los nacionalis- tas propuesta por Maring. Entre otras, argumentaba que los dos partidos tenían objetivos y políticas completamente dife- rentes, y que los nacionalistas del Kuomintang cooperaban de manera activa con Estados Unidos y con los caudillos milita- res del norte de China, así como con políticos projaponeses corruptos. Si se unían a ellos, aducía Chen, alejarían a los jó- venes de su'«fe» en el Partido Comunista. Chen añadía que los nacionalistas no eran tolerantes con las ideas de los nuevos miembros y «empleaban lą mentira para conseguir poder». El Segundo Congreso del Partido Comunista, donde se discutieron estos y otros temas cruciales concernientes al pa- pel del proletariado en el curso de las luchas actuales, se cele- bró en Shanghai del 16 al 23 de julio de 1922. Seguramente Mao fue invitado a asistir, dado que había participado en el Primer Congreso y desde entonces había ocupado con éxito la dirección de la secretaría de asuntos laborales de Hunan. Y sin embargo no asistió a ninguna de las reuniones. La única explicación plausible que ofreció muchos años después fue curiosa e incompleta: «Olvidé el nombre del lugar donde se celebraba, no pude encontrar a ningún camarada y no pude ir». A pesar de que ya anteriormente había reconocido ser una persona bastante distraída (en una ocasión le reconoció a su corresponsal epistolar que había perdido su carta mientras la leía), la explicación sigue pareciendo bastante extraña. En esa época Mao conocía bien Shanghai después de tres estan- cias en la ciudad, dos de ellas bastante largas, y tenía muchos contactos en el Partido. Por otro lado, se podría argumentar que Shanghai era una ciudad enorme subdividida en muchos sectores, además de dos barrios internacionales; Yang Kaihui estaba embarazada de cinco meses; él había estado trabajando en exceso durante mucho tiempo; y algunos otros delegados tampoco llegaron a asistir al congreso, incluidos Li Dazhao y toda la delegación de Cantón. Los doce delegados que pudie- 82 ron asistir llegaron a un consenso suficiente para decidir acer- ca de la alianza con la burguesía y elaboraron una declaración en que acordaban cooperar con Sun Yat-sen y otros dirigen- tes del Partido Nacionalista o Kuomintang. Existían varias razones que apoyaban esta decisión, además de la lealtad del partido a las decisiones de Moscú. Una gran huelga de los marineros en Hong Kong en la que participa- ron activamente miembros del Partido Nacionalista acabó triunfalmente en favor de los trabajadores en mayo de 1922, elevando el prestigio del Kuomintang como una organiza- ción revolucionaria. A pesar de sus éxitos, el Partido Comu- nista seguía siendo peligrosamente pequeño: los doce delega- dos de 1922 representaban a una militancia total en China de ciento noventa y cinco, cifra que se había cuadruplicado des- de el año anterior pero que no significaba un número impre- sionante de miembros. Además, de los ciento noventa y cinco afiliados, solo una treintena de ellos eran trabajadores. Tam- bién hay que tener en cuenta que el Partido Comunista Chi- no apenas tenía fondos. La mayoría de los miembros no tenía trabajo ni fuentes de ingresos. Los gastos de los Órganos cen- trales del partido durante el otoño y el invierno de 1921 a 1922 ascendieron a diecisiete mil quinientos dólares chinos, de los cuales el Komintern aportó dieciséis mil seiscientos se- senta y cinco dólares, y se esperaba que el presupuesto pro- yectado para el año siguiente proviniera igualmente del Ko- mintern. Pero no sería hasta otra reunión convocada por Maring en Hangzhou, en agosto de 1922, cuando se decidió la obligatoriedad de que los comunistas se afiliaran al Partido Nacionalista como «un bloque dentro del partido», según se denominó. Muchos de los dirigentes comunistas se afiliaron inmediatamente, incluidos Li Dazhao y Chen Duxiu, a pesar de sus reticencias previas. Pero, al parecer, Mao retrasó su afi- liación hasta finales de 1923. Es posible que la decisión final tuviera que ver con la brutal represión de la huelga del sindi- 83 cato de ferroviarios en febrero de 1923 por parte de un cau- dillo del norte, huelga en la que los comunistas habían depo- sitado muchas esperanzas. Muchos trabajadores fueron asesi- nados y el líder del sindicato fue decapitado públicamente. Quedaba claro que los peligros que acechaban a los huelguis- tas por parte de los militaristas se habían extendido por todo el país y Hunan no era diferente de cualquier otro lugar. En el verano de 1923 Mao era ya un miembro confirmado del Partido Nacionalista. Pero a pesar de la nueva alianza, el cre- cimiento de los comunistas continuaba siendo lento y dificil; la afiliación del partido solo se incrementó hasta cuatrocien- tos veinte miembros en junio de 1923, de los cuales treinta y siete eran mujeres, ciento sesenta y cuatro trabajadores y diez se encontraban en la cárcel. La trayectoria de Mao comenzó a cambiar por aquel en- tonces cuando se vio envuelto en la vorágine de la política ofi- cial. Con Yang Kaihui embarazada de nuevo en la primavera de 1923, Mao tuvo que abandonar su hogar en junio para asis- tir al Tercer Congreso del Partido Comunista. En esta ocasión se celebró en Cantón (Mao no se perdió esta vez, a pesar de no haber pisado nunca antes la ciudad) y cumplió con su deber apoyando las propuestas de continuar la alianza con el Kuo- mintang. Fue elegido miembro del Comité Central Ejecutivo que gobernaba el Partido Comunista y nombrado director del departamento de organización del partido. Aunque era un gran paso en sus aspiraciones, el segundo nombramiento era problemático para su vida familiar, ya que Mao tenía que tras- ladarse a Shanghai, adonde llegó en el mes de julio. De Changsha llegaban noticias alarmantes: un nuevo militarista se había hecho con el poder de la ciudad y en Hunan se estaban alcanzando nuevos niveles de violencia, se habían cerrado muchas escuelas y algunos de los sindicatos que Mao había ayudado a fundar el año anterior habían sido prohibidos. Ahora, como portavoz del partido, Mao cambia radicalmente 84 la postura que había mantenido hasta entonces acerca de la in- dependencia de Hunan y escribe: «Siempre nos hemos opues- to a una federación de provincias autónomas», basándose en el hecho de que se convertiría simplemente en «una federación de gobiernos militares con sus regímenes separatistas». En septiembre de 1923 Mao sale de Shanghai para reunir- se con su esposa y llega a Changsha el día 16 de ese mismo mes. Al llegar se encontró con dos ejércitos enfrentados ante el río Xiang. Estaba tan preocupado por la seguridad de su fa- milia que desvió toda su correspondencia a través cle wm Co- rreo privado y pidió a sus amigos que le escribieran a un nombre falso. Mao también se dio cuenta pronto de que no podía afrontar económicamente las tareas que le habían sido encomendadas. Comunicó a sus contactos del Partido Nacio- nalista que necesitaría al menos cien dólares chinos al mes para financiar la campaña que habían planeado en Changsha y para alquilar un local adecuado para las oficinas. Fue en estas desalentadoras circunstancias cuando nació el segundo hijo de Mao y Yang Kaihui, alrededor de noviembre de 1923: otro varón a quien llamaron Anqing. Mao permaneció con Yang Kaihui hasta diciembre, sin asistir a las reuniones del Comité Central Ejecutivo del Parti- do Comunista en las que debía participar en Shanghai. En lugar de ello envió al comité un informe pesimista sobre la si- tuación en Hunan. Mao señalaba en el informe que las orga- nizaciones campesinas (que hasta el momento habían alcanza- do una militancia de diez mil campesinos en el área al sur de Changsha) dirigidas por la Liga de la Juventud Comunista ha- bían sido aplastadas debido, por una parte, a una política ex- tremista de «agitación económica» que había distanciado in- cluso a los campesinos moderadamente prósperos y, por otra, a la contraofensiva de las tropas militaristas. En los últimos cuatro meses tan solo catorce personas se habían afiliado al Partido Comunista en Changsha, y otras treinta lo habían he- 85 cho en los focos de huelga alrededor de la ciudad. Los cierres generalizados de fábricas en Changsha debido a la continua lucha entre huelguistas y militaristas, habíarl empobrecido a los trabajadores, y todos los clubes de trabajadores habían ce- rrado o se encontraban completamente inactivos. Pero aun cuando los dirigentes del partido excusaron la ausencia de Mao en diciembre, llegaron nuevas Órdenes del Komintern para forjar un nuevo Frente Unido con el Kuo- mintang que hicieron obligatoria su asistencia al Primer Con- greso Nacional del Kuomintang; previsto para enero de 1924 en Cantón. Mao debió de pensar que no le quedaba más re- medio que asistir. Pero Yang Kaihui, miembro también del Partido Comunista, creía firmemente que el deber de Mao consistía en permanecer con ella y con sus dos hijos, de catorce meses y un mes respectivamente, en una ciudad azotada por la guerra. Aunque no nos han llegado cartas personales de esta época entre Mao y Yang, Mao había seguido fiel a su amor por la poesía china desde sus tiempos de estudiante y se valía de poemas para expresar sus emociones personales a sus amigos intimos. Es en uno de estos poemas dedicado a Yang Kaihui, fechado en diciembre de 1923, en el que, a pesar de su métrica clásica y sus referencias a otros poemas del canon clásico, nos proporciona una clara idea de las complejas emociones de Mao en un momento tan dificil de la vida de la pareja: Te digo adiós con un gesto y emprendo mi viaje. Nuestras miradas desoladas empeoran las cosas y resaltan nuestras sensaciones de amargura. Tus ojos y entrecejo reflejan la tensión del momento, mientras retienes las tibias lágrimas que pugnan por fluir. Sé que has malentendido nuestras últimas palabras; ante nuestras miradas pasan nubarrones y niebla, aun cuando creíamos que nadie conocía al otro tan bien como tú y yo. 86 Cuando la gente siente tal dolor, ¿lo sabe el cielo? Al amanecer, espesa escarcha en el camino a la Puerta del Este, una borrosa luna y medio cielo reflejado en nuestro pedazo de estanque. Ambos son un eco de nuestra desolación. El sonido del silbato del tren me traspasa por entero. Desde ahora estaré siempre solo. Te ruego que cortes estos enredados lazos de emoción. Me gustaría ser simplemente un vagabundo errante, y no tener nada que ver con los suspiros de amantes. Las montañas están a punto de desmoronarse. Nubes cruzan el cielo. La estancia de Mao en Cantón en 1924 fue frenética. Tomó parte en los debates clave sobre la situación política, se fami- liarizó con las nuevas figuras de la escena política y mostró una gran habilidad para concentrar una discusión y llevarla a votación de un modo efectivo a través del consenso. “Tras el congreso, Mao fue elegido como miembro suplente del pro- pio Comité Central Ejecutivo del Kuomintang y asistió a cuatro reuniones sucesivas de la Secretaría Central del Kuo- mintang, aportando constructivas sugerencias acerca de pro- cedimientos de financiación y administración. Desde febrero hasta el otoño de 1924 Mao permaneció instalado en Shan- ghai alternando cargos de responsabilidad en el Kuomintang (donde era también el secretario que tomaba acta de las reu- niones) y en el Partido Comunista; gran parte de su trabajo se concentraba en la tarea de hacer realidad el Frente Unido, de- finiendo el papel que los miembros de cada partido debían ocupar en los procedimientos del otro, una tarea delicada y agotadora que al mismo tiempo se prestaba a malentendidos por ambas partes. En junio de 1924 Yang Kaihui se reunió 87 con él en Shanghai, al menos durante una temporada. (Ahora contaban con una niñera que los ayudaba con sus dos hijos.) En el mes de julio Mao ya había llegado a' convencerse de que la alianza del Kuomintang con los comunistas no podría mantenerse mucho tiempo más. Junto con Chen Duxiu fir- mó un informe dirigido a los comunistas en el que los urgía a considerar la posibilidad de retirarse de la coalición. Según dicho informe, el ala derecha del Kuomintang estaba ganan- do terreno y pretendía aplacar a los militaristas y a los comer- ciantes mediante la supresión delos movimientos de trabaja- dores y campesinos. El 10 de septiembre Mao firmó una segunda circular dedicada a los caudillos de China central, y en noviembre una tercera acerca del trabajo del partido y la política en relación con Sun Yat-sen. Pero en diciembre, sin previo aviso, Mao se retira completamente y regresa a Chang- sha. En febrero de 1925 realiza un viaje a zonas más rurales y vuelve a su pueblo natal de Shaoshan, en el distrito de Xiang- tan. Durante un año deja de asistir a las reuniones de ambos partidos y se le fueron retirando progresivamente sus cargos en los comités a los que pertenecía. Mao informó a sus superiores comunistas que estaba ago- tado, y no hay razones para dudar de su palabra. También puede suponerse que deseaba pasar más tiempo con su fami- lia. Una tercera razón aunque no queda claro dónde situarla entre las otras dos— tiene que ver con el deseo de Mao de tra- bajar con los campesinos de su propia tierra, de quienes co- nocía sus costumbres y su dialecto, sus tragedias y sus espe- ranzas. Una conclusión de esta última razón podría ser que Mao quisiera construir una base propia en una región defini- da y rodeado de gente de confianza a la que comprendía. Si bien el Komintern y el Partido Comunista (e incluso el Kuo- mintang) habían abrazado la causa de la liberación de los campesinos, aunque de manera bastante abstracta y retórica, esas tomas de posición no servían para tratar de entender la 88 China rural, mientras que él la conocía más profundamente. Por toda China, especialmente en la costa del sudeste, otros pioneros se habían embarcado en la formación de asociacio- nes de campesinos y cooperativas o habían comenzado a pre- sionar para liberarse de contratos leoninos de arrendamiento de tierras, o incluso de redistribución de tierras. Yang Kaihui probablemente compartía esos intereses y ya se habían reali- zado varios experimentos al respecto en Hunan. El alcance -y el fracaso— de tales experimentos ya habían sido expuestos por Mao (in absentia) al Comité Central Ejecutivo a finales denl 9285s Durante esta época Mao no escribió sobre sus experiencias en el campo, y cesaron por completo sus habituales informes de carácter periodístico. Parecía como si finalmente hubiera abandonado las aspiraciones juveniles de convertirse en perio- dista y profesor que ya en 1921 había declarado como sus am- biciones personales en las reuniones de la Sociedad Popular de Estudio. Desde diciembre de 1924 a octubre de 1925 el silen- cio es absoluto; pero aquel mes de octubre regresó de impro- viso a Guangzhou y reanudó de nuevo su trabajo, en esta oca- sión en el departamento de propaganda del Kuomintang. Sus opiniones volvieron a ser a favor del Frente Unido, contra el imperialismo y los militaristas, y a favor de la revolución social del proletariado. En enero de 1926 se le solicitó que incluyera sus opiniones sobre los campesinos en el contexto de un in- forme conjunto presentado ante el Congreso del Kuomin- tang, pero aún tenemos pocas noticias sobre sus reflexiones acerca del tema o de sus propias experiencias en Hunan. En- tonces, el 14 de febrero de 1926 Mao envió una breve nota a la secretaría del Kuomintang en la que declaraba que su «pade- cimiento mental» se había «intensificado» y solicitaba la baja durante dos semanas. Le sustituiría Shen Yanbing (quien más adelante, bajo el seudónimo de Mao Dun, se convertiría en uno de los más celebrados escritores comunistas). 89 Shen escribiría años más tarde que Mao solicitó la baja para regresar a Hunan y examinar el potencial del movimien- to campesino en la región. Si tal afirmación es cierta nos con- firma que el «padecimento mental» era simplemente una excusa, y que su visión política comenzaba a consolidarse. Desde ese momento, el activismo rural de Mao se manifestó de diferentes formas, comenzando con trabajos de propagan- da dirigidos a los comunistas y al Kuomintang, seguido de sus informes acerca del papel de los campesinos chinos en diver- sos escenarios revolucionarios del pasado, y en su regreso a la enseñanza, en esta ocasión como director de curso en el Ins- tituto de Preparación de los Campesinos entre mayo y sep- tiembre de 1926, papel en el que podía combinar su pasión didáctica con la investigación. Las notas de campo de Mao, tomadas en uno de sus viajes de investigación a su tierra natal de Xiangtan en 1926, nos muestran la importancia que concedía a los detalles: al evaluar los ingresos de una familia campesina, no solo calculaba los porcentajes de tierra y de usura sino también el precio y el gasto de tocino, aceite de quemar, té, semillas y abonos, así como los costes y el mante- nimiento de animales de tiro y de aperos de labranza. (Mao subdividía las azadas en tres categorías según su peso y coste.) Nada quedaba fuera de la consideración de Mao: leña y com- bustible, indumentaria y telas tejidas en la casa, abanicos para aventar el grano y cedazos para el arroz. Este período de profundo interés de Mao por inventariar —para poder cambiar— la realidad del campesinado rural de China se superpone con una serie de cambios cruciales en la política de China. El Frente Unido de los comunistas y el Kuomintang parecían progresar día a día y consolidarse aun después de la muerte de cáncer de Sun Yat-sen en 1925. A me- diados de ese mismo año comienzan a producirse manifesta- ciones masivas en contra del imperialismo extranjero, provo- cadas en parte por la muerte de manifestantes civiles chinos 90 por fuerzas británicas que trataban de proteger intereses y vidas extranjeras. Los trabajadores comenzaron a tener una participa- ción importante en la política, y la afiliación al Partido Comu- nista aumentó espectacularmente. Si a principios de 1927 con- taban con menos de un millar de afiliados, en la primavera de 1927 el Partido Comunista se había ampliado a cincuenta y siete mil miembros. Gracias a la ayuda de los consejeros del Komintern y de los jóvenes oficiales graduados de la academia militar que los dos partidos habían establecido en Whampoa, junto a Can- tón, tant los comunistas como el Kuomintang expandieron también rápidamente su base de personal militar. Chiang Kai-shek, un consejero de confianza del fallecido Sun Yat- sen, y comandante de la academia militar de Whampoa, emergió inmediatamente como la fuerza dominante de las fuerzas armadas del Kuomintang y reclutó una camarilla de seguidores leales entre los jóvenes oficiales graduados. Á pesar de algunas tensiones ideológicas inevitables, los ejércitos combinados del Kuomintang y los comunistas salieron de Cantón bajo el mando general de Chiang Kai-shek en la pri- mavera de 1926, en una acción conjunta para acabar con el poder de varios regímenes militaristas en China y reunificar el país. Mao fue uno de los llamados por el Frente Unido para or- ganizar las fuerzas de campesinos en las áreas rurales y ayudar a la expedición del norte en su marcha. En agosto de 1926 los ejércitos del Frente Unido habían llegado a Changsha. En otoño evitaron con un rodeo a las fuerzas militaristas que quedaban en Hunan y llegaron al río Yangtsé. Mao participó en la alegría de tales victorias. Pocas situaciones de su vida política podrían compararse al momento en que, el 20 de di- ciembre de 1926, ascendió al estrado del Teatro de la Linter- na Mágica de Changsha ante una multitud enfervorizada de más de trescientas personas y sonó una campana a las dos de o la tarde para anunciar la conferencia del «señor Mao Zedong, nacido en Xiangtan, en la provincia de Hunan. El señor Mao es uno de los dirigentes de la revolución en China, y siempre ha prestado especial atención al movimiento campesino». Como el propio Mao confió a su audiencia antes de iniciar el análisis de los elementos de las clases sociales en la revolución, una experiencia como aquella hubiera sido inconcebible un año antes. El 4 de enero de 1927 Mao comenzó un viaje de un mes por las áreas rurales de Hunan que mejor conocía, incluyen- do los dos distritos de Xiangtan y Xiangxiang, lugares de ori- gen de su padre y de su madre respectivamente. En un infor- me de cuarenta páginas, pletórico de pasión y emoción, que remitió al Partido Comunista a mediados de febrero, Mao describía la toma de poder por parte de los campesinos más pobres y la afrenta de los terratenientes mientras eran forza- dos a caminar por los pueblos que hasta entonces habían do- minado, llevando en la cabeza humillantes capirotes de papel. Mao relataba cómo algunas mujeres habían aprovechado la ocasión para liberarse de sus maridos, y cómo los miembros de las sociedades secretas, e incluso pequeños delincuentes, habían hallado fortaleza en esta nueva forma de rebelión. También se refería a la exaltación provocada por la violencia y por poder deshacer antiguas injusticias, y de cómo hasta los juegos de los niños reflejaban alegóricamente la nueva situa- ción política. Se trata quizá del texto más apasionado escrito jamás por Mao, pero incluso aquí, como si no pudiera evitarlo, incluyó tablas con columnas muy claras llenas de cifras sobre el tama- ño y la localización de cada una de las asociaciones de campe- sinos. Según Mao, el distrito de Xiangxiang era el más radi- cal, con 190.544 miembros de la asociación de campesinos agrupados en 499 pueblos; el distrito de Xiangtan era el cuar- to, con 120.460 miembros agrupados en 450 pueblos. El úni- 92 co texto que podía rivalizar en entusiasmo con este informe fue el titulado «El Gran Sindicato Popular de Masas», escrito en el verano de 1919. En dicho informe escribió Mao: «Des- de el lago Dongting al río Min, la marea aumenta sin cesar. El cielo y la tierra se emocionan ante su presencia y los malva- dos son sacudidos por ella. ¡Ja! ¡Lo sabemos! ¡Hemos desper- tado! El mundo es nuestro, el estado es nuestro, la sociedad es nuestra. Si no hablamos nosotros, ¿quién hablará? Si no ac- tuamos nosotros, ¿quién actuará? ¡Debemos actuar con deci- sión para llevar a cabo la gran unión de las masas populares, que-no tardará ni un instante en llegar!». Ahora, en 1927, eran los campesinos de su tierra natal quienes tenían la clave del futuro destino de China: «Todos los partidos revoluciona- rios y los camaradas revolucionarios tendrán que pasar por su escrutinio para ser aceptados o rechazados según su decisión. ¿Marchar encabezando su movimiento y dirigirlos? ¿Quedar- se tras ellos gesticulando y criticándolos? ¿O quedarse enfren- te y oponerse a ellos? Cada chino es libre de elegir entre las tres opciones, pero debido a la fuerza de las circunstancias €s- tamos destinados a tomar una decisión rápidamente». OS 6 LA LARGA RETIRADA En la primavera de 1927 todo se desmoronó. Los sindicatos de trabajadores de Shanghai fueron los primeros en ser des- truidos en abril por Chiang Kai-shek y algunos de sus aliados entre los caudillos, alarmados ante el creciente poder del Par- tido Comunista. Con la connivencia de organizaciones secre- tas y criminales locales, y con el flagrante apoyo de los pro- pietarios de concesiones internacionales occidentales, Chiang ordenó una redada de los dirigentes comunistas y laborales. Miles de ellos fueron asesinados y el movimiento comunista fue prácticamente barrido de la ciudad. Los teóricos comu- nistas del Komintern, y hasta el propio Stalin, juzgaron posi- tivamente la persecución ya que «probaba» que el ala derecha del Kuomintang había demostrado su naturaleza contrarrevo- lucionaria; sin embargo insistían en que los comunistas chi- nos siguieran colaborando con el ala «izquierda» del Kuomin- tang, cuya base se encontraba en el área de tres ciudades de Wuhan, tierra adentro, junto al río Yangtsé. Tras abandonar Changsha, Mao fue enviado a Wuhan para que pudiera se- guir trabajando como miembro suplente del Comité Central del Kuomintang; y como medio de aplacar al ala izquierda del Kuomintang, el Comité Central del Partido Comunista or- denó a Mao que templara su entusiasmo por las masas campe- 94 sinas sobre las que había estado escribiendo con tanta pasión. A mediados del verano de 1927, los dirigentes del Kuomin- tang de Wuhan habían decidido apostar por Chiang Kai-shek y abandonar a; los comunistas. En este punto, se desató una nueva ola de terror y represión contra los comunistas de la re- gión de Wuhan y contra las asociaciones de campesinos de aquella región y de Hunan. Fue en esta situación tan trágica cuando el Comité Central del Partido Comunista —reaccio- nando de nuevo por orden de Stalin y del Komintern— orde- nó a Mao que reavivara las llamas de la insurrección campesi- na para Que la revolución pasara a una nueva etapa. No sorprende que Mao encontrara imposible levar a cabo dicha tarea. En su entusiasta informe sobre Hunan de febrero de 1927 había contabilizado un total de 1.367.727 miembros de asociaciones de campesinos en la provincia de Hunan. Ahora, en agosto de 1927, aparte de la base campesina que mejor conocía, e inmerso en una masiva represión militar, Mao solo podía reclutar a unos miles de seguidores. La mayo- ría de ellos habían sido asesinados o puestos en fuga por los militaristas locales tras breves campañas militares. Una de las cosas que Mao aprendió en esta ocasión fue la importancia de contar con una fuerza militar adecuada para respaldar los objetivos políticos. Ya anteriormente encontra- mos reflexiones parecidas al respecto, pero será en un informe de agosto de 1927 cuando exprese claramente este punto con claridad. Mao comienza comentando la ya difunta alianza con el Kuomintang en unos términos que evocan inequivo- camente a la joven novia de Changsha cuyo suicidio en 1919 desencadenó algunas de sus mejores páginas. Según Mao, to- dos los comunistas habían estado equivocados al pensar que «el Kuomintang pertenecía a otros. No nos dimos cuenta de que se trataba de una casa vacía en espera de que se instalaran nuevos vecinos. Después, como la doncella que se sienta en la litera para transportar a la novia, nos instalamos en esta casa 95 vacía, pero nunca nos decidimos a actuar como anfitriones». Solo cuando fue demasiado tarde reaccionaron los dirigentes comunistas y trataron de que los campesinos y trabajadores se unieran a los nacionalistas. Su informe sobre Hunan «había tenido su impacto en Hunan —continúa Mao—, pero no tuvo ninguna influencia en el centro. Las ingentes masas de dentro y fuera del partido desean la revolución, pero la orientación del partido' no es revolucionaria; existe algún tipo de indicio contrarrevolucionario en ella». Chiang Kai-shek había tenido una idea mejor: «Se alzó con el revólver en la mano». Ahora había llegado el momento de que los comunistas hicieran lo mismo: «Desde este momento deberíamos prestar mucha atención a los asuntos militares. Debemos ser conscientes de que el poder político se consigue blandiendo un arma». A mediados de septiembre, Mao y las fuerzas campesinas que había conseguido reunir sobrevivían a duras penas en el área del este de Hunan. Todavía albergaba esperanzas de po- der lanzar una ofensiva contra Changsha, como preludio a un levantamiento más generalizado en toda la provincia de Hu- nan, aunque al mismo tiempo, y siguiendo sus últimas refle- xiones, también esperaba que dos regimientos de tropas co- munistas pudieran acudir en su apoyo. Su tono continuaba siendo optimista, pero los detalles de su informe no sugieren una gran confianza en la victoria de un levantamiento general contra los fuertes militaristas locales que ahora dominaban la región. Mao afirma que se han llevado a cabo «preparaciones» para cortar el suministro eléctrico e impedir el transporte fe- rroviario en la zona, pero no especifica de qué acciones se trataba. «Los campesinos de los suburbios» a las afueras de Changsha constituirían la «fuerza principal», y estarían apoya- dos por los transportistas de rickshaw de la ciudad, y por «unos quinientos soldados heridos» que estaban estacionados en la ciudad. Era un plan desesperado que no llevaba a ninguna parte. 96 A principios de octubre, completamente aislado en la frontera entre las provincias de Hunan y Jiangxi, sin ningún lugar adonde ir, entabló contacto con dos veteranos dirigen- tes de las sociedades secretas que habían creado su propia área protegida a unos cientos de kilómetros al sur, en las cordille- ras fronterizas de Jinggangshan. A finales de octubre de 1927 los tres llegaron a un acuerdo y Mao emprendió una marcha hacia el sur con las fuerzas campesinas que le quedaban para unirse a ellos en su refugio de las montañas. La retirada signi- ficaba que Mao perdería el contacto con Yang Kaihui y sus hijos. Ačababan de tener su tercer hijo, otro varón, a quien llamaron Anlong. Sin embargo, a través de uno de sus herma- nos pequeños, Mao pudo seguir en contacto con otros diri- gentes comunistas en el sur de Jiangxi, algunos de los cuales se unirían posteriormente a él en Jinggangshan con las fuerzas que les quedaban. El año siguiente, 1928, significaría otro giro crucial en la vida de Mao. Ahora se encontraba virtualmente separado de todas las fuentes de autoridad y de las trayectorias habituales de ascenso en el medio político que había experimentado hasta entonces. Había perdido los puestos que ocupaba tanto en el Partido Comunista como en el Kuomintang, y hasta un miembro del comité provincial del Partido Comunista de Hunan que logró llegar hasta las montañas de Jinggang en marzo llegó a informar a Mao —erróneamente, como se de- mostró después- que había sido despojado de su carnet del partido. Él se encontraba entre campesinos, pero pocos de ellos pudieron venir desde su región natal de Xiangxiang o Xiangtan, y el abrupto terreno montañoso era tremendamen- te diferente de las regiones de frondosos valles donde se culti- vaba arroz en las que había crecido. Sus aliados de la sociedad secreta quizá tenían alguna simpatía comunista, pero el modo como gobernaban sus regiones de las montañas era muy par- ticular. Cuando, por orden del partido, Mao fue forzado a 97 llevar a algunas de sus tropas hasta las llanuras, sufrieron gran- des derrotas, y pronto regresó a su base en las montañas. Al menos en una ocasión se negó a obedecer órdenes de realizar una de esas incursiones militares. En un breve informe de mayo de 1928 dirigido al comité provincial de Jiangxi, Mao manifiesta que su «dirección postal permanente» se encuentra al cuidado de los dirigentes de la sociedad secreta de la región de las montañas: no había otro modo de contactar con él. En el mismo informe Mao menciona que tanto él como sus fuerzas utilizaban la ciudad de Yongxin, en la provincia de Jiangxi, como su nuevo «centro de operaciones», y como base para organizar «insurrecciones» en los distritos vecinos. Nece- sitaban una base como esa para imponer cierto orden entre la variopinta tropa que formaba su ejército -Mao describía a sus seguidores como una «masa de diez mil desharrapados con muy poca disciplina»— y también para desarrollar cierta orga- nización en el partido, reunir fondos y confeccionar unifor- mes. Yongxin había sido un centro rural revolucionario desde abril de 1927, cuando un gobierno comunista se estableció en la ciudad. Entre los reconocidos radicales elegidos para formar parte del comité revolucionario del distrito se encon- traban tres jóvenes miembros de la familia He, notable por su formación académica y sus propiedades: dos hermanas y un hermano se habían unido al Partido Comunista el año ante- rior, cuando las fuerzas de la Expedición del Norte empren- dieron la reunificación de China. Después la familia He se unió a los bandidos en Jinggangshan. Una de las hermanas, He Zizhen, de diecinueve años, y tan famosa por su belleza como por su espíritu valeroso, conoció a Mao en las monta- ñas. Con treinta y cuatro años, Mao estaba delgado por las privaciones, enriquecido en experiencia por su trabajo de or- ganización entre los campesinos y era un pozo de sabiduría acerca de los dirigentes del Partido Comunista y del Kuo- mintang. Se encontraba viviendo intensamente —aunque no 98 fuera una decisión completamente suya— la heroica vida de caballero errante sobre la que había escrito a Yang Kaihui en sus poemas de 1923. Al parecer, el recuerdo de su mujer y sus hijos iba difuminándose; en cualquier caso, se -encontraba atrapado en las montañas sin posibilidad de viajar a Changsha, y Yang Kaihui tampoco tenía modo alguno de desplazarse hasta las montañas con él. Un poema de Yang Kaihui dedica- do a Mao en octubre de 1928 refleja el dolor y la frustración de la separación y la imposibilidad de recibir mensajes de él. En el poema expresa su esperanza de que él cuente con ropa de invierño adecuada y se muestra inquieta por una herida en el pie que él se hizo antes de partir hacia las montañas. Tam- bién se preocupa de que tenga que dormir tan lejos de ella, solo y sin afecto. Pero en la época en que ella escribía dicho poema He Zizhen y Mao ya eran amantes, y su primer hijo naciónen1929s Las contradictorias instrucciones recibidas de la oficina central del partido y de la red provincial de Hunan que le se- guían llegando a Mao, unidas a la pobreza de la región de Jinggangshan, su inestabilidad y el cambiante número de tro- pas disponibles, hacían dificil mantener una línea política co- herente. Pero en las montañas Mao continuó aplicando una política extremadamente radical, en consonancia tanto con las ideas que había ido reuniendo en su examen de la violen- cia campesina en Hunan y con los aspectos de la política del Komintern que resaltaban el extremismo de los campesinos (puntos que señalaban a menudo pero no de manera invaria- ble). La «ley agraria» de Jinggangshan, tal como fue promul- gada por Mao en diciembre de 1928, estipulaba que todas las tierras de los ricos debían ser confiscadas, siendo la mayor parte de ellas distribuidas directamente a los campesinos de manera individual y otra parte reservada para «granjas mode- lo». Las laderas dedicadas a plantaciones de aceites comestibles serían divididas entre los campesinos, pero el gobierno revo- 99 lucionario controlaría todos los bosques de bambú. En la ma- yoría de los casos sé cobraría un impuesto agrario fijo del quince por ciento. Los miembros del Ejército Rojo recibirían el mismo reparto de tierras que los campesinos, pero en su caso el gobierno contrataría a jornaleros para que trabajaran las tierras de los soldados de servicio. Sin embargo, siempre existían problemas importantes entre las tropas. No contaban con ropa de invierno, ni con medicinas para tratar a los heri- dos; tampoco ténían dinero para comida y muy pocas armas y municiones. Solo la práctica del espíritu «democrático» -com- partir las tareas duras cualquiera que fuera la graduación po- día contener la situación. Las acciones de guerrilla contra el enemigo eran las que tenían más éxito: atacar únicamente cuando se contaba con una fuerza superior y evitar a toda . Costa la «dispersión» innecesaria de las tropas. El período en Jinggangshan en la vida de Mao terminó en enero de 1929, cuando decidió encontrar una nueva base de Operaciones con mayores recursos y menos presionada por los contraataques de los militaristas o del Kuomintang. Final- mente, Mao decidió trasladar su base a un área fronteriza en- tre el este de la provincia de Jiangxi y el oeste de la provincia de Fujian. Una vez que hubo abandonado las montañas, Mao se vio de nuevo sometido a las presiones de los dirigentes del partido y acosado por la política de supervivencia que había adoptado. Una de las más duras amonestaciones consistió en la orden de que «dejara el ejército» y regresara a Shanghai para recibir instrucciones. En una respuesta inequívoca diri- gida al centro del partido, Mao arguyó falsamente que sería un error monumental «tener miedo del poder que podían al- canzar los campesinos para que no descollaran sobre el lideraz- go de los obreros y que ello fuera en detrimento de la revolu- ción». Una serie de encuentros cruciales del partido tuvieron lugar al oeste de Fujian (Mao aún no había ido a Shanghai, tal como se le había ordenado), y las posiciones ideológicas de 100 Mao sobre la revolución campesina y el papel de la fuerza mi- litar fueron duramente criticadas. De nuevo Mao volvía a estar enfermo, pero esta vez no se trataba de una excusa, como en otras ocasiones, sino de una combinación de mala alimentación, cansancio y malaria que lo debilitaron considerablemente. También por aquellos días nacía en Fujian su primera hija con He Zizhen. La en- fermedad de Mao se prolongó hasta noviembre, y ese mis- mo mes escribió una carta a su compañero de escuela y ami- go Li Lisan, ahora convertido en un poderoso miembro del Politburú y a punto de convertirse en el dirigente máximo del partido. «He pasado tres meses enfermo —escribió Mao-, y aunque ahora me encuentro mejor, todavía no he reco- brado completamente el ánimo.» Una de las explicaciones de su debilidad, confesaba Mao, era que, a pesar de la com- pañía de He Zizhen, seguía echando de menos a su primera mujer y a sus hijos. «Pienso a menudo en Kaihui, en Anying y en los otros niños, y me gustaría comunicarme con ellos, pero no conozco su paradero.» Mao le pidió a Li Lisan que buscara en Shanghai a Mao Zemin, su hermano pequeño, y que consiguiera la dirección de Yang Kaihui para poder es- cribirle. No nos ha llegado esa carta de Mao a Yang Kaihui y no podemos saber si llegó a escribirle. Lo que sabemos es que los cambios en la política comunista, bajo las directrices de lo que se denominó como «línea de Li Lisan», dedicada al in- cansable asalto a ciudades, llevó en octubre de 1920 al asalto de Changsha por parte de los comunistas, donde Yang Kaihui vivía apartada con sus tres hijos y la niñera. El ataque de los comunistas fracasó y, en las operaciones de limpieza llevadas a cabo por el Kuomintang, uno de sus generales tuvo noticia de la presencia de Yang Kaihui en la ciudad y de su relación con Mao. Yang Kaihui fue arrestada e interrogada, y cuando se negó a denunciar a Mao fue asesinada de un tiro. Los tres 101 hijos y la niñera fueron sacados de la cárcel por diversos ami- gos y enviados a Shanghai, donde los niños fueron internados en un parvulario. Cuando la escuela cerró se vieron abocados a una vida precaria durante años. El más pequeño falleció, pero en 1936 el Partido Comunista localizó a Anying y a An- qing, que por entonces eran ya jóvenes adolescentes, y fueron enviados a la Unión Soviética por razones de seguridad. Mao se reunió cón ellos en 1946. La nueva base de operaciones que establecieron finalmen- te los comunistas en la frontera entre las provincias de Fujian y Jiangxi era conocida como el soviet de Jiangxi, y fue allí donde Mao pasó gran parte de los próximos cinco años. La base de operaciones de Jiangxi, aunque de una mayor exten- sión que Jinggangshan, también era más vulnerable. Entre 1934 y 1936 se vio sometida a numerosos ataques por parte de Chiang Kai-shek, quien estaba decidido a borrar del mapa aquel poderoso símbolo de la supervivencia comunista. Como ya había ocurrido durante el período entre 1924 y 1927, Mao volvía a formar parte de una esfera política supe- rior sometida a sus propios ritmos e imperativos, una esfera que a veces se guiaba según la lógica de las circunstancias lo- cales y otras respondía simplemente a los dictados del Komin- tern. Mao pasó la mayor parte del tiempo eclipsado política- mente, aunque el tercero de sus detallados informes locales (tras el de Hunan y Jinggangshan) lo dedicó a analizar las peculiaridades de la vida rural en el distrito de Xunwu, en Jiangxi. Este informe constituye uno de los documentos más importantes del análisis social comunista de este período. Mao recopiló información, no solo de las relaciones agrarias y las estructuras de clase en Xunwu, sino también sobre los servicios postales y telegráficos, el flujo de los productos co- merciales (tanto locales como foráneos), sobre los vendedores de carne y de vino, el uso de hierbas medicinales y de tabaco, las casas de huéspedes y las peluquerías, el uso de Joyas, el nú- 102 mero de prostitutas y sus clientes, los índices de alfabetización y el tratamiento del adulterio. La carrera de Mao y su situación en el partido fluctuaban dramáticamente en esta época. Como «director» del gobierno del área provisional del soviet, Mao era el signatario oficial de importantes documentos del partido y el encargado de con- vocar reuniones que ahora no solo trataban de problemas agrícolas y laborales, además del pertinaz problema del milita- rismo, sino también de la emergente amenaza de Japón, que había atacado Shanghai a principios de 1932 y había invadido toda el áfea de Manchuria. El nacionalismo antijaponés era ahora un factor crucial en las campañas de reclutamiento del Partido Comunista, especialmente entre los estudiantes pa- trióticos. Pero fue tras la huida de Shanghai de los dirigentes comunistas más veteranos, forzados a trasladarse al soviet en Jiangxi ante la constante persecución de la policía del Kuo- mintang, cuando Mao se encontró sin respaldo y descubrió que se había hecho caso omiso de sus recomendaciones. En una ocasión se le llegó a sugerir que abandonara la dirección de un comité en mitad de una reunión. Mao se ausentó varias veces en esta época alegando «baja por enfermedad», igual que había hecho en el pasado. No hay duda de que algunas de estas ausencias se debían a moti- vos políticos, pero en otras ocasiones actuaba movido por la compasión, como cuando nació su segundo hijo con He Zizhen, quien dio a luz en un hospital de Fujian atendida por un médico comunista que había colaborado con Mao en Jinggangshan. Al niño le pusieron el nombre de Anhong. Mao y He Zizhen habían dejado a su primera hija al cuidado de una pareja de campesinos en Fujian para alejarla de los combates, pero la niña murió a los pocos meses. Su tercer hijo, nacido en 1933, parece ser que también murió en los primeros años de vida. Mao estuvo un tiempo enfermo de malaria, fiebre que ya había padecido en el pasado y, a finales 103 de 1932, le fue diagnosticada una tuberculosis y pasó varios meses en un sanatorio de Fujian, en el área del soviet, hasta que remitió la enfermedad. También en otras ocasiones se retiró con He Zizhen a lugares de gran belleza natural en las colinas, acompañados por «guardaespaldas» asignados por el partido, cuya misión podía ser tanto la de protegerlos en caso de ataques del enemigo como una forma velada de arresto domiciliario por parte de los rivales de Mao en el Partido Comunista. Pero entre abril y octubre de 1934 Mao seguía siendo a todos los efectos el jefe del gobierno de la región fronteriza y continuaba viviendo con Zizhen y su hijo en un templo en las colinas, en un estado de casi absoluto aisla- miento. Durante este período los ataques de las fuerzas de Chiang Kai-shek se hicieron tan continuados que los dirigentes del Partido Comunista decidieron en secreto abandonar su base de operaciones. Mao no participó en las discusiones ni en la preparación de un acontecimiento tan crucial en la historia del Partido Comunista Chino y que significaría el primer paso en lo que más adelante se conocería como la Larga Mar- cha. Tanto él como su mujer solo se unieron a la inmensa columna, formada por unas ochenta y seis mil tropas comu- nistas en retirada, cuando pasaron cerca de su residencia, el día 18 de octubre. Otra parte del ejército, unos quince mil soldados, obedeció la orden de permanecer en el soviet para proteger a unos diez mil enfermos y heridos que no podían participar en la marcha y proteger a la población civil. Mao insistió a los líderes del partido para que le permitieran a He Zizhen —que estaba embarazada de nuevo— hacer la marcha junto a él. Solo unas pocas mujeres participaban en la marcha, principalmente las esposas o compañeras de los dirigentes más veteranos del partido. Como no les permitieron llevar consi- go a Anhong, su hijo de dos años, la pareja lo confió al her- mano pequeño de Mao, Mao Zetan, que formaba parte de 104 los que permanecían en la retaguardia. Cuando Zetan fue destinado al frente, dejó a su vez al niño de dos años con uno de sus guardaespaldas. Mao Zetan murió en combate en 1935 y jamás se volvió a saber del niño. i La Larga Marcha, presentada posteriormente ante el mun- do como una de las grandes gestas de la historia del comunis- mo, acabó siendo una pesadilla Hena de dolor y muerte. La inmensa columna avanzaba lastrada por un pesado equipo y por todo lo que pudieron salvar de Jiangxi para instalar una nueva base de operaciones. Un devastador ataque de la arti- llería y la fuerza aérea del Kuomintang contra la lenta colum- na acabó con casi la mitad de las tropas. Pero a pesar de las numerosas bajas, la columna siguió avanzando, aunque sin un acuerdo definitivo sobre cuál era el destio definitivo o qué di- rección debían tomar. Sin embargo, los dirigentes del partido pactaron secretamente que cuando llegaran a Zunyi, una próspera ciudad de la provincia de Guizhou, harían un alto y se reabastecerían. La Reunión ampliada del Politburó, tal como se denomi- nó, se celebró en Zunyi el 15 de enero de 1935 en un am- biente de crisis. La política del partido había sido un completo fracaso y la misma supervivencia del movimiento revolucio- nario pendía de un hilo. Era el momento de asumir las res- ponsabilidades derivadas de las decisiones erróneas y —más importante aún— de decidir qué se iba a hacer en el futuro in- mediato y quién dirigiría el partido. En los encuentros estu- vieron presentes diecisiete dirigentes veteranos del partido, incluido Mao, un representante del Komintern, Otto Braun, un intérprete (para Braun) y un secretario: Den Xiaoping, entonces de treinta y un años. A la hora de buscar culpables, el consejo apuntó a Braun y a dos de los dirigentes comunis- tas chinos por haber adoptado una estrategia excesivamente estática en el soviet de Jiangxi: la de confiar en una guerra de posiciones y en la construcción de fortines en lugar de un 105 despliegue rápido de tropas y en la movilidad de los ataques, estrategia en la cual la superioridad de los comunistas podría haberse concentrado frente a los puntos débiles del Kuomin- tang. La falta de imaginación de los dos dirigentes comunis- tas, concluyó el consejo, les hizo perder la oportunidad de vincularse con una rebelión de las tropas de Chiang Kai-shek que estalló en Fujian en 1933. El partido se marcó el objetivo inmediato de descartar la idea de establecerse en Guizhou y, en lugar de ello, cruzar el río Yangtsé e instalar una nueva base de operaciones en la provincia de Sichuan. En lo que to- caba a la dirección del partido, se había producido una «direc- ción equivocada», pero «no existía la menor división en el partido». El «grupo de tres» que había estado dirigiendo la Larga Marcha hasta el momento fue abolido y Mao fue nom- brado miembro del Comité Central del Politburó y se le con- cedió el cargo de «asistente militar». Otto Braun, según las notas del secretario chino, «rechazó completa y terminante- mente cualquier crítica sobre su persona». Las reuniones de Zunyi acrecentaron enormemente el prestigio de Mao, y es precisamente en esta época cuando puede datarse su ascenso a una posición de mando dentro de la dirección del partido. Pero aún no se habían resuelto mu- chos problemas cruciales. Resultó imposible crear una base en Sichuan debido a que las tropas del Kuomintang y los mi- litaristas locales impidieron a los comunistas cruzar el Yangt- sé. Tras rodear durante varios meses sin parar la provincia de Guizhou, a menudo bajo intenso ataque enemigo, tuvieron que retroceder bastante hacia el sur antes de poder encami- narse de nuevo hacia el norte, por la frontera del Tíbet y diri- girse a su destino final, Shaanxi, la despoblada provincia del noroeste. También hay que tener en cuenta que todavía que- daban bastantes dirigentes comunistas que se oponían a Mao y que no veían ninguna razón para arriesgar sus tropas para protegerlo. Algunos de aquellos camaradas no solo abandona- 106 ron a Mao sino que establecieron sus propios campamentos militares y atrajeron con ellos a varios de sus mejores coman- dantes. Así, a pesar de su rápido ascenso en el partido, Mao vio cómo menguaron sus fuerzas militares. Para terminar, también se produjeron tragedias en su vida personal. He Ziz- hen casi estuvo a punto de morir en un bombardeo aéreo y quedó gravemente herida, con más de una docena de frag- mentos de metralla en el cuerpo. Aunque poco después dio a luz a una niña, debido a los peligros y las presiones de la cam- paña militar, la hija fue dejada a cargo de unos campesinos de la región. La niña no pudo ser encontrada jamás, y era el cuarto hijo de He Zizhen y Mao que acababan perdiendo. Durante el otoño de 1935, las reducidas tropas de Mao tu- vieron que soportar una infernal marcha por los territorios cenagosos y las montañas de Qinghai y Gansu, donde, ade- más de resistir a implacables escaramuzas de las tribus de la re- gión, tuvieron como peores enemigos al hambre —sin práctica- mente comida que comprar o saquear—, la humedad constante y temperaturas bajo cero por las noches. Muchos de los quin- ce mil soldados restantes fallecieron por malnutrición, por llagas supurantes o por comer hierbas o bayas venenosas. Solo entre siete mil y ocho mil miembros de la columna sobrevi- vieron para llegar, en octubre de 1935, al pueblo de Wayabao, en Shaanxi, al sur de la Gran Muralla, y unirse a otras fuerzas comunistas que habían instalado allí su base. Había pasado un año extenuante y sorprendente desde que salieron de Jiangxi, y ahora Mao tenía que trazar el rum- bo de una nueva ruta para el futuro de los comunistas y de su propia carrera. También volvía a ser padre. Tras el fin de la marcha, He Zizhen quedó embarazada de su quinto hijo, una niña llamada Li Min que nació en Baoan, un pueblo de la provincia de Shaanxi, a finales del verano de 1936. «Los Mao eran los orgullosos padres de una nueva recién nacida», según Edgar Snow, el primer occidental en entrevistar a Mao, escri- 107 bió en sus notas de aquel tiempo. A diferencia de lo que ocu- rrió con sus otros hijos, en esta ocasión Mao y He Zizhen tu- vieron la oportunidad de ver cómo Li Min crécía, se casaba y tenía dos hijos. El destino les deparó al menos esa pequeña muestra de continuidad. 108 7 LA CREACIÓN DE UNA IMAGEN Tras buscar incesantemente en la región de Shaanxi un lugar defendible donde pudieran establecer la base de operaciones, en el otoño de 1936 los comunistas decidieron instalarse en Yan’an, una ciudad mercantil de tamaño medio, con un buen refugio cercano en las cuevas que los campesinos habían ex- cavado durante siglos en la suave piedra de las colinas. Se tra- taba de viviendas fáciles de construir y que proporcionaban abrigo contra el extremo frío o calor que azotaban esta árida región. Y en un paisaje donde no había prácticamente árbo- les, la necesidad de madera se reducía a un simple marco en la puerta para sostener un tejido basto y una puerta que prote- giera a sus habitantes del viento, el polvo y la mirada del mundo exterior. El hecho de que Mao viviera en una de las cuevas llamó la atención de los habitantes de Yan'an como un símbolo de su simplicidad revolucionaria y su fervor. Lo cierto es que se tra- taba de su manera de adaptarse a las circunstancias, Como lo había hecho en el pasado, y Mao no tardó en acostumbrarse a la extraña desolación de su nueva casa. Después de todo, se había pasado media vida viviendo sin ninguna de las comodi- dades de la vida moderna, aun cuando las había probado en Shanghai y en Cantón. También tuvo tiempo de disfrutar de 109 su nueva hija y de disfrutar de las noticias que le llegaban de que los comunistas de Shanghai habían logrado encontrar la pista de dos de los hijos que había dejado tiempo atrás con Yang Kaihui. Anying tenía ahora catorce años y Anging tre- ce. Sin embargo, su hermano pequeño había fallecido en aquellos sombríos años y la salud de Anqing se había resenti- do gravemente por las privaciones. Los muchachos serían en- viados a Yan'an tan pronto como se pudiera llevar a cabo el traslado con seguridad. Pero la inevitable preocupación de Mao consistía en pre- servar lo que quedaba de la organización comunista y en aumentar su propia influencia en el poder del partido. La re- tórica de la hostilidad hacia Japón era fácil de construir y era sincera. Japón había traído incontables problemas a China desde la guerra de 1894-1895, y en marzo de 1930 había re- forzado su dominación sobre Manchuria mediante un estado marioneta llamado Manchukuo, controlado nominalmente por el último emperador abdicado de la dinastía Qing, Henry Puyi, pero regido en realidad por el ejército Japonés y la im- ponente burocracia de los Ferrocarriles Japoneses del Sur de Manchuria y de otros negocios vinculados con ellos. Pero mucho más dificil resultaba aplicar una política antijaponesa efectiva. Chiang Kaisshek, que se encontraba en una situa. ción similar a la de-Mao, había optado por hacer desaparecer a las fuerzas comunistas antes de dedicar exclusivamente sus tropas a la derrota de los japoneses. Los comunistas decidje- ron desarrollar la contraestrategia de apremiar a la población de toda China a unirse frente a los japoneses y finalizar la guerra civil fratricida de chinos contra chinos. Una oportunidad excepcional se les presentó a los comu- nistas en diciembre de 1936. Chiang Kai-shek voló hasta Xian -la capital de la provincia de Shaanxi- para intentar coordinar la campaña de aniquilación final de Mao y los supervivientes comunistas. Para conseguir su objetivo, Chiang necesitaba el 110 apoyo incondicional del antiguo caudillo militar de Manchu- ria, Zhang Xueliang, quien se había visto obligado a abando- nar su tierra natal debido a la ocupación japonesa en el nor- deste, pero, que aún controlaba un ejército considerable y efectivo. En una acción sorprendente, en lugar de luchar con los nacionalistas, el general Zhang organizó en secreto un golpe de mano mediante el cual Chiang Kai-shek fue secues- trado en mitad de la noche del 12 de diciembre y sometido a arresto en espera de que se concertara un plan estratégico de resistencia unida de los chinos contra Japón. Los comunistas ya llevaban tiempo cortejando a Zhang Xueliang, tratando de ganarlo para su causa, pero no hay evidencias de que estuvie- ran al tanto de su golpe de mano. Sin embargo, la captura de Chiang Kai-shek les proporcionó la oportunidad de sopesar sus opciones: hacer que lo mataran por el hecho de haber sido su implacable enemigo; utilizarlo como moneda de cam- bio para ganar tiempo y promover sus programas sociales; presionarle para que retirara sus tropas de Shanghai, o liberar- lo tras conseguir su acuerdo para crear un Frente Unido con- tra Japón. y Mao, que acababa de ser elegido para el puesto crucial de director del Consejo Militar Comunista, además de su cargo en el Politburó, jugó un papel clave en este debate. Tras sos- tener tensas discusiones con el Comité Central del partido, con el general Zhang y con Moscú, el partido se decidió por una variación de la última opción: reforzar el Frente Unido. Su declaración, hecha pública el 19 de diciembre, consiguió combinar un tono formal con cierto sentido del humor. Algo en dicho tono nos recuerda al Mao juvenil de la época ante- rior a su llegada al soviet de Jiangxi, cuando se refiere a los di- rigentes del Kuomintang y a sus diversos caudillos aliados como «respetables señores» y señala que, en lo que se refiere a las acciones contra los japoneses, los «respetables señores de Nanjing han sido bastante lentos». Pero el núcleo del docu- 111 mento iba al grano: proclamación de un alto el fuego entre los nacionalistas y los comunistas; convocatoria inmediata de una conferencia de paz de «todos los partidos; grupos, estra- tos sociales y ejércitos» —incluidos los comunistas para reu- nirse en Nanjing; permitir que se escuchen todos los puntos de vista acerca de «la cuestión referente a la solución del caso del señor Chiang Kai-shek» mientras se conseguían las adhe- siones a las prioridades básicas de la unificación nacional y la resistencia frente a Japón; y actuar con presteza «para evitar que los forajidos japoneses se enteraran de sus planes en esta época de confusión nacional». Chiang Kai-shek se negó a hacer la declaración pública que deseaban los comunistas en apoyo del Frente Nacional y de poner fin a la guerra civil, pero dejó entrever que cambia- ría su política actual. Su liberación, en el día de Navidad de 1936, fue recibida por los chinos como la evidencia de que había finalizado el callejón sin salida y que emergería algún tipo de alianza antijaponesa. En enero de 1927, Mao y el Co- mité Central debatieron cuál sería la línea de propaganda ade- cuada y decidieron insistir públicamente sobre ciertos puntos principales: el Partido Comunista negaría cualquier conoci- miento previo del secuestro y trataría el asunto como un «asunto interno del gobierno del Kuomintang en Nanjing». El Partido Comunista siempre había deseado una solución pacífica al conflicto entre los partidos y por lo tanto no for- malizaría su apoyo al general Zhang Xueliang. Sin embargo, el partido esperaba que el general Zhang fuera nombrado jefe supremo de sus tropas así como las de otros caudillos —quie- nes amenazaban claramente la base de Operaciones de los co- munistas— ante un eventual enfrentamiento con Japón. Si Chiang se negaba a aceptar esta condición y se volvía a la si- tuación de guerra civil, él sería el «único responsable». Así fue como los comunistas enfocaron la cuestión hasta que las pro- vocaciones de los japoneses durante el «incidente del puente 112 Marco Polo», ocurrido cerca de Pekin el 7 de julio de 1937, decidió a Chiang Kai-shek a ordenar finalmente una resisten- cia nacional unida frente a Japón a la que se unirían también los comunistas: Al expresar su «total entusiasmo» por esta guerra, los comunistas recordaron al pueblo chino —en un lenguaje que podría provocar tanto suspiros como medias sonrisas— que «nuestro partido ha venido mostrando con he- chos y palabras una actitud abierta y desinteresada y una dis- posición para llegar a acuerdos para el bien común, lo que le ha granjeado el elogio de todos». Mao podía permitirse recibir las noticias de la guerra con «entusiasmo», en parte porque se encontraba en Yan'an, un área bastante apartada de las zonas más conflictivas de los combates. La contienda entre el ejército japonés y las fuerzas militares regulares de los nacionalistas del Kuomintang se de- sarrolló en las planicies del norte de China, en Shanghai y a lo largo del río Yangtsé. Los nacionalistas sufrieron tremen- das bajas, especialmente en los largos combates alrededor de Shanghai. Tras la llamada «violación de Nanjing» por parte de los japoneses el 7 de diciembre de 1937, el mito del poder del Kuomintang en su propia capital se derrumbó y lo que quedó de las fuerzas nacionalistas se batió en retirada remon- tando el Yangtsé, primero hasta Wuhan y más tarde, cuando también cayó esta ciudad, hacia el profundo interior de Chongqing. A partir de entonces, gran parte de los combates que tuvieron lugar en el centro de China fueron protagoniza- dos por tropas comunistas que habían sido dejadas en la reta- guardia durante la Larga Marcha o por lo que quedaba de di- versos gobiernos de soviets que habían coexistido con el soviet de Jiangxi. En las principales ciudades (incluida Shang- hai) el Partido Comunista libró una lucha clandestina contra los japoneses, generalmente de manera simultánea con los agentes secretos nacionalistas y sus aliados de las sociedades secretas. 113 En el norte de China, tras la retirada de los nacionalistas, el mayor peso del combate lo soportó una región al este de la base de operaciones de Mao en Yan'an, una+zona extensa e irregular dominada por un soviet que cubría parte de las pro- vincias de Shanxi, Chahar y Hebei. Dicha base estaba al al- cance de los agresivos comandantes japoneses y los combates eran de una tremenda crueldad, sin que ninguno de los ban- dos diera cuartel. Tanto en el norte como en el centro de China (como ocurrió anteriormente en Manchukuo) los ja- poneses establecieron regímenes marioneta, bajo control no- minal de los chinos, en los que la población local era controla- da por colaboracionistas y por la policía, quienes se empleaban en la persecución de los comunistas y en el cobro de impues- tos. A cientos de millones de chinos no les quedó más reme- dio que vivir bajo uno de tales regímenes colaboracionistas; los que decidían dejar su familia y su trabajo para escapar, lo hacían hacia el sur y hacia el oeste para unirse a los naciona- listas de Chongqing o a la Universidad Unida, que se había formado en la provincia de Hunan a partir de diversos estu- diantes y profesores de varias universidades prestigiosas de Pe- kin y de Shanghai. Sin embargo, cientos de miles de chinos eligieron dirigirse al norte considerando que su esfuerzo y su talento sería de utilidad en Yan'an y viendo a Mao como a un líder que podría concentrar la resistencia de China frente a Ja- pón de forma más efectiva que Chiang Kai-shek. Después de haber finalizado la Larga Marcha y haber sali- do airoso tras las luchas intestinas que allí se libraron, Mao se erigió como uno de los líderes del partido, posición que no era discutida por otros dirigentes. Mao tenía muchos rivales dentro del partido que estaban decididos a continuar las lu- chas ideológicas del pasado para seguir buscando culpables por anteriores decisiones catastróficas. El propio Mao lo ha- bía hecho durante la Larga Marcha, en Zunyi, pero ahora los argumentos eran más definidos y más formales. Uno de los ri- 114 vales de Mao señaló que, a pesar de que se habían conseguido éxitos en el desarrollo del Ejército Rojo y en la confiscación y redistribución de la tierra, los factores negativos tenían más peso: «En las zonas no ocupadas, en las ciudades y entre los trabajadores hemos sufrido enormes pérdidas. No solo hemos fracasado en la construcción de nuestro propio ejército o en la preparación del levantamiento, sino que hemos sido muy débiles en lo que toca a la organización. Cientos de miles de miembros del partido han perdido sus vidas, y otros tantos continúan prisioneros del Kuomintang». El dirigente crítico continuó diciendo que, debido a «la inmadurez y al bajo nivel teórico del partido», las luchas entre facciones resultaban tre- mendamente perjudiciales. El comportamiento del partido era «exactamente como el de alguien que jamás ha bebido, y la primera vez que lo hace se toma una botella entera de bran- dy. La expresión popular dice que se muere de éxito». Tales argumentos eran históricos y técnicos, pero se centraban en muchas de las diferentes políticas que había seguido Mao en sus momentos más desesperados. Tan solo unos meses des- pués, un nutrido grupo de comunistas formados en Rusia re- gresó a Yan'an y Mao se encontró envuelto de nuevo en una profunda espiral de discusiones y análisis técnicos. Para mantenerse a flote en estos peligrosos remolinos, Mao tenía que aguzar su manejo de la dialéctica comunista. Aun- que había leído algunos textos marxista- leninistas, nunca ha- bía recibido una formación ortodoxa, ni en escuelas del par- tido ni en el extranjero. Tras tomar la decisión de desafiar abiertamente a los recién llegados de Rusia en diciembre de 1935, Mao se vio obligado a dedicarse intensamente a estu- diar de manera sistemática. Los visitantes de su cueva advir- tieron que Mao dedicaba la tregua tras la Larga Marcha a leer libros de economía y filosofía. Igualmente se dedicó con te- són a engrandecer su imagen dentro del partido. El 22 de ju- nio de 1937 se publicó, por vez primera en la vida de Mao, 115 un retrato que salió impreso en el periódico revolucionario de Yan'an, llamado Liberación. Aparecía su rostro en primer plano, y en segundo plano se veían las tropas marchando con banderas. El rostro de Mao aparecía iluminado por los rayos del sol, y al pie de la foto estaba impresa una de sus «máxi- mas» en las que hacía un llamamiento por la liberación de la nación y la sociedad chinas. En el otoño de 1937, jóvenes se- guidores de Mao comenzaron a reunir una colección de es- critos breves de su líder para publicarla con un laudatorio prólogo. Hasta el momento no $e había publicado de este modo la obra de ningún dirigente comunista. Igualmente, durante la primavera y el verano de 1937, Mao pronunció varias conferencias breves sobre el materialis- mo dialéctico a estudiantes de la universidad revolucionaria, aun cuando admitía que él mismo acababa de comenzar a es- tudiar el problema (y estudiosos posteriores han demostrado que tales conferencias estaban plagiadas de traducciones chi- nas de diversos ensayos rusos sobre marxismo). Lo que sí re- sulta original de tales conferencias es que nos muestran a un Mao que busca a tientas el modo de ajustar la filosofía marxis- ta a diferentes realidades chinas, como Lenin las ajustó a las especiales circunstancias rusas. Pero, de momento, dicha idea solo se encontraba parcial y fragmentariamente. Si Mao deseaba convertirse en el líder aceptado por todos en su partido, no solo tendría que ganar los combates en el campo de batalla y desarrollar con éxito políticas agrarias y levantamientos urbanos, sino que debería también ser capaz de sostener todo aquello con un aparato teórico. Era de teo- ría de lo que andaba más necesitado, y aquí fue donde consi- guió armarse de ella. En el verano de 1937 apareció en Yan'an un joven profesor adelantado al éxodo masivo del desastre del puente Marco Polo. Su nombre era Chen Boda y pertenecía a la Universidad de China, en Pekín. Chen, nacido en 1904, tenía diez años menos que Mao y se crió en una humilde fa- 116 milia campesina en la provincia de Fujian. Pero después pudo viajar a Rusia y estudió filosofia marxista-leninista en Moscú, donde aprendió además ruso. Al regresar a China en 1931 Chen se convirtió en profesor de historia antigua de China y de filosofía antes de emprender camino a Yan'an. Dado que Chen escribía chino con gran elegancia y mostraba una tre- menda capacidad para aplicar su conocimiento de la dialécti- ca en el estudio del pasado, Mao lo convirtió en su secretario, con la responsabilidad de redactar los borradores de sus ar- tículos y discursos. Consciente de la destreza ideológica de Chen y de su formación rusa, Mao también lo nombró jefe de investigación de la Secretaría de Propaganda Comunista. A ello le siguió su nombramiento como profesor de la escue- la central del partido en Yan'an, encargado de supervisar las investigaciones que allí se desarrollaban sobre problemas ac- tuales de China. Chen Boda iba a convertirse para Mao en un aliado ideo- lógico esencial y en un verdadero guía intelectual. Las inten- ciones de los comunistas que habían regresado de Rusia eran fácilmente adivinables cuando presionaban para una rápida convocatoria del Séptimo Congreso del Partido Comunista en China. No se había reunido tal asamblea desde el Sexto Congreso del Partido Comunista celebrado en Moscú en 1928. Las decisiones que se tomaran en dicho congreso ten- drían, por supuesto, carácter retroactivo sobre cualquiera de las decisiones tomadas con rapidez y en el momento en Zunyi, durante el curso de la Larga Marcha. Dicho congreso general también podría servir como foro para reabrir debates reivindicativos sobre la política militar de los comunistas, en los que Mao había abogado (y practicado siempre que pudo) por una guerra de guerrillas en la que el enemigo fuera atraí- do al interior de zonas controladas por comunistas, forzado a fragmentar sus fuerzas y después atacado con una fuerza aplastante mediante rápidos y aislados golpes de mano. La (10107 convocatoria del congreso fue (afortunadamente para Mao) aplazada y, en julio de 1938 Chen Boda publicó el primero de los numerosos artículos en los que justificába y daba apo- yo ideológico a la política de Mao. En 1939 Chen se dedicó a desarrollar una serie de argumentos ideológicos para mos- trar cómo Mao había evolucionado en sus escritos desde el papel de pensador y activista al de la esfera prestigiosa de un «teórico». En este sentido, aunque no lo hacía abiertamente en un plano puramente ideológico, Chen equiparaba el pa- pel de Mao como nuevo teórico de la revolución comunista al de Confucio como teórico de la dinastía «feudal» de los Zhou en el primer mileno antes de Cristo. Chen argumen- taba que así como Confucio pudo capturar en sus escritos el espíritu ideológico de su época, también Mao captó la «esencia» de «todo un período histórico» en su informe sobre Hunan de 1927. Mientras Chen Boda le ayudaba de este modo a levantar un edificio de dominio ideológico, Mao se encontraba tam- bién luchando por mantener la viabilidad económica y políti- ca de Yan'an como base de operaciones. Shaanxi era una pro- vincia muy diferente de cualquiera de las otras donde Mao había vivido hasta entonces, y la pobreza de la región, exa- cerbada por la guerra con los japoneses así como por un blo- queo parcial del Kuomintang, puso a prueba la ingenuidad comunista. Así, en ocasiones los dirigentes de Yan'an trajeron jornaleros de otros lugares para trabajar en importantes pro- yectos de irrigación y para abrir nuevas tierras de cultivo que, mediante las estadísticas, harían que la región pareciera estar progresando a pasos agigantados. También había que tener en cuenta el imparable flujo de nuevos afiliados comunistas que llegaban al campamento, y para ello debían idear nuevas téc- nicas ideológicas para probar —y desarrollar- su lealtad. Las propias inclinaciones de Mao exacerbaron las tensio- nes con los miembros de su propio partido, tensiones que ge- 118 neralmente estaban a flor de piel. La cueva donde vivían Mao y Zizhen con su hija, que para algunos observadores externos parecía idílica, era ahora un foco de tensión. En 1937 He Zizhen descubrió que estaba embarazada por sexta vez y le dijo a Mao que desearía ir a un buen hospital de Shanghai para abortar y para que le extrajeran los fragmentos de metra- lla del cuerpo. Cuando la ocupación de Shanghai por parte de los japoneses impidió cumplirlo, He Zizhen decidió ir a la Unión Soviética. También sospechaba que Mao empezaba a interesarse por otras mujeres. Finalmente Mao, incapaz de impedir que se marchara —o quizá por no querer impedirlo—, aceptó su decisión de viajar a la Unión Soviética para recibir tratamiento médico. Ya en Moscú, He Zizhen cambió de opinión y decidió tener el niño, que nació a principios de 1938 pero murió meses después de neumonía. Fue entonces cuando Mao mandó a su hija Li Min, de dos años, con su madre a la Unión Soviética. Anteriormente, en 1936, sus dos hijos del matrimonio con Yang Kaihui ya habían sido trasla- dados a la Unión Soviética, supuestamente por razones de se- guridad y, durante un tiempo, He Zizhen se ocupó de todos ellos. Ahora que ella y los niños se habían marchado, Mao se instaló en una casa con una actriz de Shandong de veinticua- tro años llamada Jiang Qing, que había llegado con un grupo de jóvenes al comienzo de la guerra. Su unión no fue bien recibida por varios dirigentes comunistas que apreciaban y admiraban a He Zizhen. Mao y Jiang Qing tuvieron una hija llamada Li Na, nacida en 1940. Li Na creció en Yan'an y lle- gó a ser el cuarto de los hijos supervivientes de Mao con tres mujeres diferentes. Sus otros seis hijos murieron en la infancia o desaparecieron. Pocos se atrevían a criticar a Mao directamente por su comportamiento, pero podemos ver claramente cómo Mao se hallaba en una trayectoria que lo llevaba a una situación de dominio y poder. Parecía menos flexible y más determinado 119 a que los que lo rodeaban se acomodaran a sus ideas y sus ca- prichos. De vivir una vida sencilla porque no le quedaba otra opción, Mao había pasado a vivir una vida serícilla por elec- ción, a jactarse de vivir una vida sencilla y, ahora, a forzar a los demás a vivir como él. Al mismo tiempo, la fascinación por los aspectos más complejos de la cultura china que le ha- bían apasionado en su juventud fueron reemplazados por un cierto rencor e irritación ante la gente de educación universi- taria y las tradiciones estéticas de China. Este cambio pudo deberse en parte a la llegada de los estudiantes chinos que re- gresaron de la Unión Soviética con una gran preparación aca- démica y que trataban de arrebatarle el poder. También es posible que la causa proviniera de oscuros rincones del pasa- do, de desaires recibidos en la biblioteca de Pekín o de estu- diantes que se burlaban de él en la escuela normal de Chang- sha, cuando Mao se sintió tan abandonado que, por un tiempo, incluso puso anuncios en la prensa para buscar amigos. Quizá Chen Boda le enseñó cómo utilizar el intelecto contra los in- telectuales, cómo abrir fisuras y examinar las heridas. Quizás había conocido a demasiada gente sin integridad o tenía la impresión de que los fugitivos que ahora llegaban desde las grandes ciudades carecían de la dignidad y el coraje de la gen- te sencilla de campo. Lo cierto es que Mao no dudaba en mostrar abiertamente a los visitantes su deliberada rudeza. En Yan'an Mao hacía alarde de sus modales campesinos y se de- sabrochaba el cinturón para sacarse piojos de las ingles mien- tras hablaba, o se bajaba los pantalones en mitad de una en- trevista mientras yacía en la cama para estar más fresco. La gente empezó a hacer comentarios sobre la «intensa y fulmi- nante furia» de Mao, y un joven crítico chino, más audaz que los demás, llegó a escribir acerca de una cierta «desolación» del espíritu que se estaba apoderando de Yan'an, y de fuerzas de la oscuridad que parecían estar desplazando a las fuerzas de la luz. 120 Una de las ventajas que le trajo a Mao el poder que deten- taba en Yar'an fue la libertad para reprender a otros a volun- tad, tanto y cuanto quisiera. Quizá fuera la otra cara de la mo- neda de la pedagogía honesta, de la vida de profesor que Mao siempre declaró como su ideal de juventud. Tampoco volvió Mao a realizar detallados informes sobre la población agraria y sus problemas; contaba con otros que podían hacerlo y, de ese modo, él podía dedicarse a desarrollar documentos teóricos basados en sus resultados. Los largos años de la guerra fueron sin duda un triunfo para el Partido Comunista, que emergió fortalecido y mucho más numeroso, con técnicas tremenda- mente efectivas de movilización de masas en escenarios rurales y una habilidad sin competencia en la manipulación de ideas mediante una propaganda basada en conceptos muy simples, métodos que Mao había aprendido muy bien en su época con el Kuomintang. Cuando Mao sermoneaba ahora a los intelectuales, lo ha- cía sobre la historia y la cultura que compartían partiendo de las deducciones conceptuales de «su» propia experiencia revo- lucionaria. En una conferencia con motivo de la inaugura- ción de la nueva escuela del partido en Yar'an, el 1.° de fe- brero de 1942, Mao habló a los cuadros y a los intelectuales reunidos acerca del significado del aprendizaje y el conoci- miento. Pero la premisa de la que partía apenas dejaba opcio- nes para el debate: «Es un hecho que la línea general del partido es correcta e incuestionable», afirmó Mao. Desde el punto de vista marxista-leninista, dijo Mao, «gran parte de los llamados intelectuales son grandes analfabetos» y debían en- tender que «el conocimiento de los trabajadores y los campe- sinos es, en ocasiones, superior al de ellos». Mao trataba de urgir a su educada audiencia a cultivar el sentido de la humil- dad. Tenían que comprender que el conocimiento de los li- bros no tenía ningún valor por sí mismo. Nunca debían olvi- dar que «los libros no pueden caminar, y cualquiera puede 121 abrir y cerrar un libro a voluntad; esto es lo más fácil del mundo, mucho más fácil de lo que le resulta a un cocinero preparar una comida y muchísimo más fácil que matar a un cerdo». Mao estaba cada vez más seguro de saber lo que era «co- rrecto». Los que habían regresado de la Unión Soviética y los demás intelectuales habían sido casi completamente derrota- dos y ahora llegaba la hora de rematar la faena. En otra charla a intelectuales en mayo de 1942, Mao se ofreció a «intercam- biar opiniones» con su audiencia, pero su voz era la dominan- te ya que ordenó a los intelectuales que se identificaran com- pletamente con el proletariado y con las masas en lugar de instruirlos y animarlos, como había sido el objetivo en su ju- ventud. Apartándose de sus escritos e ideales de juventud, Mao hablaba ahora contra los que creían que el «amor» se po- día separar de la realidad de las clases sociales, contra quienes buscaban un cierto tipo de «amor en abstracto» o aquellos que sentían que «todo debe provenir del amor». Como el amor estaba vinculado a la clase, la «única fuente» de la litera- tura y el arte podía encontrarse únicamente en la «vida popu- lar», y las «canciones cantadas por las masas» eran la única fuente posible de los músicos profesionales. La distancia que separaba lo falso de lo verdadero, lo viejo de lo nuevo, era al mismo tiempo tan pequeña y tan vasta como la distancia que separaba «los cuarteles de Shanghai» de las «bases de operacio- nes revolucionarias», distancia que muchos de sus oyentes acababan de recorrer. En los meses posteriores a su charla, los intelectuales fueron divididos en pequeños grupos en los que se les animaba a hacer autocrítica sobre sus defectos, a apren- der a entender el pasado en términos «maoístas» y a seguir las directrices correctas en el futuro. Aquellos que se resistían eran castigados. La violencia arbitraria se convirtió en mone- da común y las «luchas intestinas» se convirtieron para mu- chos en mortales, en lo que eufemísticamente se conoció 122 como la «campaña de rescate», supervisada por los crecientes equipos de seguridad personal de Mao. Mao permaneció en Yan'an durante toda la guerra, a salvo de las consecuencias directas de los combates. En la región fronteriza cón el este estallaban terribles batallas y los japone- ses dejaban tras de sí enormes extensiones de cultivo comple- tamente asoladas. Los comunistas que se encontraban en aquella región se veían obligados a librar una lucha constante para proteger a los campesinos reclutados para el partido de las tremendas represalias de los japoneses. Otras batallas causa- ron estragos en el valle del Yangtsé, donde los ejércitos co- munistas fueron prácticamente eliminados, pero no por los japoneses sino por los del Kuomintang. Cuando llegaron a Yan'an grupos norteamericanos de ayuda para estudiar las po- sibilidades de utilizar a los comunistas de forma más sistemáti- ca contra los japoneses, Mao supo cómo seducir a su nueva audiencia mediante sus modales campechanos y su risa facil. También sabía cómo ejercer presión para conseguir hábil- mente que le proporcionaran suministros y ayuda exponien- do su sociedad campesina «democrática» frente a las tiranías de los caciques de Chongqing. Y así continuaba extendién- dose su influencia y su autoridad. En 1943 comenzó a emerger en Yan'an lo que podría lla- marse por primera vez un «culto» a Mao. Ocurrió en mayo de aquel mismo año, cuando Mao recibió dos nuevos títulos que nadie había ostentado anteriormente: «presidente» del Comité Central Comunista y, al mismo tiempo, presidente del Politburó. China tenía ahora, en Mao, a un verdadero lí- der que «había soportado las pruebas de un fuerte y gran re- volucionario», según anunció el secretario general del parti- do. Podía apreciarse cómo Mao se erigía «en el centro» de toda la historia revolucionaria. En el futuro, el pueblo chino «debería armarse con las ideas del camarada Mao Zedong y emplear el sistema del camarada Mao Zedong para acabar 123 con las ideas [erróneas] en el partido». Todos los líderes del partido seguían idénticas consignas de elogio al líder, como si las voces discordantes hubieran sido acalladas.,El hombre que más se opuso a Mao en Zunyi ahora lo llamaba «el timonel de la revolución china». Esta nueva unanimidad apareció parale- lamente a una concertada ofensiva verbal contra Chiang Kai- shek y sus pretensiones de hablar en nombre del pueblo chi- no, una crítica guiada, y a menudo escrita, por Chen Boda. A finales de 1943, un círculo de colegas afectos a Mao comenzó a reescribir la historia del Partido Comunista Chino de ma- nera que Mao se encontrara siempre en un papel central. Los rivales, tanto del presente como del pasado, fueron difamados uno a uno, y sus «directrices equivocadas» fueron expuestas a la luz, mientras la sabiduría de Mao se extendía más y más en el pasado. El tan postergado Séptimo Congreso del Partido se reunió finalmente en Yan'an desde abril hasta mitad de junio de 1945, cuando la guerra estaba ya llegando a su fin. Mao dio una conferencia en la que habló del futuro de China pero también se lamentó de la violencia ejercida contra miembros del partido, muchos de los cuales habían sido asesinados o empujados al suicidio. Pero su triunfo se reconoció en el preámbulo de la Constitución del Partido Comunista presen- tada ante el congreso. Dicha Constitución, completamente nueva en el significado y en el lenguaje, declaraba sin amba- ges que «el Partido Comunista Chino adopta el pensamiento de Mao —el pensamiento que une la teoría marxista-leninista y la práctica de la Revolución china— como guía para todos sus proyectos y se opone a cualquier desviación dogmática o empírica». El marxismo se había achinado: el líder ahora era el sabio. | 124 8 LA TOMA DEL PODER A mediados del verano de 1945 nadie podía imaginar en China que la guerra con Japón estaba a punto de terminar. Como las medidas de seguridad en Chongqing eran tan defi- cientes y los comunistas eran políticamente sospechosos, los chinos no fueron informados acerca de los planes de los nor- teamericanos para desarrollar una bomba atómica. Aparte de eso, ni siquiera los norteamericanos sabían muy bien cuál po- dría ser el efecto preciso de las bombas atómicas que iban a lanzar sobre Hiroshima y Nagasaki los días 6 y 8 de agosto, ni cuánto tardaría el emperador japonés en ordenar a sus tropas que depusieran las armas, como haría el día 14 del mismo mes. Como es de suponer, tanto los comunistas como los na- cionalistas tenían planes de contingencia: los nacionalistas ha- bían planeado un lento avance militar hacia la costa este ro- deando Cantón, abriendo camino con sus mejores divisiones entrenadas por los americanos, seguido de un movimiento hacia el norte hasta Shanghai y Nanjing (casi paralelos a los avances militares de 1926 y 1927 en el primer Frente Unido); los comunistas planearon extender sus desperdigadas bases de operaciones en el norte, acelerar la distribución de tierras y las movilizaciones de masas, reforzar la organización del par- tido en las provincias norteñas de Shandong y Hebei, y dedi- 125 carse a preparar efectivas organizaciones clandestinas en las ciudades más importantes. De nuevo, ninguno de los bandos podía imaginar que Manchuria —donde tanto los nacionalistas como los comunistas mantenían una presencia militar y polí- tica muy débil o inexistente— acabaría siendo la clave para la victoria final. Cuando el ejército soviético invadió Manchu- kuo el 8 de agosto, lo hizo en respuesta a las promesas realiza- das a Churchill y Roosevelt en Yalta de que entrarían en el teatro de operaciones de China tres meses después de la ren- dición de Alemania, cosa que ocurrió el 8 de mayo de 1945. Pero ni las bases de operaciones de Yan'an ni de Chongqing habían sido informadas de los acuerdos de Yalta, de nuevo por motivos de seguridad estratégica a largo plazo. Lo que más favoreció a los comunistas en este punto fue sobre todo una cuestión puramente geográfica. Desde su base de Yan'an, la región fronteriza de Shanxi-Chahar-Hebei, y con sus potentes unidades de guerrilla establecidas en la pro- vincia de Shandong, los comunistas podían mover sus tropas hacia Manchuria con mucha más rapidez que los nacionalis- tas, y Mao decidió aceptar el envite y tratar de invadir la in- mensa región, tan rica en minerales y en recursos forestales como poco habitada en comparación con el resto de China. Tan pronto como los comunistas supieron de la rendición de los japoneses, iniciaron el avance, para el cual contaron con la inestimable ayuda de las fuerzas armadas soviéticas, que per- mitieron a los chinos hacerse con los inmensos depósitos de municiones y armas de los japoneses en la ciudad de Zhang- jiakou, nudo ferroviario por excelencia situado al sur de la Gran Muralla, en Chahar. En algunas ciudades interiores de Mongolia los japoneses fueron vencidos y desarmados por las tropas soviéticas, que a continuación se retiraban para dejar que los chinos entraran sin oposición. En algunas áreas los ru- sos entregaron directamente a los chinos los vehículos y el ar- mamento de los japoneses y, al menos en una ocasión, rusos y 126 chinos lucharon codo con codo en la toma de una ciudad fronteriza clave. La ayuda logística rusa fue igualmente con- siderable: cien mil soldados comunistas y cincuenta mil tra- bajadores políticos fueron transportados por barco desde la provincia de Shandong y el norte de Jiangsu hasta el sur de Manchuria; tales fuerzas consiguieron asediar y tomar varias ciudades importantes. A partir de cifras reveladas posteriormente en Moscú es posible calcular el número de armas que los rusos pusieron a disposición de los comunistas durante esta etapa de la guerra: setecientds cuarenta mil fusiles, dieciocho mil ametralladoras, ochocientos aviones y cuatro mil piezas de artillería. Se trata- ba, en términos generales, de la misma cantidad de arma- mento que los ejércitos nacionalistas pudieron requisar de los japoneses en el resto de China. La ayuda soviética se llevó a cabo al mismo tiempo que Estados Unidos realizaba un masi- vo traslado aéreo y marítimo hacia el norte de tropas nacio- nalistas, ansiosos de evitar un resurgimiento de los comunis- tas. Dos divisiones de los marines, con un total de cincuenta y tres mil hombres, fueron desplegadas en la costa del norte de China a finales de septiembre de 1945, y a ello hay que su- mar las tropas japonesas que fueron dejadas en muchos puntos armadas y en posición para prevenir que otras zonas fueran tomadas por los comunistas. Mao demostró una considerable valentía personal y una cierta habilidad para negociar al acceder a acompañar a finales de agosto al embajador norteamericano en su viaje a Chong- qing, donde permaneció hasta octubre. Esta debió de ser la primera vez que Mao veía a Chiang Kai-shek desde su en- cuentro en Cantón en 1926, en la víspera de la expedición hacia el norte. Los dos hombres acordaron formar un ejército nacional unificado, aunque la fecha quedó sin especificar, y Mao aceptó retirar las tropas comunistas que quedaban en el sur de China. Ambos bandos también estuvieron de acuerdo 127 en volver a convocar el cuerpo conjunto de deliberación, co- nocido como la Conferencia Política Consultiva, para discutir el futuro de China a largo plazo. Pero no se realizó ningún esfuerzo sustantivo para detener la escalada de hostilidades y, en un informe especial emitido en diciembre de 1945, Mao esbozó una estrategia general para la ocúpación de toda Manchuria, excepto el sur, a lo lar- go del año 1946, aunque advertía que se trataba de una «ar- dua y amarga lucha». Mao creía que debían establecerse bases de operaciones en zonas rurales por toda Manchuria, alejadas de las ciudades y de las vías de comunicación más importan- tes para evitar posibles ataques del Kuomintang. Debería rea- lizarse un trabajo ideológico de masas para incrementar la fuerza militar básica del partido. La reforma agraria debería ser llevada a cabo de forma moderada al principio, para desa- rrollar una amplia base de apoyo, limitándose a «luchas para ajustar cuentas con traidores» y a ciertas campañas en apoyo de «reducción de rentas y aumento de salarios». Los comunis- tas deberían tratar a toda costa de proporcionar «beneficios materiales tangibles a la gente del noreste» ya que en caso contrario podría «ser captada temporalmente por la engañosa propaganda del Kuomintang y hasta volverse en contra de nuestro partido». Pero Mao se mantenía firme respecto a la posibilidad de mantener otras opciones abiertas en el resto de China. Cuando, por orden del presidente Truman, el general George Marshall llegó a China para acelerar las negociaciones y cuando la Conferencia Política Consultiva llegó finalmente a reunirse aquel mismo año, Mao advirtió a sus camaradas que no se dejaran llevar por el odio hacia el Kuomintang y rechazaran cualquier oportunidad de llegar a un acuerdo de paz: eso sería «una visión muy corta de miras». Los combates se recrudecieron en Manchuria después de que se cancelaran las conversaciones de paz promovidas por el general Marshall y de que los comunistas perdieran varias 128 áreas del sur de la región que habían estado hasta entonces bajo su control. Pero en el norte resistieron con firmeza y pu- sieron en marcha su programa de establecer bases de opera- ciones en áreas aisladas con apoyo de las masas, con el objeti- vo de llevar a cabo la reforma agraria y fortalecer sus unidades militares. En el norte de China, sin embargo, la reforma agra- ria en las zonas controladas por los comunistas desató una gran violencia y se produjeron ejecuciones masivas de terra- tenientes, confiscaciones completas de sus tierras y propieda- des, y la redistribución de la tierra, de manera igualitaria, a todos los campesinos y a sus familias. Este «extremismo» fue ampliamente debatido por los líderes del partido, pero no fue acotado apropiadamente. Al mismo tiempo los órganos de propaganda procomunista utilizaron con gran habilidad cual- quier incidente que pudiera ser difundido entre la población china para reforzar la visión negativa del Kuomintang así como la de sus colaboradores norteamericanos. El asesinato de uno de los poetas chinos más famosos, Wen Yiduo, gran escritor y académico, fue un ejemplo de tal manipulación. Durante la guerra Wan había vivido en Kunming, en la uni- versidad asociada, y había sido una voz crítica ante Chiang Kai-shek. Su asesinato fue atribuido, en todo el país, a los agentes secretos del Kuomintang, ya que Wen acababa de pronunciar un apasionado discurso en recuerdo de un amigo —también asesinado por razones políticas— cuando fue abatido a tiros. En Pekín, la violación de una estudiante china que re- gresaba de una sesión nocturna de cine por parte de dos sol- dados norteamericanos, y las torpes maniobras del gobierno para encubrir los hechos, fue explotada por los periódicos y provocó grandes manifestaciones de estudiantes en apoyo de la causa comunista. La mujer violada fue presentada ante el país entero como una representación de la China victimizada, inerme ante las armas de los agresivos capitalistas y de las fuerzas imperialistas. 19 A pesar de las dificultades que encontraban para avanzar en Manchuria, las fuerzas nacionalistas pudieron rodear y to- mar finalmente Yan'an en marzo de 1947. Pue simplemente una victoria simbólica ya que la mayoría de las fuerzas comu- nistas y sus principales dirigentes ya se habían retirado a tiem- po para trasladarse a nuevas bases más al norte. Mao se encon- traba entonces acompañado de Jiang Qing y su hija, Li Na, y también pasó algún tiempo con el hijo mayor tenido con Yang Kaihui, Mao Anying, que tenía veinticuatro años y que había regresado de la Unión Soviética en 1946 para unirse a las fuerzas de su padre en Yan'an. Anying estaba cortejando a una joven que conoció en Yan'an y cuyo padre había sido asesinado, al igual que su propia madre, por caudillos locales. Se casaron en 1949. El segundo hijo de Mao, Anqing, tam- bién regresó a China, pero se instaló en Harbin a su llegada en 1947. He Zizhen también volvió en 1947 con su hija, Li Min; no vio a Mao entonces y, más adelante se dirigió a Shanghai. Fue en su refugio del norte, en Shaanxi, en septiembre de 1947, cuando Mao divulgó el que sería su documento más importante sobre estrategia militar. Lo escribió en el contex- to de la lucha que se estaba librando en China en aquellos momentos con la idea de establecer los principios militares esenciales. Ya había decidido, una semana después de Hiro- shima, que la bomba atómica no había sido el factor clave para finalizar la guerra, como muchos creían, y en agosto de 1946 confesó a un periodista norteamericano que considera- ba la bomba atómica como un «tigre de papel» que parecía más terrible de lo que en realidad era. En su pronunciamien- to de 1947 Mao anunció que los ejércitos comunistas estaban preparados para lanzar una «contraofensiva en toda la nación» para arrebatar la iniciativa del Kuomintang mediante el movi- miento de las tropas de las «líneas interiores» a las «líneas exte- riores». Cada vez que abrían una brecha en un área que había 130 sido controlada por el Kuomintang, los comunistas estable- cían allí bases de operaciones desde las que lanzaban nuevos ataques. A pesar de lo necesarias que eran dichas bases, la prioridad era siempre destruir al enemigo y capturar sus ar- mas antes que «tomar y mantener una posición». Las máximas de Mao eran simples pero, en esta época, también eran fruto de una larga experiencia: «Aseguraos de no librar ninguna ba- talla sin estar bien preparados, y jamás libréis una batalla si no estáis seguros de ganarla», y librarla sin cuartel, sin darle al enemigo*la oportunidad de reagruparse. Emplear enseguida todas las armas y al menos el ochenta o el noventa por ciento de todas las tropas capturadas (nunca sus oficiales); requisar los aprovisionamientos de las áreas capturadas al Kuomintang, pero nunca de áreas dominadas anteriormente por los comu- nistas; llevar a cabo la reforma agraria tanto en las áreas pre- viamente liberadas como en las recién tomadas. La estrategia tuvo un éxito sin precedentes. Al final del año siguiente las tropas comunistas habían derrotado comple- tamente a los ejércitos del Kuomintang en Manchuria y esta- ban listas para avanzar hacia el sur. Con el abatimiento de la moral militar del Kuomintang, acompañado de la revuelta ci- vil debido al caos financiero provocado por una creciente in- flación y la cruel represión desencadenada contra cualquier disidente, los comunistas pudieron consolidar sus victorias y avanzar con una increíble rapidez: entraron en Pekín en ene- ro de 1949, en Nanjing en abril, en Shanghai en mayo y en Changsha en agosto. Una vez rodeada Cantón, aunque aún no capturada, Mao y los dirigentes de mayor antigüedad del Partido Comunista, que se encontraban en la región de Pe- kín, subieron hasta la puerta de Tiananmen, al sur de la Ciu- dad Prohibida, para una revista de tropas; allí, frente a una multitud de micrófonos y sobrevolados por unos cuantos aviones de la fuerza aérea china, Mao anunció la creación de la República Popular China. 157 Pocas semanas después Mao se encontraba preparando una visita a la Unión Soviética para hablar persopalmente con el hombre que, en gran manera, había sido su inspiración y al mismo tiempo su némesis: Stalin. Cuando Mao partió hacia Moscú en diciembre de 1949, los comunistas habían vencido, pero China se encontraba en una situación catastrófica. Mu- chas áreas del país habían padecido durante casi cuarenta años incesantes batallas u ocupación militar de algún tipo —caudi- llos locales, guerrillas comunistas, fuerzas de supresión del Kuomintang, tropas de ocupación japonesas— y no contaban con ningún tipo de estructura administrativa efectiva. La eco- nomía estaba en ruinas, no existía una moneda unificada ni estable, la inflación estaba fuera de control y las redes de co- municación se encontraban muy deterioradas, con líneas de ferrocarril destruidas y ríos y puertos bloqueados debido a los barcos hundidos. Millones de personas habían sido desplaza- das por la guerra y el propio ejército comunista estaba atesta- do de cientos de miles de soldados nacionalistas que habían sido admitidos sin ningún escrutinio. Las escuelas y universi- dades se hallaban en edificios ruinosos, con pocos libros y profesores cuyos únicos méritos habían consistido en su leal- tad política al Kuomintang. La persecución de los colabora- dores de los japoneses había agriado las relaciones personales, y la reocupación de las ciudades antes ocupadas por los japo- neses mediante políticos de otras áreas del Kuomintang, había sido acompañada por la corrupción, el pillaje, las represalias y el robo de bienes. En las zonas fronterizas la situación era un poco mejor. En el extremo oeste, en Xinjiang, la población musulmana había luchado durante mucho tiempo por obtener la autonomía de China, y los caudillos locales cambiaban arbitrariamente entre la fidelidad absoluta a la Unión Soviética y la dificil alianza con el Kuomintang. Mao Zemin, el hermano pequeño de Mao y el único sobreviviente de los hermanos, había sido 152 ejecutado en Xinjiang en 1943 debido a dichas maquinacio- nes políticas. Mongolia se había convertido en una república independiente, pero estaba completamente dominada por la Unión Soviética. El Tíbet también había alcanzado niveles notables de autonomía entre 1930 y 1940 —en sus escritos ju- veniles, el propio Mao había reclamado la autonomía y el auto- gobierno para mongoles, tibetanos y musulmanes—, y ahora los chinos tenían que decidir si lanzar una invasión o permitir que la autonomía del Tíbet tomara cuerpo bajo la dirección del joven dalai lama. Los franceses estaban reforzando su im- perio colonial en el sudeste asiático y, aunque tanto ellos como los británicos habían sido forzados a ceder sus áreas de concesión en Shanghai durante 1943, los británicos habían reafirmado su control sobre Hong Kong en 1945 —con la aprobación del Kuomintang- y volvían a regirlo como una colonia. Taiwan había sido elegido por Chiang Kai-shek como la base temporal de su administración y sus ejércitos mientras planeaba su regreso a la China continental. Taiwan estaba muy defendida y los comunistas tendrían que lanzar un masivo asalto aéreo y naval para conquistarla. A partir de las transcripciones rusas de las conversaciones personales entre Mao y Stalin, conservadas en Moscú, pode- mos ver sin tener que recurrir a las versiones editadas poste- riormente por los chinos— cómo fue la relación entre los dos principales líderes comunistas del mundo. Stalin debía ser para Mao una figura imponente: se trataba de uno de los fun- dadores de la Revolución soviética, uno de los colaboradores más próximos de Lenin, creador de un poder central autocrá- tico y del aparato policial de la Unión Soviética, guía e inspi- ración de su pueblo en los años terribles de la invasión alema- na, y arquitecto de la expansión soviética de la posguerra hacia el este de Europa. Sus voluminosas obras históricas y analíticas eran lectura obligatoria para todos los comunistas y los compañeros de viaje; Mao, entre otros muchos chinos, 133 las había estudiado en Yan'an y trató de enfrentarse con mu- chos de sus argumentos en un intento de sopesar su relevancia con respecto a China. Para Stalin, Mao era alguien desconoci- do, tenaz aunque autodidacta e indisciplinado, que seguía di- rectrices de actuación política que, en muchas ocasiones, se encontraban en oposición directa con las directrices políticas marcadas por la Unión Soviética. Pero Mao había podido ven- cer a pesar de todas las adversidades y eso era algo que merecía un respeto, como lo merecía el hecho de que ahora controlara el segundo estado comunista más grande, y el más poblado. Su primer encuentro tuvo lugar el 16 de diciembre de 1949. Tras unas palabras de cortesía, Mao le dijo a Stalin que lo que China necesitaba era «de tres a cinco años de paz», para poder «recobrar el nivel económico anterior a la guerra y estabilizar el país en general». Una vez establecida esta prio- ridad para China, le preguntó al líder soviético cuáles eran, según él, las esperanzas de que la paz se mantuviera a nivel in- ternacional. La respuesta de Stalin fue tibia y elíptica: China quería paz, Japón no estaba en condiciones de iniciar otra guerra y Estados Unidos «tenía miedo» de que estallara otra guerra, al igual que los europeos. Así las cosas, nadie iba a en- frentarse a los chinos, a menos que Kim Il Sung, el dirigente de Corea, se decidiera a invadir China. Sobre la cuestión del tratado chinosoviético de 1945 fir- mado por Stalin y Chiang Kai-shek, tanto Mao como Stalin llegaron a un acuerdo, tácito: el tratado se respetaría por el momento para no dar pie a británicos y a norteamericanos para modificar sus propios acuerdos con la Unión Soviética. Pero los rusos retirarían las tropas de Port Arthur cuando los chinos lo desearan y cederían el control de los ferrocarriles transsmanchurianos. En cuanto a los asuntos prácticos, Mao solicitó créditos a los soviéticos por valor de trescientos millo- nes de dólares, así como ayuda para desarrollar rutas domésti- cas de transporte aéreo y desarrollar una fuerza naval, a todo 134 lo cual accedió Stalin. Pero cuando Mao pidió la ayuda de los soviéticos para conquistar Taiwan —específicamente «pilotos voluntarios o destacamentos militares secretos»—, Stalin res- pondió con evasivas y le ofreció «personal de estado mayor e instructores», sugiriéndole que enviara sus propias fuerzas de propaganda a Taiwan para fomentar una insurrección. Acerca de la cuestión de Hong Kong, Stalin le sugirió con ingenui- dad y malicia que Mao promoviera conflictos entre la provin- cia de Guangdong y la colonia británica y, a continuación, se erigiera en «mediador» para resolverlos y aumentar así su prestigio internacional como estadista. Ambos estuvieron de acuerdo en que tanto las empresas como las universidades ex- tranjeras debían ser controladas de cerca. China debía acelerar . la extracción de minerales —Stalin mencionó específicamente el tungsteno y el molibdeno- y la construcción de oleoduc- tos. Mao reiteró de nuevo que necesitaba saber las posibilida- des reales de que hubiera una paz duradera si quería emprender tales proyectos ya que decisiones clave como la concentración o el desarrollo de la industria costera china o el traslado del desarrollo industrial al interior del país dependían de tales perspectivas. La parte final de la conversación entre Stalin y Mao estuvo dedicada a la ideología maoísta y parece sugerir que el prime- ro estaba al corriente de las pretensiones de Mao, que venía desarrollando desde 1937, de ser un líder teórico. Stalin in- trodujo la cuestión bruscamente pidiéndole a Mao una lista de sus obras que, en su opinión, debían ser traducidas al ruso. Al parecer, Mao se vio sorprendido por la pregunta y titubeó. «Actualmente me encuentro revisando mis obras, que han sido publicadas en diversas editoriales locales», respondió, ya que «contienen numerosos errores y malas interpretaciones. Pienso completar la revisión en la primavera de 1950.» Mao deseaba para ello la ayuda de los rusos, continuó diciendo, no solo para su traducción al ruso, sino «para editar el original en 135 chino». Ahora fue Stalin quien se quedó sorprendido: «¿Ne- cesita que le editen sus obras?». «Sí», respondió Mao. «Pode- mos ocuparnos de ello, si es realmente necesario», respondió Stalin. En este encuentro celebrado en diciembre de 1949, Mao era el único representante chino presente en la reunión, ade- más de su propio traductor, así que solo contaba con su pro- pia capacidad para negociar. En la siguiente reunión que mantuvieron, el 22 de enero de 1950 —que fue también la úl- tima—, Mao estuvo acompañado por una pequeña delegación de altos cargos, entre los que se encontraban Zhou Enlai y Chen Boda, el asistente ideológico de Mao desde la época de Yan'an. Además de numerosas obras polémicas e históricas, Boda acababa de publicar un libro sobre la contribución de Stalin a la Revolución china. Su presencia en Moscú estaba justificada en parte para dar confianza a Mao en cuestiones ideológicas si las cosas se ponían difíciles, pero también, qui- zá, para atemperar la exuberancia de Mao y asegurarse de que no se fuera por las ramas en asuntos que podrían molestar posteriormente a sus poderosos colegas de China. Ante tal delegación, la discusión se mantuvo en niveles muy técnicos, versando sobre los detalles de la ayuda soviética, el tipo de ayuda y los intereses que debían pagarse. La conversación más franca se refirió al Tíbet. Mao pidió directamente a Stalin que mantuviera la presencia en su país de un regimiento aéreo so- viético que ya había ayudado a transportar más de diez mil soldados al interior de China; según Mao, dicho regimiento era indispensable para ayudar a transportar provisiones para las tropas chinas «que actualmente se preparan para atacar el Tíbet». «Es bueno que esté preparando un ataque al Tíbet. Los tibeta- nos necesitan ser sometidos», respondió Stalin. Pero añadió que tendría que consultar el asunto con sus expertos militares. Mientras varios negociadores se quedaron en Moscú para terminar de resolver algunos detalles del «tratado de amistad 136 chinosoviético», Mao regresó a su país para supervisar las la- bores de reconstrucción. Con sus modales bruscos, Stalin le había confiado directamente a Mao que los soviéticos tenían muy claro qúe «la economía china estaba prácticamente en bancarrota». Mao estaba de acuerdo. En 1950, los dirigentes comunistas se enfrentaron a la titánica tarea de planear un ré- gimen políticamente estable y económicamente viable. En- tre las tácticas empleadas se encontraban la educación inten- siva de estudiantes y de jóvenes miembros del partido en los principios de la reforma agraria para, a continuación, desti- narlos a distintas áreas del país para implementar y supervisar un programa de redistribución de tierras; el establecimiento de una estructura gubernamental que se extendiera por todo el país, subdividida por regiones y supervisada cada una de ellas por una combinación de ideólogos del partido, buró- cratas civiles y personal militar; el desarrollo de un nuevo conjunto de ministerios en Pekín, con su personal propio, para controlar el desarrollo nacional de la defensa y la indus- tria; la supervisión y reconstrucción por parte del estado del sistema educativo de escuelas y universidades, unido al desa- rrollo de un sistema de periódicos, revistas y cadenas de ra- dio controlados por el estado para promover la coherencia ideológica y la obediencia al partido; un programa de repa- ración y expansión ferroviaria; el plan inicial que preveía la apropiación por parte del estado de las industrias más impor- tantes y las negociaciones subsiguientes con sus propietarios extranjeros o nacionales; y el desarme de la población civil y la caza de los presuntos «contrarrevolucionarios». En lo que se refiere a las cuestiones morales, los dirigen- tes del partido actuaron con una contundencia similar: los burdeles fueron obligados a registrarse oficialmente como medida previa a su posterior clausura, y las prostitutas fue- ron enviadas a escuelas de «reeducación»; los drogadictos también fueron obligados a registrarse ante las autoridades 157 estatales y a someterse a programas de rehabilitación progre- siva bajo la tutela de la familia y el estado, al tiempo que el cultivo de la adormidera era frenado y los distribuidores de droga eran encarcelados o ejecutados. En cuanto a la preser- vación de la antigua China, Mao tomó una decisión que re- sultaría fatal: a finales de 1948, la víspera del ataque a Pekín, los mandos de la artillería comunista habían solicitado —y obtenido— una lista con los tesoros del patrimonio nacional en la ciudad para que, en lo posible, no resultaran dañados o destruidos por el fuego de la artillería. Parecía un buen augu- rio para quienes abogaban por la preservación de los mo- numentos y para los historiadores del arte, uno de los cuales presentó ante los dirigentes comunistas un plan maestro para crear el sistema de parques más bello del mundo: seguiría el trazado de las viejas murallas que rodeaban la ciudad de Pe- kín. La creación de tales parques se vería acompañada por la designación de Pekín como zona libre de industria, por la construcción de un nuevo parque industrial en las afueras de la ciudad y la edificación de una nueva ciudad administrati- va que albergaría al personal de la creciente burocracia co- munista. Mao vetó el plan y, abarcando la vieja ciudad de Pekín con un amplio movimiento de brazos, dijo que prefe- riría verla cubierta de punta a punta de grandes chimeneas industriales como símbolo del rejuvenecimiento de la eco- nomía china. De este modo, durante los años siguientes, y con la única excepción del palacio de la Ciudad Prohibida, todo el sistema de fabulosas murallas con sus puertas de ac- ceso fue destruido para crear cinturones de circunvalación alrededor de la ciudad; la industria creció rápidamente en el interior de la propia ciudad; y el área al sur de la Ciudad Prohibida -que se mantuvo, como durante la República, como un museo para el pueblo- fue arrasada para crear una inmensa plaza donde millones de personas pudieran reunir- se para las manifestaciones políticas y que estaba rodeada por 138 el inmenso bloque de la nueva asamblea y por los ministe- rios del nuevo gobierno. Mao, junto con los demás dirigentes veteranos del partido, se trasladó al viejo complejo amurallado de edificios adyacen- te a la esquiria súdoeste de la Ciudad Prohibida, recogido en- tre el ornamental Lago del Sur y fronterizo al parque del Lago del Norte donde había cortejado a Yang Kaihui treinta años atrás. En aquella área, conocida como Zhongnanhai, abrigada y muy protegida, instalaron él y Jiang Qing su hogar, estable- ciendo por primera vez un ambiente parecido al de una fami- lia convencional, que probablemente Mao no conocía desde quizá 1923. Allí tuvo la oportunidad de volver a nadar -muy pronto se construyó una piscina cubierta para que pudiera practicar su ejercicio favorito— y a leer con sus dos hijas, Li Min y Li Na, que asistían a una escuela cercana. Su hijo ma- yor, Anying, se había casado y trabajaba en una planta de ma- quinaria de Pekín, aunque la pareja aún no tenía hijos. El hijo menor, Anging, que nunca se había recuperado de sus peores días en Shanghai, pasaba temporadas hospitalizado para reci- bir tratamiento, y aún no se había casado. Una vez por sema- na, por las noches, se organizaba un baile con la nostálgica música del fox-trot y los valses, así como ocasionales sesiones de cine. Mao reunió todos sus libros en una biblioteca priva- da y pasaba mucho tiempo leyendo. Con tantos asuntos como reclamaban su atención, parece inconcebible que Mao se involucrara en la guerra de Corea. Él mismo había insistido a Stalin acerca de las posibilidades de una paz a largo plazo en sus encuentros de diciembre de 1949, y en el encuentro de enero apremió a Stalin a «consultar siem- pre a China acerca de asuntos internacionales». Viéndolo re- trospectivamente, podemos deducir que Stalin mintió a Mao, puesto que el líder soviético ya se encontraba preparando se- cretamente la invasión del sur de Corea con la ayuda del líder de Corea del Norte, Kim Il Sung. Y, sin embargo, sabemos 139 que en marzo de 1950 Mao estaba prevenido ante la posibili- dad de un ataque de' Corea del Norte a Corea del Sur, y que comunicó al embajador de Corea del Norte,en Pekín que él apoyaba el ataque y que los chinos estarían dispuestos a in- tervenir para ayudar a Corea del Norte. La valoración que Mao hizo de la situación militar estaba teñida por su propia experiencia de la guerra popular y por la efectividad de sus poco entrenadas tropas guerrilleras de campesinos contra los japoneses. Mao, quien ya había declarado que la bomba ató- mica era un tigre de papel, al principio confió a los norco- reanos su convencimiento de que los norteamericanos no intervendrían. Cuando lo hicieron, a finales de junio, inme- diatamente después del ataque de Corea del Norte, Mao transmitió a muchos de sus comandantes militares la sensa- ción de que los norteamericanos no tenían motivaciones po- líticas y que estaban demasiado constreñidos por sus códigos y reglamentos militares, por lo que «su táctica será previsible y mecánica». Asimismo, los norteamericanos tenían «miedo a morir» y confiaban excesivamente en la aviación y la arti- llería. Por el contrario, las tropas chinas eran tácticamente flexibles y estaban comprometidas ideológicamente, necesi- taban de muy poco equipo y «son buenas en el combate cuerpo a cuerpo, en batallas nocturnas, asaltos de montaña y cargas de bayoneta». Aunque se establecieron planes de contingencia para en- viar una gran cantidad de tropas bajo la denominación de «voluntarios», durante todo el verano y el otoño las tropas chinas se guardaron de entrar en Corea. Mao estaba inmerso en un fuerte debate con sus dirigentes más veteranos y sus comandantes militares acerca de cuál sería el mejor modo de proceder. Sus colegas exigían garantías de apoyo aéreo sovié- tico y el envío de vehículos militares soviéticos, armamento y munición; algunos también señalaron que la guerra detendría completamente la reconstrucción económica de China y que 140 el pueblo chino acabaría desencantado. También hicieron no- tar la gran disparidad de potencial industrial entre ambos paí- ses. El año anterior, China había producido 610.000 tonela- das de hierro y acero; Estados Unidos había producido en el mismo período 87,7 millones de toneladas. Lin Biao, el vic- torioso coordinador al mando de la campaña de Manchuria llevada a cabo dos años antes, apuntó que la estrecha penínsu- la de Corea era un escenario militar que no favorecía a los chinos, ya que no contaban con apoyo aéreo ni naval. La tesis que Mao defendía de que China tenía que intervenir para asegurar sus propias fronteras así como para salvar a su vecino país comunista, reforzado por su propio optimismo acerca del potencial de las tropas chinas, acabó triunfando sobre los re- celos de sus consejeros. Tras varios aplazamientos —esta vez debidos a Stalin, que accedió a emplear aviones soviéticos únicamente para proteger las defensas costeras de China, pero no para combatir en Corea, y que dudó mucho tiempo acer- ca de la cantidad de ayuda y suministros que pondría al servi- cio de los chinos=, los «voluntarios» chinos entraron final- mente en Corea la noche del 19 de octubre al mando del veterano general comunista Peng Dehuai con las frecuencias de radio apagadas, sin emplear las luces de los vehículos y con unidades de avanzada vestidas con uniformes de las tropas norcoreanas. Una de las primeras bajas de la guerra fue el hijo mayor de Mao, Mao Anying, recientemente casado y de veintiocho años. A diferencia de la mayoría de las tropas, él era un autén- tico «voluntario» a quien su padre había permitido alistarse. Anying había solicitado un destino con mando en infantería, pero temiendo por la seguridad del joven, el general Peng Dehuai lo asignó al cuartel general como oficial e intérprete de ruso. La posición donde se encontraba Mao Anying fue alcanzada por una bomba incendiaria de la fuerza conjunta de Estados Unidos y la ONU durante un ataque llevado a cabo 141 el 24 de noviembre de 1950 y Mao Anying murió. Al princi- pio nadie se atrevía à comunicárselo a su padre y su cuerpo fue enterrado en Corea del Norte como cualquier otra baja china. Cuando Mao fue finalmente informado personalmen- te por Peng Dehuai de la muerte de su hijo, accedió a dejar su cuerpo en tierra coreana, como un ejemplo de su deber ante el pueblo chino. Sus dos únicas declaraciones acerca de la pérdida de su hijo fueron muy lacónicas: «En la guerra debe haber sacrificio. Sin sacrificio no habrá victoria. No hay padres en el mundo que no adoren a sus hijos». Y más ade- lante añadió: «Entendemos el cómo y el porqué de estas co- sas. Hay mucha gente corriente cuyos hijos han derramado su sangre y se han sacrificado por el bien de la revolución». Durante los comienzos de la guerra, cuando la lucha era más enconada, Mao seguía las campañas militares con mucho detalle, interviniendo constantemente con sus propias órde- nes o sugerencias tácticas. Pero al mismo tiempo, con su infa- lible sentido de la propaganda, advirtió las ventajas de la guerra como una manifestación política que clamaba en el interior de China. Consciente durante tantos años del intenso fervor emocional o político que podía generarse entre trabajadores, estudiantes o campesinos mediante campañas cuidadosamen- te planeadas, Mao y los órganos de propaganda china difun- dieron de forma masiva la idea mediante campañas con el lema: «Ayudar a Corea, resistir a Norteamérica». El pueblo chino fue invitado a seguir sacrificándose, a imponer una ma- yor vigilancia sobre él mismo y sus comunidades, a prestar un juramento de lealtad más profundo al Partido Comunista. Mientras la guerra de Corea entraba en un período de estan- camiento que duraría hasta 1953, las campañas domésticas se extendieron para incluir la persecución de contrarrevolucio- narios y espías extranjeros en el interior del país, y comenza- ron a tener como blancos a capitalistas o burócratas corrup- tos. El propio Mao, que había sido el instigador de la guerra 142 en suelo coreano, comenzó lentamente a asumir idéntico pa- pel en la supervisión del pueblo chino. Aunque estas campa- ñas estaban centradas en individuos, también tenían un com- ponente abstracto, un cierto carácter simbólico” y de tener que cubrir una cuota, como prometiendo la armonía futura de la mayoría si se identificaba al porcentaje correcto de vícti- mas. En tal ambiente de temor era difícil que la gente mantu- viera el equilibrio de un cierto sentido de la moral. Mao seguía rodeado de una serie de poderosos colegas revolucionarios, inteligentes y experimentados, pero a quienes cada vez les re- sultabá más dificil traspasar el muro protector en el que iba encerrando sus mundos interiores de visionario. 143 9 LA VISIÓN DEFINITIVA Al finalizar la guerra de Corea con el tratado de 1953 —que dejó el país dividido en dos mitades muy parecidas a las que lo separaban antes del comienzo de la contienda— China em- prendió un ambicioso programa de reconstrucción nacional. Los dirigentes comunistas modelaron sus proyectos siguien- do el ejemplo de los planes quinquenales de los soviéticos con el objetivo de impulsar el máximo desarrollo de la in- dustria, especialmente de la producción de acero y de la mi- neria, y un crecimiento secundario de los bienes de consu- mo y del sector agrícola. La adquisición obligatoria de grano a los campesinos a precios por debajo del mercado ayudaría a impulsar el crecimiento industrial y, al mismo tiempo, per- mitiría al gobierno subvencionar el precio de los alimentos en las grandes ciudades para prevenir los disturbios sociales. Los trabajadores de las industrias controladas por el estado contaban con el llamado «cuenco de arroz», casi nunca eran despedidos, ni siquiera teniendo en cuenta su rendimiento o su puntualidad, y el estado les proporcionaba una efectiva red de seguridad social mediante vivienda barata subvencio- nada y asistencia médica y educación gratuitas. De este modo, aunque los salarios eran bajos, el nivel de vida era adecuado para la mayoría de los trabajadores, y la «unidad de 144 trabajo» a la que pertenecían se convirtió en la fuente de su identidad social y económica. Mao conocía el campo mejor que las ciudades y por ello no es extraño que los.campesinos contaran con una gama más variada de opciones económicas que los trabajadores ur- banos, dependiendo de sus bienes antes de 1949 y de la can- tidad de tierra que pudieran haber recibido mediante la re- distribución agraria. Ya desde los días del soviet de Jiangxi, pero más específicamente desde los períodos de movilización de masas de'la segunda guerra mundial, la ideología maoísta había convertido la «agrupación en clases» como uno de los puntos centrales de la vida de los campesinos. Ser etiquetado como campesino adinerado o como terrateniente significaba afrontar el riesgo de perderlo todo, desde los ahorros a la vida. Ser tachado de campesino medio representaba un peli- gro marginal y podía obligar al afectado a una crítica genera- lizada y a la confiscación parcial de su propiedad. Lo más se- guro era ser clasificado como campesino pobre o jornalero sin tierra. El modo preciso en que se aplicaban estas etiquetas y la cantidad exacta de tierra o de cualquier otra propiedad, de herramientas y de animales de tiro que controlaba cada indi- viduo o cada familia, eran decididos tras laboriosas investiga- ciones. El prototipo de tales exámenes había sido el tipo de investigación realizada por Mao en Hunan durante 1926, en Jinggangshan en 1928 y en Xunwu en 1930. Al afrontar tales investigaciones, algunos campesinos ricos trataban a menudo de «rebajar» su condición social de clase matando ganado o destruyendo grano almacenado, y malvendiendo, o regalan- do, tierra sobrante. Todo este proceso favorecía los ajustes de cuentas y provocaba una gran violencia social, a. menudo exa- cerbada por las luchas entre parejas anteriormente casadas y ahora separadas gracias a las liberales leyes de divorcio pro- mulgadas por los comunistas en 1950. 145 A veces las desigualdades eran patentes, como ocurría en el caso de campesinos pobres que se habían unido en diversos tipos de organizaciones cooperativas alentados por el partido durante el período de la guerra civil y a quienes les habían ido bien las cosas al margen de la nueva organización socialista como para ser etiquetados posteriormente como campesinos medios. A principios de los años cincuenta, grandes extensio- nes del campo de China seguían siendo pobrísimas y la pro- piedad privada de tierras, incluso después de la redistribución, seguía siendo la norma. La forma preferida de socialismo se encauzaba a través de las cooperativas de productores de bajo nivel, en las que se reunía alguna mano de obra, un poco de tierra y de animales de tiro, y los campesinos se repartían las ganancias de acuerdo con su aportación original. Un sistema efectivo de registro vinculaba a los campesinos con el área en donde trabajaban la tierra, transformando las antiguas organi- zaciones rurales de los pueblos en «unidades de trabajo». Para prevenir el flujo de migración de mano de obra agrícola de las áreas rurales más pobres a las ciudades, el Partido Comu- nista solo concedía permiso para viajar fuera de la unidad de trabajo en casos excepcionales. Bajo este sistema, muchos campesinos emprendedores se hicieron ricos mientras que otros luchaban en los márgenes de la subsistencia. Como líder reconocido de la nueva China, que presidía sobre seiscientos millones de habitantes y una inmensa buro- cracia estratificada, Mao se vio forzado a emplear gran parte de sus energías en la planificación nacional. Y, sin embargo, a partir de la correspondencia de Mao que se conserva en los archivos de principios de los años cincuenta, es posible ver que, atravesando el espacio y las décadas, le llegaban noticias de tres grupos diferentes de personas que le habían conocido a un nivel mucho más íntimo: la familia de su anterior esposa, Yang Kaihui; los residentes de su pueblo natal de Shaoshan o del pueblo vecino de Xiangtan; y aquellos que enseñaron o 146 estudiaron con Mao en Changsha. Con estas cartas podía ha- cerse un retrato íntimo de cómo la revolución estaba afectan- do a individuos a quienes conocía bien, y le permitieron situar la opinión nacional en una serie de contextos a menor escala. La familia Yang fue la primera en dar noticias. La primera de sus cartas le llegó a Mao una semana después de que anun- ciara formalmente la creación de la República Popular China en la plaza de Tiananmen. Estaba escrita por el hermano de Yang Kaihui, Yang Kaizhi. Kaizhi le pedía permiso para viajar a la capital con algunos familiares. Su madre —la antigua sue- gra de Mao- no se encontraba bien y necesitaba asistencia médica. Kaizhi también buscaba un trabajo. En una educada y franca carta de respuesta, Mao le dijo a su cuñado que no fuera a la capital y que no pusiera a Mao «en el apuro» de so- licitar favores especiales. Le recomendaba que dejara en ma- nos del comité provincial del Partido Comunista de Hunan la búsqueda de un empleo apropiado. Pero el mero hecho de que Mao le contestara ya le conce- dió a la familia Yang un cierto prestigio y un ascenso impor- tante en sus comunidades. El mes de abril siguiente, Yang Kaizhi pudo informarle de que estaba trabajando para el go- bierno provincial de Hunan. Un tío de Yang Kaizhi también escribió a Mao y recibió una amable, aunque cauta, respuesta. Mao fue más abierto al recibir una carta de Li Shuyi, la mejor amiga de infancia de Yang Kaihui en la escuela femenina Fu- xiang de Changsha. El marido de Li Shuyi, buen amigo de juventud de Mao, también había sido asesinado por el mismo caudillo que mató a Yang Kaihui, lo cual proporcionó a los supervivientes de ambos matrimonios un vínculo muy espe- cial desde los viejos tiempos pasados juntos, que ambos alivia- ban compartiendo poemas. Li Shuyi deseaba viajar a Pekín para «estudiar marxismo-leninismo con una mayor seriedad». Mao la disuadió de trasladarse a la capital, pero ella volvió a escribirle pidiéndole que la ayudara a conseguir un puesto en 147 el Museo de Literatura y de Historia de Pekín. Mao puso re- paros pero le ofreció'ayudarla con algo del dinero que había ganado con los derechos de sus publicaciones. Supuestamente le pagaban bastante bien por sus Obras escogidas. Una voz diferente del pasado íntimo fue la de la niñera, Chen Yuying, que Mao y Yang Kaihui habían contratado para cuidar a sus tres hijos a finales de 1920. En una carta del 18 de diciembre de 1951 le recordaba a Mao su devoción por sus hijos y le pedía permiso para ir a visitarlo. Mao declinó amablemente la oferta utilizando como excusa la «frugalidad». Le recomendaba que permaneciera en Changsha y que bus- cara un trabajo allí, pero que si necesitaba ayuda él se ocupa- ría de que la consiguiera. Otras cartas muestran que Mao en- viaba, por medio de su secretario personal, dos pagos anuales a la familia Yang como una especie de «subsidio». Los pagos eran cuantiosos, pues cada uno de ellos sumaba al menos diez veces el ingreso anual de un campesino con recursos de la época. Mao también organizó visitas a las tumbas de la fami- lia Yang y celebraciones especiales en honor de la madre de Yang Kaihui, que seguía con vida a principios de los años cincuenta. Otros corresponsales contaban historias más extrañas al evocar el pasado de Mao. Uno de sus compañeros de clase en la escuela normal de Changsha se había convertido en miem- bro de la asamblea bajo el gobierno de Pekín por los milita- ristas y, posteriormente, formó parte del Kuomintang. Ahora se encontraba en una dificil situación económica. Mao consi- guió que le concedieran cierta ayuda. Otro compañero de colegio de tiempos aún más remotos, cuando asistía a la es- cuela primaria de Xiangxiang, le informó de que sus dos hi- jos habían sido acusados de contrarrevolucionarios durante la reforma agraria de 1952 y posteriormente ejecutados. Debi- do a los crímenes de sus hijos el padre fue puesto bajo vigi- lancia y se le prohibió afiliarse a la asociación local de campe- 148 sinos. Su único crimen había consistido en colaborar con el Kuomintang durante cinco meses en 1928. Ahora reclamaba su condición de campesino pobre. Mao le sugería que conti- nuara reformándose y que «prestara atención a sus mandos superiores». o Dos maestros de la escuela normal de Changsha, uno de ellos el que fuera director de la escuela y el otro un profesor de historia, le escribieron evocando recuerdos que se remon- taban a la caída de la dinastía Qing. Le contaban que, con más de setenta años, ambos necesitaban ayuda económica. Tambiénrle informaron de que «Yuan el Barbado», el profesor de literatura clásica a quien tanto reverenciaba Mao, había fa- llecido dejando a su viuda en una situación financiera muy delicada. Mao les facilitó un pequeño subsidio de los fondos de la sección local del partido a los tres. La nuera del profesor de matemáticas de Mao en la misma escuela (Mao siempre odió las matemáticas) le escribió solicitándole la admisión de tres de sus ocho hijos en una escuela especial para familiares de los cuadros del Partido Comunista. Mao no estaba seguro de poder conseguirlo, pero le dio varios nombres para que lo intentara y le dijo que podía emplear su carta de respuesta como garantía. Un alud de cartas le llegó de un soldado del ejército a quien conoció en 1911, de residentes de Shaoshan y de Xiangtan, de personal de la revista Nuevo Hunan con quienes colaboró en 1919 y de miembros de la Nueva Socie- dad Popular de Estudio, en la que Mao había ejercido como diligente secretario en 1920. En algunas de dichas cartas se resaltaban graves abusos que se cometían en su localidad debi- do al modo como ahora funcionaba el partido, especialmente en lo que se refería a la requisa de partidas de grano y la su- presión del bandolerismo. Pero estas voces provenientes de su vida personal en el pueblo y de la familia fueron apagándose al tiempo que aumen- taban las obligaciones de Mao. A finales de 1953, cuando ce- 149 lebró su sesenta aniversario, Mao no solo era el presidente del Partido Comunista, que contaba ahora con más de cinco mi- llones de afiliados, y presidente de la comisión militar que controlaba las fuerzas armadas, sino también presidente de la propia República Popular China. Además del laberinto de ministerios de Pekín —había más de treinta y cinco y la cifra pronto se duplicaría—, el partido contaba con su propia orga- nización en cada provincia y en cada ciudad rural, mientras que el ejército estaba subdividido en zonas regionales, cada una de las cuales debía integrar sus operaciones en las estruc- turas del partido. El pequeño comité permanente del Polit- buró, presidido por Mao, se encargaba de coordinar la inte- gración final de todas las subunidades. Con el aumento de estas obligaciones que le exigían cada vez más tiempo, un creciente equipo de secretarios privados comenzó a procesar y a clasificar su correo, y aquellas cartas que expresaban críti- cas al gobierno o al partido eran generalmente enviadas =sin el conocimiento de Mao- a los propios líderes locales que eran criticados. Más adelante, tras el fin de la guerra de Corea y la muerte de Stalin en 1953, Mao quedó en una posición prácticamente incuestionable en el panteón del mundo co- munista. El «pensamiento» de Mao era señalado como la ins- piración del crecimiento económico y de la energía política del país. Y sin embargo, Mao se sentía a menudo aislado de los acontecimientos, ya que expertos en organización como Zhou Enlai y Liu Shaoqi se encargaban de coordinar los múl- tiples aspectos de la política exterior y la economía del país. En 1953 y 1954 Mao empleó su prestigio personal para purgar a dos de los más poderosos dirigentes del partido en otros tiempos, uno en Manchuria y otro en Shanghai, de quienes sospechaba que habían sido desleales a sus objetivos revolucionarios generales. En 1955 comenzó a reclamar un nivel más drástico de reorganización radical en el campo y la formación de mayores unidades cooperativas, en donde los 150 campesinos trabajaran una mayor extensión de tierra comu- nal y se limitara estrictamente el uso de las tierras privadas y de los mercados informales. Mediante el llamado Pequeño Salto pretendía- generar más ingresos en el sector industrial así como asegurar el fervor revolucionario del pueblo. El proyecto de las cooperativas fue acompañado por la movili- zación en masa de decenas de miles (en ocasiones de cientos de miles) de trabajadores rurales para emprender proyectos grandiosos como la construcción de presas o la realización de canales y de terrazas en las laderas de colinas. Proyectos como estos eran recibidos con entusiasmo por la prensa con- trolada por el estado como una prueba de «alto nivel» de la organización socialista y, si no recibían la cobertura intensiva esperada, Mao sospechaba de la lealtad del equipo editorial del periódico. Estos planes descomunales eran orquestados directamente por Mao o supervisados por dirigentes locales del partido que buscaban así los favores del «presidente», como se le llamaba ahora normalmente. Pero muchos de los dirigentes más vete- ranos del partido encontraban tales métodos reprobables ideo- lógicamente y económicamente poco sólidos. Creían que la mayor parte de la riqueza rural era generada por los campesi- nos más capaces y más ricos, que se veían por tanto animados a incrementar sus cosechas y sus bienes para que el estado pu- diera extraer el excedente que necesitaba para el sector indus- trial. En un vigoroso discurso de julio de 1955, Mao atacó a tales teóricos: «Es inminente un rápido crecimiento del nue- vo movimiento socialista de masas entre los campesinos. Pero algunos de nuestros camaradas, trastabillando como una mu- jer con los pies vendados, se quejan todo el tiempo: “Vas muy rápido, demasiado rápido”». Por supuesto que-había peque- ños problemas, admitía Mao: a veces los campesinos pobres no eran admitidos en las cooperativas a pesar de su pobreza; a veces campesinos medios eran forzados a entrar en cooperati- 151 vas contra sus intereses. Aunque existían en China alrededor de 650.000 cooperativas que acogían a un total de 16.900.000 campesinos, la media de familias que incluía Cada una era de veintiséis, y tendían a estar agrupadas en el norte de China. A no ser que se consolidaran en unidades mayores y se exten- dieran más no se podría producir un crecimiento rápido. El movimiento de expansión de las cooperativas adolecía, en opinión de Mao, de dos tipos de problemas muy claros. Uno era el optimismo desmesurado que provocaba que los cuadros del partido y los campesinos se encontraran «ebrios de éxito». Esto podría considerarse como una «desviación izquierdista». El otro era el «miedo al éxito» y el ansia por reducir las di- mensiones del movimiento. Esta última se trataba de una «desviación derechista» y era el problema mayor al que se en- frentaban en la actualidad. La expresión «ebrios de éxito» en un contexto agrario como aquel estaba extraída de las obras de Stalin, como pro- bablemente sabía la audiencia de Mao. Se refería a las tempra- nas etapas de la colectivización soviética, cuando muchos funcionarios quisieron acelerar el proceso con demasiada ra- pidez, alienando a millones de campesinos y provocando un sufrimiento general en la población. Sí, afirmó Mao, ha habi- do «impetuosidad e impaciencia» en la Unión Soviética, pero «bajo ningún concepto debemos permitir que estos camara- das utilicen la experiencia soviética como una excusa para progresar a paso de caracol». En muchas zonas rurales de la Unión Soviética no se había realizado el trabajo preparatorio adecuado y los campesinos no tenían el alto nivel de concien- ciación política necesario. China ya estaba rectificando en ambas direcciones y Mao afirmaba que el plan para que «la agricultura cooperativa socialista» fuera llevado a la práctica en su totalidad tardaría en total dieciocho años, desde la fun- dación de la República Popular China en 1949 hasta el final del Tercer Plan Quinquenal, en 1967-1968. 152 Mao ya había decidido, de hecho, avanzar a un paso más rápido, pero antes de hacerlo, tenía que ocuparse de desha- cerse de los miembros del partido que le frenaban y asegurar- se de que contaba con el apoyo entusiasta de los escritores e intelectuales que animaban las campañas de propaganda y la labor educativa del partido. La situación se vio complicada con la aparición de Nikita Jruschov, primer secretario del Partido Comunista de la URSS, cuya denuncia inesperada de la política de Stalin en 1956, en un discurso en el que no solo criticó a quien, para Mao, había sido el líder central de la Unión Sóviética, sino también, por alusión directa, al propio Mao, por su «culto a la personalidad», era por entonces algo perfectamente orquestado y obvio para cualquier observador extranjero informado. Desde los días de Yan'an, Mao se había propuesto desem- peñar un papel central como árbitro y crítico cultural. A partir de 1949 Mao se permitía dar su opinión en discusiones sobre cine, literatura y filosofía para resaltar la necesidad de vigilar y eliminar cualquier rasgo de la vieja sociedad, apoyando a la gente corriente, a la que se refería irónicamente como los «don nadie», cuando se atrevían a atacar reconocidas obras de arte en nombre de la pureza revolucionaria. A finales de 1956 y a principios de 1957 estas diferentes trayectorias convergieron en la mente de Mao: la habilidad de los «don nadie» de China para transformar su tejido social, el obstruccionismo de la nueva clase dirigente del propio Partido Comunista, las posibilidades de avance en la economía si aquellos que avanzaban con los «pies atados» fueran apartados, la necesidad de profundizar tanto los canales de crítica como el flujo de información y de mantener brillante y encendida la llama del socialismo. Todos estos aspectos desempeñaron un papel importante en el clamor de críticas que se produjeron a mitad de 1957 y en la proclamación, a finales de aquel mismo año, del Gran Salto Adelante en la industria y la agricultura. 159 Un extenso texto de Mao nos da una imagen clara de sus ideas en febrero de 1957. Se trata de unas notas esbozadas para un discurso informal de cuatro horas que Mao, en el ambiente más bien formal de la asamblea nacional, dirigió a los líderes de la burocracia, de las esferas de la cultura y de la propaganda y a otros intelectuales escogidos que no eran miembros del partido. El discurso versaba sobre el tema de las «contradicciones» en la sociedad china y en el seno del partido, y con ello evo- caba el motivo central que Mao había tratado de abordar en sus primeros intentos de presentarse como un experto en el: materialismo dialéctico marxista, en 1937. Para Mao las «contradicciones» eran de dos tipos, aquellas que existían en- tre «el enemigo y nosotros mismos», que podrían llamarse «antagónicas», y aquellas que existían «entre el pueblo», que «no eran antagónicas». El «enemigo», en el contexto chino, incluía a los terratenientes, los «elementos imperialistas» (su- puestamente aquellos que tenían conexiones en el extranje- ro), y los refugiados chinos en Taiwan. A dicha gente se le había privado acertadamente de sus derechos civiles con la llegada de la dictadura del pueblo y del centralismo democrá- tico. La democracia china consistía en lo siguiente: era una «democracia con liderazgo» o «libertad de clases», más genui- na en China que en la «fachada» burguesa de la libertad parla- mentaria que existía en Occidente. Pero aunque la lógica de la lucha de clases sugería que toda la burguesía nacional china sería también enemiga de la clase trabajadora china, la reali- dad no era así. «Las contradicciones antagónicas, si eran trata- das adecuadamente, podían ser no antagónicas», y eso era precisamente lo que ocurría en China debido a la lucha con- junta contra el imperialismo extranjero. Había que tener cui- dado al definir a los enemigos y calcular cuándo se debía ejer- cer la compasión o para decidir cuándo se había completado la transformación. «La luna norteamericana y la luna china 154 son la misma luna», señalaba Mao; la luna norteamericana no era «mejor». En otras palabras, cada sociedad levanta la mirada al cielo desde el punto en que se encuentra. Mao había decidido que el proceso de unidad-crítica-uni- dad debía ser visto como el método correcto de resolver las contradicciones que se producían en el pueblo o en el mismo seno del Partido Comunista. Dicho método era mejor que el empleado por Stalin de la «lucha despiadada y los golpes de- salmados» ya que ahora Mao creía que, cuando Stalin estaba en el poder, a menudo «hacía las cosas mal». El Séptimo Con- greso del Partido, celebrado en 1945, había sido un ejemplo de cómo funcionaba correctamente el proceso. Si se conside- raban los contrarrevolucionarios chinos que habían sido eje- cutados -según Mao unos setecientos mil «bravucones locales y malvados burgueses» entre 1950 y 1952, no se podía decir que se hubieran cometido errores. Todos ellos merecían la muerte. Pero cuando la prensa de Hong Kong difundió la ci- fra de veinte millones entonces se pasaron de la raya. «¿Cómo habría sido posible que matáramos a veinte millones de per- sonas?», se preguntaba Mao. Durante su charla, Mao introducía el tipo de estadísticas que siempre le había gustado recoger en su juventud. Aunque no fueran muy reales, aquellos datos revelaban la sensación que seguía teniendo de los problemas que persistían en Chi- na: el grado de descontento de los campesinos con las coope- rativas era del dos al cinco por ciento; el número de hogares que carecían de alimento adecuado era del diez al quince por ciento de la población; el cuarenta por ciento de los niños chinos no tenían ninguna escuela adonde acudir; el acopio de grano por parte del estado era de alrededor del veintidós por ciento del total producido; siete mil estudiantes, en veinti- nueve escuelas, se habían manifestado en contra del gobierno durante 1956; los sindicatos habían promovido al menos cin- cuenta huelgas, algunas de ellas con participación de más de 155 mil trabajadores. En tales circunstancias, ¿por qué no «dejar que crezcan mil flores y que rivalicen cien escuelas de pensa- miento»? Ello sería de una inestimable ayuda para la transfor- mación socialista. En cuanto a los dirigentes, ser incompren- dido en su propio tiempo no era algo malo, afirmó Mao: le había ocurrido a Jesucristo y a Confucio, a Buda y a Charles Darwin, a Martín Lutero y a Galileo. Este curioso discurso animó aquel mismo verano a los in- telectuales y a los críticos a airear su opinión con gran fran- queza bajo la invocación del espíritu de «las cien flores», así como las semillas que Mao había sembrado en los arriesgados tiempos de la reforma agraria germinarían más adelante aquel mismo año con el Gran Salto Adelante. Cada una de esas opiniones fue seguida —como, de hecho, el pensamiento dia- léctico habría debido prevenir a Mao de que sucedería— de su negación absoluta. Los intelectuales que osaron hablar clara- mente contra los abusos en la burocracia del partido, contra las innumerables trabas a la creatividad, e incluso contra la re- levancia del propio marxismo para las necesidades de China se encontraron de repente en el papel de víctimas de una colosal campaña de contracrítica. Esta cruel contraofensiva, conocida como la «campaña antiderechista» y orquestada en sus más mínimos detalles por el recién nombrado secretario general del Partido Comunista, Deng Xiaoping, acabó con cientos de miles de vidas y llevó a quienes fueron hallados culpables a perder su puesto en el partido o su trabajo como escritores para ser enviados a remotas áreas rurales o a «refor- marse mediante el trabajo» en algún centro de detención. En muchos casos no fueron rehabilitados hasta la década de los setenta, o más adelante. El coste que esta campaña significó para la clase científica o económica fue tan alto como para el campo de las artes, la literatura y la educación en general. Fueron sobre todo académicos educados en el extranjero los que fueron inducidos a hablar abiertamente, y su intento de 156 hacer que verdaderamente florecieran cien flores los llevó a ser condenados como «semillas venenosas» de por vida. Aunque el Gran Salto Adelante fue en sus orígenes mu- cho más complejo que el movimiento de las Cien Flores y se desplegaba a una escala mucho mayor por toda China, el proyecto acabó en catástrofe y hambre, una hambruna que costó al menos veinte millones de vidas entre 1960 y 1961. El Gran Salto Adelante, según la idea de Mao, combinaría las exigencias de una agricultura de cooperativas a gran escala con una visión casi utópica del fin de las distinciones entre ocupaciones, sexos, edades y educación. Al comprimir las cientos de miles de cooperativas existentes —a finales de 1957 habían sobrepasado las setecientas mil- en alrededor de vein- te mil comunas, donde toda la tierra era propiedad del esta- do y se trabajaba comunalmente, Mao creía que toda China podría cosechar los beneficios inmensos derivados de la gran escala y de la flexibilidad. Las cocinas y las lavanderías comu- nales liberarían a la mujer de las tareas domésticas y le permi- tirían realizar labores agrícolas más constructivas; los trabaja- dores rurales aprenderían a construir pequeños hornos en el patio de sus casas para completar la producción de acero de las factorías urbanas; la milicia local incrementaría la efectivi- dad del combate del Ejército Popular de Liberación permi- tiendo que se concentraran en asuntos de gran prioridad; las escuelas comunales acabarían con el problema del analfabe- tismo; los médicos pondrían la asistencia sanitaria al alcance de cualquier campesino, y antologías de poesía del pueblo aumentarían el acervo cultural del país. Una escala organiza- tiva que ascendía de los individuos y la familia al trabajo en equipo, del equipo a la brigada de producción, de la brigada a la comuna, y así hasta llegar a la secretaría del partido en el distrito y la provincia, aceleraría el flujo de las Órdenes de arriba abajo de la sociedad y propagaría sin esfuerzo el men- saje del partido. 157 Fue en 1958, en Beidaihe, lugar de recreo en la costa don- de los comunistas celebraban su retiro anual de verano en los chalets construidos por los imperialistas extranjeros, cuando la euforia de Mao alcanzó su cenit. Se trataba de una reunión ampliada del Politburó —el núcleo central de los dirigentes chinos—, y los comentarios de Mao, repartidos por varios dis- cursos, se sucedieron a lo largo de dos semanas. Mao compar- tió con los colegas más veteranos sus disquisiciones acerca del futuro de China que poco tenían que ver con la realidad pre- sente del país. Se refirió al Gran Salto Adelante como una continuación del reciente florecimiento y contienda que ha- bía provocado el movimiento de las Cien Flores y no dudaba en ver en el proyecto la promesa de una China sin hambre, donde los propios chinos no tuvieran que volver a pagar por la comida y donde los excedentes se donarían gratuitamente a otros pueblos pobres de cualquier parte del mundo. Si en China hubiera mil millones más de habitantes, no habría di- ferencia. La roturación profunda de las tierras, la condensa- ción de las plantaciones, la reforestación y la política econó- mica proporcional hecha posible gracias a la mano de obra de las masas entusiastas producirían este excedente, con lo cual un tercio de las tierras de cultivo de China permanecería en barbecho cada año. Los primeros brotes de las semillas del co- munismo ya eran apreciables, dijo Mao. El trabajo duro y la disciplina proporcionarían una mejor salud a todos, así como mejoró la salud de Mao cuando pasó la guerra civil metido en una cueva, y los médicos no tendrían más trabajo que investi- gar. El trabajo mental se fundiría con el trabajo manual y la educación se uniría con la producción. Nadie tendría la ten- tación de darse aires, ya que la indumentaria sería la misma en el corte y los tejidos, y sería tan gratuita como la comida. De- saparecerían las diferencias salariales, como también desapare- cería la necesidad de la vivienda de propiedad. La moralidad daría un gran paso adelante en la nueva sociedad, ya que no 158 se requeriría ningún tipo de supervisión y todo estaría 1m- pregnado del espíritu desinteresado que llegó a ser una fuerza importante en la pasada revolución, cuando «el pueblo moría sin pedir nada a cambio». Toda China sería un vergel tan frondoso que nadie necesitaría viajar jamás para recrearse en las vistas de la naturaleza. Nadie en la audiencia, pensaran lo que pensaran, se atre- vió a discrepar, y el Gran Salto, con todas aquellas visiones desaforadas, se convirtió en la política de la nación a finales de 1958 hasta bien entrado 1959. Los campesinos y los traba- jadores obraban prodigios en materia laboral, trabajando casi sin respiro en los campos. Mao sugirió que los campesinos podrían tomarse dos días de descanso al mes para evitar la so- brecarga de trabajo; los trabajadores industriales debían dor- mir en sus lugares de trabajo, junto a las máquinas, para aho- rrar tiempo en desplazamientos. Todo aquello era posible, en palabras de Mao, gracias a que el «pueblo chino es muy disci- plinado; es algo que siempre me ha impresionado profunda- mente. Durante mi visita a Tianjin, cientos de miles de per- sonas se congregaron a mi alrededor, pero un solo gesto de mi mano hizo que se dispersaran». Ahora, con un solo gesto de su mano, habían vuelto a reunirse. El futuro parecía madu- ro para ser recogido en las manos de Mao. 159 10 MALA COSECHA Tanto el movimiento de las Cien Flores como la puesta en marcha del Gran Salto Adelante, mostraban a un Mao cada vez más alejado de cualquier confrontación directa con la rea- lidad. Sus especulaciones científicas, sus disquisiciones filosó- ficas y sus proyecciones económicas —cuando no habían pasa- do por el filtro o las correcciones de sus propios secretarios privados y por los equipos programadores de los ideólogos del partido- parecían ser en principio bastante simples, cuan- do no ingenuas. El propio Mao parecía cada vez menos preo- cupado por las consecuencias que se podían derivar de sus propias decisiones arbitrarias. El hecho cierto es que Mao se había construido un mun- do a su alrededor donde las cosas no podían ser de otra mane- ra. Mao no tenía prácticamente contacto con el mundo exte- rior. En sus conversaciones con Stalin de diciembre de 1949 y de enero de 1950, ambos habían discrepado profundamente en algunos puntos y no cabía duda de que el líder soviético contaba con el poder de su propio país y con el prestigio glo- bal en el movimiento comunista como para decir a Mao lo que quisiera. Pero Stalin murió en 1953 y Mao solo hizo otro viaje a la Unión Soviética a finales de 1957. Era la ocasión protocolaria para celebrar el cuarenta aniversario de la Revo- 160 lución bolchevique, y los discursos de Mao no mostraron sus verdaderos sentimientos. Mao no se sentía próximo a Jrus- chov, que lo había desairado al no avisar antes a los chinos de su denuncia de Stalin; y aunque Mao también se había mos- trado crítico con la figura de Stalin en diversas charlas infor- males con los cuadros comunistas chinos, sus relaciones con Jruschov nunca fueron cordiales, haciendo que ambos países fueran distanciándose hasta que sus vínculos culturales y polí- ticos acabaron cortándose en 1960. Mao tuvo la oportunidad de departir con numerosos líde- res mundiales en Pekín, pero los encuentros estaban general- mente lastrados por el protocolo y resultaba poco probable que los visitantes le señalaran sus defectos. Mao nunca había estado en ningún país extranjero a excepción de la Unión Soviética, y desde entonces hasta su muerte jamás puso un ple en otro lugar que no fuera China. Como afirmó en su discurso de 1958 en Beidaihe: «¿Para qué cruzar los cuatro continentes cuando China tiene tanto que ofrecer?». Muchos de los colegas comunistas más veteranos habían vivido y estu- diado fuera del país durante períodos considerables de tiempo y hablaban al menos una lengua extranjera. Mao, a finales de 1950, parecía haber renunciado al estudio del ruso, aunque su único hijo sobreviviente, Anqing, y su hija mayor, Li Min, estaban tan familiarizados con el ruso como con el chino, de- bido a los años que pasaron en la Unión Soviética. Aunque continuó tratando de aprender inglés, a Mao le aburría estu- diarlo y, con la excusa de cualquier dolencia mínima, aplaza- ba sus lecturas en aquel idioma. Cuando quería leer a Lenin —como hizo con ¿Qué hacer? en la época de la campaña anti- derechista— le pedía a su secretario que le encontrara una tra- ducción al chino, no la versión original del ruso ni una traduc- ción del inglés. La observación personal de las condiciones sociales era un modo natural de recoger información sobre China, y eso era 161 algo a lo que Mao se había dedicado en su juventud con gran éxito, compilando detalladas notas sobre lag más minuciosas gradaciones de estratos económicos y sacando atrevidas con- clusiones de momentos de violencia y de arrojo protagoniza- dos por los pobres, de las que había sido testigo directo. En los años que siguieron a 1949 Mao disfrutó recorriendo per- sonalmente el campo chino y volviendo a visitar su provincia natal de Hunan. Las cartas informales que la gente de Shao- shan y de Xiangtan le enviaba a principios de 1950 revelaban que aún no se hallaban deslumbrados por su famoso hijo pre- dilecto, y en las varias travesías que hizo Mao por el río Xiang de Hunan, o por el Yangtsé, un poco más al norte, tuvo al parecer tiempo para departir relajadamente con los habitantes de los pueblos y para conocer de cerca sus preocupaciones. Pero desde finales de la década de los cincuenta en adelante, Mao viajaba en un tren equipado especialmente, con asisten- tes y guardaespaldas que no se apartaban de él, lo cual aumen- tó su aislamiento del mundo exterior. En la primavera de 1956, cuando los habitantes de los pueblos de la ribera del río Xiang, junto a Changsha, se acercaron a Mao para hablarle de sus problemas, Mao les contestó que hablaran con los cuadros del Partido Comunista de Hunan. En esa misma época escri- bía un poema en métrica clásica alabando el júbilo de flotar con libertad dejándose llevar por la corriente. En circunstancias normales, Mao habría contado con una fuente adicional de información sobre la situación real del país en su propia esposa, Jiang Qing. Era veinte años más jo- ven que él, había crecido en Shandong y había que recono- cerle una amplia experiencia tras haber pasado parte de su ju- ventud en Shanghai, actuado en el cine y el teatro, además de sus largos años en Yan'an y las marchas forzadas bajo extremo peligro durante el período de la guerra civil. Pero mientras que Mao mencionaba con frecuencia su dicha matrimonial a principios de la década de los cincuenta en cartas a los ami- 162 gos, dejando entrever con ello una cierta intimidad con su es- posa, en 1956 la pareja ya había empezado a distanciarse, aun- que ambos seguían viviendo en Zhongnanhai. Aquel mismo año Jiang Qing viajó a la Unión Soviética para someterse a tratamiento para un cáncer cervical; según los recuerdos de sus médicos soviéticos, Jiang Qing les confesó que Mao y ella ya no dormían juntos. El fin de su tercera relación personal y sexual pudo ser lo que llevó a Mao a recordar con tanto anhelo a Yang Kaihui. En enero de 1958 se publicó en el Diario del Pueblo un poema de Mao dedicado a la memoria de su anterior esposa, que ha- bía fallecido hacía ya casi veintiocho años. Mao escribió el poema en respuesta al poema que su amiga Li Shuyi le envió con motivo de la muerte de su esposo en una batalla con el Kuomintang en 1932, y ambos poemas, especialmente el suyo, recibieron en los meses siguientes un alud de reseñas entusias- tas en las revistas literarias chinas. El poema de Mao es, sin duda, conmovedor, especialmente su segunda estrofa: Chang E en su soledad despliega sus ondulantes mangas, y como cruzando la vasta vaciedad del espacio baila para esas almas virtuosas. De repente corre la voz en la Tierra de que el Tigre ha sido sometido. Y las lágrimas que ambos derramaron caen como un torrente de lluvia. Según cuentan las leyendas chinas, conocidas por los lectores de Mao, Chang E robó el elixir de la inmortalidad de su espo- so y huyó a la luna. Pero una vez allí, no tenía a nadie con quien compartir la inmortalidad y se sumió en la más profun- da soledad. Tras recibir el poema de Li Shuyi —en respuesta del cual él escribió el suyo—, Mao le pidió que visitara de su parte 163 la tumba de Yang Kaihui en su ciudad natal de Banchang, a las afueras de Changsha. (Quizá Mao pudo habet ido en persona, pero no hay documentos que lo demuestren.) Otros miembros de su entorno familiar probablemente no se atrevían a dar su consejo sincero al presidente del país. Su compañera de los días de los soviets de Jinggangshan y Jiang- xi, He Zizhen, vivía ahora sola en Shanghai y había sufrido un colapso nervioso en 1954 (según algunas fuentes, le sobre- vino tras oír un discurso de Mao en la radio). Mao le ofreció pagar los gastos del neurólogo con los ingresos de los dere- chos de sus obras, pero su camarada revolucionario, Chen Yi, entonces alcalde de Shanghai, dijo que lo sufragaría con fon- dos de la alcaldía. En la misma línea, habría resultado impen- sable que los propios hijos de Mao expresaran su malestar con la dirección política que estaba llevando su padre, a pesar de que seguían en contacto con él en Pekín. Li Min, la única hija sobreviviente del matrimonio de Mao con He Zizhen, vivía con Mao en Zhongnanhai y asistía a la Escuela de Ma- gisterio de Pekín. Li Na, hija de Mao y de Jiang Qing, tam- bién vivía en Zhongnanhai y asistía a la escuela. (En 1961 in- gresó en la Universidad de Pekín para estudiar historia, carrera en la que se licenciaría en 1965.) Anqing, el único hijo sobreviviente de su matrimonio con Yang Kaihui, pasaba la mayor parte del tiempo hospitalizado y aún no se había ca- sado. (En 1961 se casaría con la hermanastra de la viuda de su fallecido hermano.) Los hermanos, las hermanas y los padres de Mao habían muerto hacía tiempo. Para Mao, otra fuente adicional de información acerca de las necesidades y la situación política del momento podrían haber sido la prensa y la radio, pero ambas estaban controladas y administradas por el Partido Comunista, y todos los asuntos tratados tenían que pasar una supervisión sobre $u corrección política. Las luchas que excitaban a la prensa tenían lugar en- tre facciones en conflicto fuera del campo periodístico, en 164 busca de publicidad para difundir su punto de vista. El traba- jo de editor era al mismo tiempo arriesgado y de gran rele- vancia social, pues además de proporcionar grandes ventajas también prometía una caída rápida si uno calibraba errónea- mente la situación política. Tales peligros latentes se pueden apreciar en la relación entre Mao y Deng Tuo, editor enton- ces del periódico oficial del Partido Comunista, el Diario del Pueblo, en los primeros años de la República Popular, desde el otoño de 1949 a febrero de 1959. La formación, el pasado y la experiencia política de Deng Tuo lo habrían convertido en un inestimable consejero de Mao, si tal relación hubiera sido posible en la atmósfera que se vivía por entonces en el interior del partido. Deng Tuo era hijo de un funcionario de la dinastía Qing y había recibido una educación exhaustiva tanto en estudios clásicos chinos Ancluyendo la caligrafía y el arte antiguos- como en nuevos temas llegados de Occidente. Arrastrado por las corrientes de izquierda de la época, se unió al Partido Comunista en 1930, siendo estudiante en Shanghai. Cuando los japoneses pusie- ron en fuga a los ejércitos chinos a finales de 1937, Deng Tuo pudo llegar hasta la base de operaciones de los comunistas más cercana a Yan'an, conocida como la región de Shanxi- Chahar-Hebei. Una vez allí demostró una tremenda habili- dad para dirigir periódicos comunistas clandestinos y para mantener en el aire una emisora secreta. Deng hablaba con fluidez el inglés y con frecuencia sirvió como intérprete y propagandista de periodistas occidentales, médicos o como contacto personal de diversos tipos. Su encanto personal, su inmenso saber y su dedicación a la revolución impresionó a sus superiores en el partido. Nadie se sorprendió cuando Deng Tuo fue nombrado editor del Diario del Pueblo una vez que los comunistas subieron al poder. Como es obvio, Deng sentía cierta intranquilidad acerca de la política de Mao, pero como editor de la voz más autori- 165 zada del partido no podía controlar el contenido y el sesgo ideológico de lo que publicaba, ni podía expresar pública- mente sus reticencias. El único modo como podía expresar su punto de vista consistía en retrasar la publicación de ciertos asuntos, jugar con el emplazamiento de ciertas noticias en el interior del periódico o sugerir verdades ocultas mediante la yuxtaposición de ciertas referencias. Deng sobrevivió bien sus primeros años como editor, pero los acontecimientos de las Cien Flores y del Gran Salto Adelante llevaron su tacto polí- tico y su esquivez al límite. El primer dilema colosal con que se enfrentó como editor consistió en decidir cómo encauzar la crítica de los miembros más veteranos del partido, que se oponían a Mao en lo referente a las políticas agrícolas y eco- nómicas del Pequeño Salto. En el verano de 1956, Deng pu- blicó el eslogan divulgado por nadie menos que el propio mi- nistro de Finanzas anunciando que China debería «oponerse a la impetuosidad y al aventurismo». A ello siguió un editorial —esbozado por él mismo, revisado por el departamento de propaganda del Comité Central del Partido Comunista y re- visado personalmente por el miembro más antiguo del Polit- buró, Liu Shaoqi- en el que repetía la llamada a «oponerse a la impetuosidad» y añadía que «en nuestro trabajo actual de- beríamos considerar cuidadosamente, y siempre basándonos en los hechos, qué es lo que se puede realizar más y más rápi- damente y lo que no se puede llevar a cabo más y más rápida- mente». Las palabras parecían bastante comedidas como para levan- tar polémica, pero estaba claro que se trataba de un golpe di- recto contra Mao. La reacción de Mao ilustra claramente su nerviosismo acerca de cualquier posible cuestionamiento de su propia autoridad ideológica: sobre la página editorial de su ejemplar del periódico garabateó tres caracteres, ‘bu kan le, que significan literalmente ‘no leído”, aunque otra traducción posible sería algo así como ‘no leer”, o ‘no merece la pena ser 166 leído”. El intento de propagar el movimiento de las Cien Flo- res también provocó un conflicto entre Mao y Deng, como también le trajo problemas el retraso en publicar alguna ver- sión del discurso de 1957 sobre las contradicciones. A pesar de que a finales de marzo y principios de abril de 1957 Mao se pateó Tianjin y Shanghai para propagar el espíritu del mo- vimiento de las Cien Flores, el periódico concedió una míni- ma cobertura a sus discursos. El resultado de todo ello fue un enfrentamiento entre Mao y Deng Tuo el 10 de abril de 1957. El encuentro ha sido narrado en detalle por uno de los colegas de Deng pre- sentes en la escena y nos muestra hasta qué punto Mao no estaba ahora dispuesto a contemplar ninguna interpretación alternativa de su política. Deng y su plantilla fueron convoca- dos a presentarse después de la comida en la residencia de Zhongnanhai ante Mao. Cuando los editores entraron en la habitación encontraron a Mao echado en la cama, vestido únicamente con la chaqueta del pijama y una toalla arrollada a la cintura. La cama estaba atestada de libros y él fumaba un cigarrillo detrás de otro mientras hablaba. Enseguida Mao lanzó una larga diatriba contra la política editorial del Diario del Pueblo y acusó a Deng Tuo de dirigir el «periódico de una facción» en vez de un «periódico del partido». Y continuó di- ciendo: «Ya os he dicho en otras ocasiones que los que lleváis el periódico no sois más que unos pedantes. Me equivocaba, debería decir que los que lleváis el periódico estáis muertos». Deng intentó explicarle los complejos mecanismos del parti- do que controlaban y daban el visto bueno al material que aparecía publicado en el Diario del Pueblo, pero Mao le replicó rápidamente: «¿Por qué hay que convertir en un secreto la política del partido? ... Si los periódicos del partido son pasi- vos, entonces la dirección del partido se convierte también en pasiva. Aquí se esconde un fantasma. ¿Dónde está el fan- tasma?». 167 Volviendo la vista a los editores más jóvenes, sentados en semicírculo alrededor de la cama, Mao les preguntó por qué se quedaban tan callados: «Si queréis hacer alguna crítica a Deng Tuo, lo más que puede hacer es despediros. ¿Cómo es que nadie se ha inmutado? ¿Cómo es que ninguno de voso- tros ha escrito una carta a la central del partido informando de la situación?». Cuando Deng le respondió ofreciendo su di- misión, declarando que siempre había actuado sinceramente y de buena fe, entonces Mao explotó con el lenguaje vulgar que ahora empleaba a menudo en sus discursos, como para resaltar su educación rural de no andarse con contemplacio- nes: «¡No me creo esa sinceridad de la que hablas! Lo único que conoces son las idas y venidas de coches oficiales, vives rodeado de lujo. Ahora, caga o suelta el orinal». En la interminable arenga que siguió, de casi cuatro ho- ras, Mao acusó al periódico de ocultar los logros del pueblo chino rebajando las cifras del gobierno sobre las buenas cose- chas. Dijo que estaba decidido a hacer que los intelectuales sirvieran a los proletarios, igual que había amedrentado a los capitalistas del país. Cualquier empleo del marxismo para de- sechar sus propias ideas era algo que rechazaba como «dog- matismo». Pronto iba a dejar la presidencia del estado, dijo Mao (efectivamente, lo hizo en la primavera de 1959), y en- tonces comenzaría a escribir su propia columna regularmen- te en el periódico. Cuando uno de los secretarios de con- fianza de Mao, que había estado presente durante todo el encuentro, le recordó al presidente que ya había aprobado muchas de las políticas y procedimientos que ahora atacaba, Mao respondió: «Bueno, si así fuera es que estaría confundi- do». Deng fue despedido del puesto de editor en junio de aquel mismo año. La intervención del secretario de confianza de Mao nos lleva a la presencia de otro grupo de personas que podían ha- ber proporcionado a Mao un conocimiento detallado de lo 168 que ocurría a lo largo y ancho del país. Este grupo de secre- tarios formaba un grupo de mucho peso, con reconocidas credenciales revolucionarias. Algunos de ellos le pasaban in- formación a Mao cuando creían que le sería necesaria, pero tan solo podían hacer viajes de reconocimiento cuando se les indicaba. Lo mismo ocurría con la guardia de elite de Mao, la mayoría de ellos antiguos campesinos que tenían la rudeza práctica y. la falta de educación que atraía a Mao. Muchos de quienes rodeaban a Mao se encontraban simplemente ate- morizados por la formidable reputación de sus famosos arre- batos de cólera. El doctor Li Zhisui, por ejemplo, autor de un extenso y aparentemente favorable retrato de Mao tras la muerte del presidente, deja claro que nunca se arriesgó a po- ner en peligro la relación con su jefe sacando a colación te- mas que pudieran desagradarle. De este modo, el experi- mento del Gran Salto, que a la postre resultaría desastroso, continuó poniéndose en práctica a lo largo de toda China. Lo más extraño de estos años es que había una parte de Mao que era escéptica acerca de la senda por donde había guiado a su país. Cuando la gente a la que apreciaba y confia- ba le pedía que los librara de los rigores de labrar el campo en proyectos del Gran Salto, no dudaba en escribir cartas en su nombre para excusarlos. Eso mismo fue lo que hizo con la niñera de los tres hijos que tuvo con Yang Kaihui en la déca- da de los treinta, cuando los cuadros locales le ordenaron que se presentara para que se le asignara un trabajo a finales de 1957. Y sin embargo, otra parte de Mao no toleraba la crítica directa del Gran Salto a ningún nivel. Esta profunda y desas- trosa ambigiiedad se veía reflejada en sus colegas de mayor antigiiedad, todos ellos veteranos de la revolución y con gran experiencia en la organización social y la planificación eco- nómica, quienes habían mostrado su nerviosismo acerca de ambos proyectos, las Cien Flores y el Gran Salto, pero que en su impaciencia por promover el crecimiento del país y por 169 proteger sus propias carreras, jamás pasaron a la acción para frenar el temerario curso de los acontecimientos. Esta actitud puede verse reflejada en la transcripción de las reuniones del partido que tuvieron lugar en Wuchang, en el Yangtsé, en noviembre de 1958. Alli, enredándose en co- mentarios y respuestas contradictorias, Mao dejó ver que era consciente de los increíbles niveles de violencia de las campa- ñas de masas, de los peligros de la hambruna que asolaba al país, de la necesidad de enviar equipos de investigación para comprobar la realidad de la producción, de la imposibilidad de alcanzar las cuotas previstas de acero, grano y tierra la- brada, de la falsedad de los informes, a todos los niveles, que estaban poniendo en peligro todo el proyecto con contradic- ciones, y del falso consentimiento con que millones de cam- pesinos acogían las imposibles demandas del partido. Como Mao declaró a sus cuadros, la poesía no era lo mismo que la realidad económica, y aquello no era solo un «sueño» del cual uno simplemente se «despertaría». Y sin embargo, cuando en el verano de 1959 el distinguido mariscal del Ejército Rojo y ministro de Defensa, Peng Dehuai, hizo las mismas observa- ciones en el encuentro del Comité Central celebrado en Lus- han, que se había reunido para discutir todos los aspectos del Gran Salto, Mao saltó enfurecido. En la conferencia, Peng presentó sus puntos de vista críti- cos mediante circunloquios, no subido al estrado, sino por medio de una carta al presidente. En dicha carta, escrita en la noche del 12 de julio y entregada en mano a Mao el día 13, Peng señalaba que, a pesar de los muchos incrementos de producción que se habían producido hasta el momento du- rante el Gran Salto, se trataba de una historia de «pérdidas y ganancias» (invirtió el orden usual de la frase hecha «ganancias y pérdidas»). Toda la campaña había sido llevada con desme- sura y, en lo que se refería a la producción de acero, se habían producido un cúmulo de errores. Los eslóganes y las proyec- 170 ciones habían sido defectuosos, y se podían encontrar innu- merables errores «izquierdistas», errores que uno podría tam- ' bién describir como"de «fanatismo pequeñoburgués». La intención de Peng había sido que la carta fuera de ca- rácter privado, pero Mao estaba decidido a devolver el golpe. La reputación de Mao se hallaba en entredicho ya que era de todos conocido que a principios de 1959 Peng había viajado ampliamente por China comprobando los datos por sí mis- mo, incluyendo el pueblo natal de Mao, Shaoshan. Precisa- mente Mao acababa de hacer un elogio sin ambages de la po- lítica del Gran Salto en Shaoshan en un poema que vinculaba el heroico levantamiento de los campesinos de Hunan en 1927 con lo que veía en la actualidad como igualmente he- roico: Afligido por el curso de los recuerdos, regreso a mi pueblo natal tal como era hace treinta y dos años. Banderas rojas ondean en las lanzas de los campesinos esclavizados, mientras los terratenientes alzan sus látigos con crueles manos. Nos costó muchos sacrificios hacernos suficientemente fuertes como para osar decirle al sol y a la luna que nos trajeran un nuevo día. Contemplo lleno de júbilo los ondulantes campos de arroz y fríjoles, mientras por todas partes hay héroes que regresan entre la bruma del atardecer. A diferencia de Mao, y tras haber pasado por el mismo pue- blo casi al mismo tiempo, Peng comparaba los experimentos del Gran Salto en Hunan con «golpear un gong con un pe- pino». Y aunque no lo reflejó así en su carta, durante una de 171 las reuniones preliminares en Lushan, Peng informó acerca de su visita a Shaoshan (ahora convertida en una comuna), diciendo que, aunque la producción se había incrementado en un catorce por ciento, tal aumento se había conseguido «gracias a la mucha ayuda recibida y a los enormes préstamos del estado. El presidente también visitó dicha comuna. Le he preguntado al presidente cuál fue su impresión. Me dijo que no había hablado sobre el asunto. Yo creo que sí había ha- blado». l La respuesta de Mao fue tácticamente atrevida y comple- tamente exitosa. Ordenó a su personal que realizara copias de la carta de Peng y que las distribuyeran a los ciento cincuenta cuadros más veteranos presentes en la reunión. Después, en una serie de encuentros cara a cara, los retó a que aceptaran su versión de los hechos o que se alinearan públicamente con Peng. Si se alineaban con Peng, dijo Mao, entonces crearía otro ejército, un ejército verdaderamente rojo, y volvería a comenzar la guerra de guerrillas en las colinas. Enfrentados a esta inflexible disyuntiva, ni uno solo de los cuadros se atrevió a tomar públicamente partido por Peng, aun cuando es muy posible que algunos de ellos —en conversaciones anteriores— hubieran predispuesto a Peng a escribir algunas de las cosas que decía en su carta. Tras la clausura de las reuniones de Lushan, Mao destituyó a Peng de todos sus cargos y lo relegó al limbo político. El resultado del pleno de Lushan no solo sirvió para re- chazar por completo las advertencias de Peng, sino para que Mao y sus colegas más veteranos reafirmaran los principios del Gran Salto. Y lo hicieron a sabiendas de que las cifras pre- vias referentes a la producción habían sido enormemente exageradas, aspirando a unos objetivos imposibles de alcanzar. Al tildar a cualquiera que osara criticar el concepto del Gran Salto como un «oportunista de derechas» (y por ende, alinea- do con Peng Dehuai), Mao consiguió que ningún miembro 172 del partido (ni junior ni senior) se atreviera a cuestionar pú- blicamente el Gran Salto. El propio Mao apoyó con entuslas- mo la inauguración delos inmensos comedores públicos: «La moraleja es que jamás hay que claudicar ante las adversidades. Proyectos como las comunas populares y los comedores co- lectivos se asientan en profundas raíces económicas. No de- berían y no podrían ser eliminados con el soplo de una brisa». La necesidad de apoyo activo para la ideología del Gran Salto cobró un nuevo cariz en un nuevo editorial del ahora obe- diente Diario del Pueblo en agosto de 1959. El periódico argu- mentaba que el fracaso en identificar y criticar a los «dere- chistas» equivaldría a desear el fracaso del Gran Salto. A finales del mes, un editorial del periódico señalaba que «las fuerzas hostiles en el interior y el exterior del país» y los «oportunis- tas de derechas en el interior del partido» habían fracasado es- trepitosamente en su intento de descarrilar el proyecto del Gran Salto: «Las comunas populares no se han desintegrado. Por eso tenemos derecho a proclamar que las comunas popu- lares jamás se desintegrarán». Así fue como, tras renunciar al puesto de jefe de estado en favor de su paisano de Hunan, Liu Shaoqi —desembarazán- dose así del ajetreado protocolo que nunca le había gusta- do-, y de «retirarse a un segundo plano», como él mismo afirmó, para dedicar más tiempo a sus trabajos teóricos, el Gran Salto fue impulsado a nuevas alturas. Ante las malas co- sechas y las tremendas inundaciones que asolaron China =de las peores del siglo—, se arrancaron de raíz algunas cosechas a punto de ser recogidas para sustituirlas por nuevos planes de cultivo; se realizó, a petición de Mao, una roturación en pro- fundidad que llegaba hasta un nivel de tres metros o más, y cientos de millones de campesinos, muchos de ellos exhaus- tos tras años de incesantes proyectos, se vieron empujados por el mismo patrón de expectativas irrealizables. En 1960 el hambre comenzó a asolar grandes áreas del país. A Peng o 4 Dehuai se le mantenía apartado de la vida pública y nadie hacía caso de sus críticas. Durante dos años la crisis fue agu- dizándose mientras que el partido continuaba aplicando leyes referentes a la adquisición de grano en tierras donde apenas se cultivaba. La visión maoísta había acabado convirtiéndose en una pesadilla. 174 11 AVIVANDO LAS LLAMAS En 1960 la hambruna se extendió por todo el país, acentuada no solo por la devastadora sequía que había arruinado las co- sechas en casi la mitad de la tierra cultivable de China, sino también por el caprichoso curso de los monzones que cruza- ban del sur al norte trayendo con ellos numerosos desastres provocados por la violencia del viento y las mortales inunda- ciones repentinas. En muchas áreas sobre las cuales se habían divulgado cifras contrastadas, entre un quinto y la mitad de la población de los pueblos había perecido, siendo la provincia de Anhui la que había sufrido mayores pérdidas. Pero las pala- bras de Mao en Lushan habían sido tan persuasivas que la ma- yoría de los principios del Gran Salto se mantuvieron. Las co- munas siguieron siendo dirigidas por los principios radicales e igualitarios establecidos en 1957 y 1958. Se continuaron ex- trayendo «excedentes» de las zonas rurales para apoyar la in- dustria y subvencionar el precio de los alimentos en las ciuda- des. Muchos campesinos fueron trasladados de sus tierras para reforzar la mano de obra de la industria en las ciudades, don- de las comunas urbanas estaban ahora siendo introducidas con gran rapidez para llevar aquellos mismos principios de una producción mixta e intensificada a las factorías, las escuelas y las oficinas. 175 Sin embargo, a lo largo de 1960, la atención de los diri- gentes no estaba centrada en la crisis doméstica sino. en la Unión Soviética, que se había mofado de las extravagantes afirmaciones de los chinos con respecto a los logros del Gran Salto y que continuaba con su propia política de revisión pro- funda del estalinismo. Los dirigentes chinos se hallaban espe- cialmente ocupados en encontrar la financiación y el personal que pudiera continuar los diversos proyectos que fueron abandonados por los consejeros'soviéticos cuando les expul- saron de China aquel mismo año. Dichos proyectos incluían el programa de la bomba atómica china y el desarrollo de los campos de petróleo del nordeste. Los propios textos de Mao están dedicados exhaustivamente a sus polémicas con Jrus- chov y a su obsesión por expresar su propia interpretación del lugar que ocupaba China en los modelos de revoluciones ha- bidas en el mundo. Solo ocasionalmente dejó comentarios específicos acerca de la situación económica china. En 1961 esta situación comenzó a cambiar. A principios de aquel año, Mao reconoció los argumentos de sus colegas sobre la necesidad de finalizar el Gran Salto, de que los traba- jadores productivos regresaran a sus comunas y de que los campesinos pudieran volver a contar con alimentos y ganado producido en pequeñas parcelas junto a sus casas. La mayor parte de los aspectos relativos a la vida comunal fueron cance- lados. Aunque Mao desconfiaba de la repentina oferta de Jruschov de enviar cargamentos de grano soviético para ali- viar el hambre, los planificadores del Comité Central decidie- ron comprar grandes cantidades de grano a Canadá. Y a fina- les de enero, Mao convocó a uno de sus secretarios políticos privados, Tian Jiaying, que había trabajado con él desde 1948, para organizar y despachar tres equipos de siete hom- bres para emprender una investigación intensiva de la situa- ción exacta de algunas comunas elegidas al azar en tres pro- vincias diferentes: Guangdong, Hunan y Zhejiang. Es posible 176 que Mao recordara sus antiguas experiencias en los primeros días de la revolución y finalmente se diera cuenta de que nada podía sustituir los datos objetivos cuando se trataba de aceptar la dura realidad. No sabemos si Mao le dio vueltas en la cabeza al contraste entre los sosegados días en Shaoshan del verano de 1959 —de- partiendo con viejos campesinos durante una opípara comida o metido en las poco profundas y cálidas aguas de la nueva presa de Shaoshan levantada por el trabajo organizado de ma- sas— y las lacerantes cuestiones y sombrías estadísticas sobre la misma región mencionadas por Peng Dehuai. Pero estaba claro que Mao no estaba tratando de averiguar lo que había salido mal. El equipo enviado a la provincia de Guangdong estaba dirigido por Chen Boda, su ayudante de confianza desde que ambos comenzaron sus discusiones sobre materia- lismo dialéctico en 1937, y el equipo enviado a Hunan estaba guiado por Hu Qiaomu, otro ayudante muy cercano a Mao, además de secretario (estuvo presente en el encuentro en el que Mao se refirió a Deng Tuo como «hombre muerto»). Otros participantes de los grupos incluían miembros de la plantilla de Liu Shaoqi, especialistas en propaganda, en eco- nomía y en estadística. Cada grupo de siete hombres debía centrar su atención en dos brigadas de producción: una que tuviera resultados buenos y otra, pobres. El secretario Tian recopiló sus conclusiones y las resumió para Mao. Sus conclusiones fueron presentadas con determinación y sin rodeos: deberían permitirse las parcelas privadas de tierra y también ofrecerse compensaciones por las propiedades confiscadas erróneamente; el tamaño de las co- munas debería reducirse; los campesinos deberían decidir por sí mismos acerca de la vida comunal o la comida, y la corrup- ción de los cuadros del partido debería ser abordada sin conce- siones. Esta vez Mao pareció darse cuenta de que era esencial un cambio de rumbo en la política que se había seguido hasta 177 ` entonces. Con ayuda de Tian redactó el borrador de un docu- mento de sesenta apartados que abordaba los principales pro- blemas observados en las comunas. Tras haber ridiculizado —cuando creía contar con los datos objetivos— a otros dirigen- tes por su ignorancia sobre la situación real del campo, ahora también ellos se dedicaron a explorar la situación y recabar datos por su cuenta, tras lo cual quedaron horrorizados. Liu Shaogi y su esposa llevaron personalmente su investigación, sin ninguna mediación, centrando su estudio en Hunan du- rante más de un mes (también visitaron Shaoshan, el pueblo natal de Mao). En todas partes encontraron el mismo patrón de esquivez, de renuencia a hablar por miedo a las consecuen- cias y de graves abusos de autoridad en los funcionarios de las brigadas, incluso en aquellos que provenían de un medio rural pobre. Durante el siguiente año, Liu y sus colegas con mayor antigüedad fueron modificando la situación de China hacia un nivel más racional de planificación del reparto agrícola e in- dustrial, que convertiría la unidad familiar o el «equipo» en la unidad básica de contabilidad económica, aunque permitien- do la supervivencia de las comunas subdivididas en unidades más pequeñas. Durante todo este período Mao fue aprendiendo tras una serie adicional de desaires, como el de un movimiento calcu- lado de muchos miembros del partido para desvalorizar el pa- pel del «Pensamiento de Mao» en el tejido de la República Popular. Durante el congreso de 1945 la Constitución del Partido Comunista fue alterada para incluir el pensamiento de Mao como su principio rector. Mao había accedido a que se retirara la frase en una revisión de la Constitución que se pro- mulgó en 1956, lo cual se explicaba tras la denuncia del estali- nismo en la Unión Soviética y el nerviosismo general ante el «culto a la personalidad». Pero Mao no pretendía que dicho cambio formal se tradujera en el inicio de un cambio en la consideración general de sus textos. Y eso fue precisamente lo 178 que comenzó a ocurrir tras los encuentros de Lushan, cuando se comenzaron a divulgar declaraciones de la Liga de la Juven- tud Comuñista afirmando que no se debía abusar en el em- pleo de la frase «Pensamiento de Mao», aunque fuera a veces esencial. Ya no había tantos ejemplares disponibles de las obras de Mao; los colegas de Mao alegaban la escasez de papel debi- do al Gran Salto y a las necesidades acuciantes de imprimir más libros de textos para explicarlo. Un informe del departa- mento de propaganda de la central del partido divulgado en marzo de 1960 advertía de los peligros de la «vulgarización» que se realizaba de las obras de Mao al atribuirles los efectos beneficiosos que habían propiciado varias victorias: descubri- mientos en medicina o triunfos en competiciones de ping- pong. Liu Shaoqi, ahora jefe de estado, dio órdenes de que la frase «Pensamiento de Mao» no fuera empleada en la pro- paganda dirigida a audiencias extranjeras. Otros miembros importantes del partido comentaron públicamente que el pen- samiento de Mao no podría de ningún modo sustituir al mar- xismo-leninismo ya que tras los análisis definitivos de la políti- ca económica y el imperialismo por parte de Marx y de Lenin no cabían discusiones adicionales sobre tales temas. Dos figuras clave del partido, sin embargo, decidieron arriesgarse a irritar a sus colegas reafirmando públicamente su fe en el pensamiento de Mao: se trataba del jefe de seguridad de Mao, Kang Sheng, y del general del ejército de tierra Lin Biao, a quien Mao había nombrado ministro de Defensa para reemplazar a Peng Dehuai. La actitud de Lin Biao fue espe- cialmente vergonzosa al obligar que sus propios oficiales se refirieran al pensamiento de Mao como el «apogeo del mar- xismo-leninismo de la era actual». Igualmente, tras la publica- ción en 1961 del volumen de las Obras selectas dedicado al pe- ríodo de la segunda guerra mundial, Lin Biao escribió una entusiasta reseña en la que señalaba que la victoria en dicha guerra había sido también gracias al pensamiento de Mao: 17 para todo el ejército en general, «nuestra más importante mi- sión de combate actualmente [consiste] en “armar nuestras mentes con el pensamiento de Mao Zedong para defender la pureza del marxismo-leninismo y combatir cualquier forma de tendencia ideológica o de revisionismo moderno». Se había, creado el ambiente propicio para un nuevo tipo de división dentro del partido, una división que incitaba al combate a aquellos que eran verdaderamente «rojos» —los que creían en el pensamiento de Mao y en el poder purificador de confiar en las masas— contra aquellos que basaban su pres- tiglo y su actuación política en su campo específico de ac- ción, ya fuera este la planificación económica, la educación superior o su competencia en los procedimientos administra- tivos. Entre 1962 y 1966 se libró esta batalla, unas veces pú- blicamente y otras en silencio, mientras Mao se preparaba para un nuevo tipo de asalto en el que pensaba utilizar la tác- tica ventajosa de aquella guerrilla moral de la que había ha- blado en su ataque contra Peng Dehuai en Lushan. Para confirmar su percepción de cómo reaccionaban los campesinos a sus cambios en la política rural, Mao recurrió de nuevo a su secretario Tian Jiaying. Esta vez Tian tenía que centrar su atención en tres localidades de Hunan: el propio pueblo de Mao, Shaoshan, el pueblo de los abuelos de Mao y el pueblo de Liu Shaoqi, que no estaba muy lejos de los ante- riores. En una fiesta de despedida para Tian y sus colaborado- res celebrada en una residencia oficial en Wuchan, Mao los exhortó a que no actuaran como dirigentes y que escucharan cuidadosamente sin dejarse llevar por ideas preconcebidas, excepto su fidelidad al marxismo y su conocimiento del con- texto histórico de todo lo que vieran. Para su sorpresa, Tian averiguó que mientras que los campesinos del pueblo natal de Liu estaban relativamente contentos con la mejora de su si- tuación actual provocada por el retorno de las parcelas de cul- tivo privadas y la reducción del tamaño de las unidades de or- 180 ganización, en el pueblo de Mao estaban a favor de dos deci- siones políticas que serían consideradas demasiado «derechis- tas»: una de ellas consistía en distribuir la producción sobre la base de cada unidad familiar (en lugar de basarse en cualquier otra unidad mayor), o regresar por completo a la fase precoo- perativa y dividir de nuevo la tierra cultivable entre las unida- des familiares. Nervioso ante las conclusiones, Tian salió de Shaoshan hacia Shanghai, donde se encontraba Mao en aque- llos momentos en otra residencia oficial. Aunque Tian había enviado su informe por adelantado, parecía claro que Mao no lo había leído aún. Mao esperó a oír el informe oral de Tian y, a continuación, hizo un comentario muy revelador: «De- seamos seguir la línea de las masas, pero hay veces que no po- demos hacer caso de todo lo que dicen las masas. Por ejem- plo, si quieren que se distribuya la producción en base a las unidades familiares no podemos escucharles». Tian también recibió llamadas telefónicas del director del departamento de organización del Comité Central en Pekín, que estaba an- sioso por comentar sus conclusiones y se había reunido con Deng Xiaoping y Liu Shaoqi. Así supo que prácticamente to- dos los dirigentes, a excepción de Mao, estaban a favor de al- gún tipo de redistribución de la producción según las unida- des familiares. Ahora parecía claro que no existía mucha sintonía entre las ideas de Mao y sus colegas más veteranos, aparte del pequeño grupo que jaleaba sus ideas. Con la edad, se había ido incre- mentando el aislamiento de Mao con respecto a su pueblo, a pesar de proclamar que hablaba en su nombre. El Mao que había sido tantas veces elogiado por su valor de vivir en una cueva permanecía encerrado en residencias oficiales de lujo —puestas a su disposición por el partido— repartidas por toda China. Gente como Tian eran ahora sus ojos y sus oídos. A ello hay que sumar el hecho de que el estilo de vida de Mao no le había granjeado el respeto de sus colegas revolucio- 181 narios. Era por todos sabido que Mao utilizaba los frecuentes bailes en Zhongnanhai, su compartimiento privado enafel' tren oficial y las numerosas residencias oficiales que visitaba para encontrarse con numerosas jóvenes. Las noticias acerca de ta- les aventuras amorosas facilitaron que se propagara un cierto aura de vulnerabilidad moral alrededor del presidente, a lo que contribuyó el exceso de celo de algunos funcionarios de segu- ridad que colocaron micrófonos en su compartimiento priva- do del tren oficial. La falta de discreción acerca de sus averi- guaciones enfureció a Mao cuando supo lo que habían hecho. El entorno de la guardia personal de Mao también explotaba su poder en ocasiones, dándose frecuentes casos de corrup- ción y de aventuras sexuales por todos conocidas. Paradójicamente, fue en esta época cuando la propia fami- lia de Mao comenzó a asentarse de manera constructiva en la sociedad que les rodeaba. Su único hijo sobreviviente, An- qing, a quien Mao todavía describía en 1956 como «lisiado por enfermedades», se casó finalmente en 1962 a los treinta y nueve años. La esposa de Anging era la hermanastra de la viuda de su hermano mayor, Anying. Anqing hablaba ruso con fluidez y aquel mismo año ingresó en la Universidad de Pekín, en el departamento de chino, en donde se licenció en 1966. Animada por Mao, la viuda de Anying volvió a casarse en la misma época. Li Min, la única hija que quedaba de su matrimonio con He Zizhen, se licenció en magisterio y se casó con un graduado de la Academia Militar del Aire. Poste- riormente trabajaría en el Ministerio de Defensa mientras su marido enseñaba en la Academia. La hija de Mao y Jiang Qing, Li Na, entró en el departamento de historia de la Uni- versidad de Pekín y se licenció en 1965. En 1966 se converti- ría en un vínculo esencial entre Mao y la comunidad estu- diantil. Parece evidente que Mao alentó a su familia más cercana a que llevaran una vida lo más sencilla posible y que no se invo- 182 lucraran directamente en política, pero no hizo lo mismo con las familias de sus hermanos. Mao Yuanxin, por ejemplo, el hijo del hermano más joven de Mao, Mao Zemin (ejecutado en Xinjiang en 1943), estudió en el Instituto de Ingeniería Militar de Harbin desde 1964, y Mao se sirvió de él para contrastar algunas de sus propias ideas. Sus conversaciones fueron publicadas posteriormente. De las preguntas de Mao a su sobrino se puede deducir que estaba sondeando un terreno nuevo donde pudiera luchar con ventaja en su próxima bata- lla. En la mente de Mao se iba consolidando la certeza de que existía un enemigo muy claro: las fuerzas del «revisionismo burgués» en el interior de la propia China, decididas a socavar la revolución. Dichos enemigos podían encontrarse en cual- quier parte: en brigadas de producción rural, en fábricas ur- banas, en comités del partido y departamentos de seguridad pública y en los ministerios de cultura y de la industria cine- matográfica. Se hallaban incluso entre los estudiantes del pro- pio instituto de Mao Yuanxin, escuchando furtivamente las emisiones de radio extranjeras y llenando sus diarios de mate- rial subversivo. «Ellos» se encontraban igualmente detrás del corrompido sistema del profesorado no contratado y en los absurdos exámenes que las universidades exigían para juzgar el rendimiento de una persona. Ahora, a los setenta años, Mao estaba claramente obsesio- nado con la continuidad revolucionaria y con la idea de que gente joven como Yuanxin tendría que mantener viva la lla- ma. Mao le confesó a su sobrino que se necesitaban cuatro elementos esenciales para mantener una sucesión adecuada de la revolución: se debía ser un marxista-leninista genuino; se de- bía estar dispuesto a servir sinceramente a la revolución; se debía trabajar con la mayoría y aceptar sus críticas, aunque no parecieran oportunas en el momento; se debía ser un modelo de disciplina obediente bajo la severidad del centralismo de- mocrático; y se debía ser modesto y estar siempre dispuesto a 183 ejercer la autocrítica. Viendo a su sobrino, Mao añadió una dura admonición: «Has crecido comiendo mieles, y hasta ahora no has conocido el sufrimiento. Me contentaría con que en el futuro te convirtieras en un centrista y no en un derechista. Si nunca has conocido el sufrimiento, ¿cómo vas a ser un izquierdista?». Con tales palabras Mao planteaba una cuestión que le ha- bía obsesionado tanto a él como a muchos jóvenes chinos al comienzo de la Revolución Cultural. Su respuesta se basaría en la idea de que podría regenerarse la desfalleciente militan- cia de izquierda si se identificaba correctamente a los enemi- gos y, a continuación, valiéndose del ingenio, se los apartaba y destruía. Ya unos años antes había afirmado que para man- tener viva la revolución era necesario provocar «incendios» cada cierto tiempo. Pero con ello también se asustaba al pue- blo: «No es nada fácil provocar un incendio donde se puede quemar uno mismo. He oído que por esta zona hay gente que se lo ha pensado y no ha llegado a provocar un gran in- cendio». Mao había llegado al convencimiento de que su mi- sión consistía en prender la llama, pero también en enseñar a los más jóvenes a hacerlo por sí mismos. Para esta misión extrañamente apocalíptica, Mao encontró una dispar asociación de aliados. Uno de ellos era el ministro de Defensa, Lin Biao, que estaba dispuesto a encabezar el Ejército Popular de Liberación hacia la revolución mediante el «pequeño libro rojo» del pensamiento de Mao, edición que Lin encargó especialmente en 1964 y ordenó que leyeran to- dos los soldados. Un año más tarde, Lin Biao ordenó la aboli- ción de las insignias, de los uniformes estilo soviético y de cualquier otro distintivo de rango en todo el ejército, recrean- do así —al menos a ojos de Mao— una imagen del aura humil- de de la guerrilla en la vida militar con la que tanto tiempo se asoció a Mao. Un segundo grupo de aliados lo componían ciertos intelectuales y cuadros del partido, la mayoría estable- 184 cidos en Shanghai, de marcada tendencia izquierdista y, en general, escandalizados ante lo que veían como un cambio de sentido en la política industrial y rural. El tercer grupo estaba formado por-la mujer de Mao, Jiang Qing, quien durante veinte años, tras su matrimonio en Yan'an, no había partici- pado en la vida política. Pero en 1956, tras volver de su viaje de consulta médica a la Unión Soviética, comenzó a dedicar una gran atención a la situación actual del cine y el teatro en China. Jiang fue formando gradualmente un grupo de segui- dores que perseguían la restauración de actitudes revolucio- narias én el mundo cultural y desterrar a los elementos revi- sionistas que -de acuerdo con Mao- estaban al acecho por doquier. Un cuarto aliado fue Kang Sheng, que en el Shan- ghai de los años veinte había pasado de ser un líder laboral re- volucionario a notable espía y posteriormente recibió forma- ción en técnica policial en la Unión Soviética. Fue quien le presentó Jiang Qing a Mao en Yan'an y más adelante se con- virtió en el director del aparato de seguridad del Comité Central y de la Escuela Central del Partido. Kang Sheng ha- bía sido pionero en la organización de una persecución in- quisitorial de carácter literario para demostrar que los dere- chistas «empleaban novelas para promover actividades contra el partido». Era natural que fuerzas tan dispares se fueran aglutinando para encontrar a novelistas, dramaturgos, historiadores y filó- sofos sobre quienes verter sus críticas y para utilizar Shanghai como una base de campañas de masas que pudiera ser tam- bién coordinada con los diversos departamentos culturales del ejército. Cuando el sistema de crítica izquierdista se encon- trara de nuevo posicionado en la esfera cultural podría ser fá- cilmente presionado para abordar los problemas de la ense- ñanza en las escuelas y universidades, controlar los comités municipales del partido que oficialmente se encargaban de ta- les esferas culturales o sistemas educativos, y vigilar a los diri- 185 gentes individuales del partido a quienes informaban los co- mités. Si se alentaba desde su mismo centro, podría generarse una fuerza de un poder imponente. j Y eso fue exactamente lo que comenzó a ocurrir a finales de 1965. Mao se sentía frustrado ante la lenta aplicación de las políticas revolucionarias y sospechaba con razón de su propia burocracia. Con el tiempo había llegado a desconfiar del jefe de estado, Liu Shaoqi, y a albergar cierto escepticis- mo acerca de su habilidad para guiar la revolución después de Mao. También había ido creciendo con los años su hostilidad hacia los intelectuales; quizá porque sabía que él jamás llegaría a ser uno de ellos, ni siquiera del nivel de sus propios secreta- rios privados, a quienes enviaba a la biblioteca para que ras- trearan fuentes clásicas para sus textos y lo ayudaran con las referencias históricas. Mao también sabía que académicos de la vieja escuela como Deng Tuo, el hombre a quien había echado sin contemplaciones del Diario del Pueblo, contaban con su propio círculo de amigos con quienes pasaban su tiempo de ocio examinando y disfrutando de la lectura de los clásicos, algo no muy diferente de lo que hubieran hecho en el antiguo régimen. Escribían elegantes y entretenidos ensa- yos, publicados en variadas revistas literarias, haciendo uso de la alegoría y la analogía para burlarse del «ordeno y mando», que tanto había prevalecido durante el Gran Salto, y por su- puesto de los dirigentes comunistas en conjunto. Mao pensa- ba sin duda en tales hombres cuando escribió: «Toda la sabi- duría proviene de las masas. Siempre he afirmado que los intelectuales son quienes más carecen de intelecto. Los inte- lectuales despliegan su cola de pavo real en abanico y piensan: “Si no soy el primero en el mundo, seguro que al menos soy el segundo”». Mao no fue quien orquestó los detalles de la Revolución Cultural, pero estableció las condiciones para que fuera posi- ble y colaboró sembrando las ideas y la gente adecuada para 186 que la llevara a cabo. En 1965 se desencadenó una nueva po- lémica en un diario de Shanghai con el ataque a un historia- dor, Wu Han, un subordinado directo de Peng Zhen, pode- roso dirigente del partido que controlaba la vida cultural de Pekín a través de una comisión formada por cinco hombres. Peng Zhen no estaba preparado para controlar el linchamien- to, aunque la publicación del artículo en Pekín fue evitada por sus ayudantes. Aprovechando la ocasión imprevista que se le presentaba como una buena excusa para actuar, Mao reac- cionó inmediatamente y destituyó al director de la oficina general del Comité Central, quien controlaba el flujo de in- formación entre los miembros veteranos del partido. Segura- mente contribuyó a su decisión el hecho de que aquel hom- bre, Yang Shangkun, fuera quien había ordenado colocar micrófonos en el vagón personal de Mao y en algunas de las residencias oficiales donde se quedaba. Mao nombró en su lugar al director de la guarnición central de Pekín, de quien conocía su absoluta lealtad. Al mismo tiempo, Lin Biao comenzó a sustituir a personal clave entre los altos mandos militares, incluido el actual jefe del estado mayor y anterior ministro de Seguridad, Luo Rui- qing. En marzo de 1966, tras meses de insistentes interro- gatorios acerca de sus lealtades políticas y su posición ante el adoctrinamiento político de las tropas, así como de pasar por una serie de «sesiones agónicas» con sus interrogadores, Luo intentó suicidarse saltando desde un edificio. La mujer de Mao, Jiang Qing, se unió al combate dedicándose a informar detalladamente a los mandos militares acerca de la decadencia burguesa y la corrupción en las artes del país, lo que provocó la publicación de un documento del «consejo militar sobre las obras literarias y artísticas». En una reunión a la que asistieron sus secretarios, Mao ya había confiado al consejo su convic- ción de que el propósito de las obras del historiador Wu con- sistía en defender a Peng Dehuai en sus tempranas luchas en 187 Lushan, y de que, a continuación, se había dedicado a inten- sificar sus ataques contra el partido y el estamento cultural en Pekín. Lin Biac acrecentó la tensión al alertar de que la «de- recha» estaba planeando un golpe de estado contra Mao. A par- tir de aquel momento se estrecharon las medidas de seguridad en la residencia de Zhongnanhai. Había dos hombres que sa- bían -como cualquiera en China- lo que todo aquello presa- glaba. Eran Deng Tuo, el antiguo director del Diario del Pue- blo, y Tian Jianying, secretario de confianza de Mao durante dieciocho años y autor de un informe negativo sobre los sen- timientos de los campesinos respecto a las comunas. En las úl- timas semanas de mayo ambos se suicidaron. La mayor parte de esta lucha se desarrolló en secreto, o al menos en el aislado mundo de la jerarquía del partido. Pero a finales de mayo, algunos profesores de la Universidad de Pe- kín colgaron carteles denunciando a los derechistas, o «com- pañeros de viaje de los capitalistas», en sus recintos universita- rios respectivos o en la burocracia cultural. Mao respaldó los carteles y los estudiantes lo siguieron, comenzando los ata- ques contra sus propios profesores. El Diario del Pueblo apoyó en sus editoriales a los disidentes y el movimiento se propagó a otras ciudades de China, desde las universidades hasta las es- cuelas. Grupos de estudiantes comenzaron a vestir uniformes paramilitares con brazaletes rojos y a declararse Guardias Ro- jos y defensores del presidente Mao. El propio Mao, que ha- bía contemplado los acontecimientos desde la seguridad de su residencia oficial emplazada en el famoso paraje natural de Hangzhou, viajó en julio a Wuhan y se bañó en el Yangtsé nadando río abajo, gesto que fue difundido con profusión por la prensa como prueba de la fortaleza y la energía del presi- dente. A su regreso a Pekín, Mao reconstituyó el Comité Perma- nente del Politburó para destituir o remover a aquellos que había identificado como sus enemigos. Su contribución pú- 188 blica consistió en publicar un breve comentario editorial en el Diario del Pueblo: «Mi deseo es unirme a los camaradas de nuestro partido para aprender de las masas, para continuar siendo un escolar». En agosto, tras la declaración premonito- ria de que «rebelarse está justificado» y de que era bueno «bombardear los cuarteles generales», Mao se vistió con su uniforme militar y desde lo alto de la plaza de Tiananmen pasó revista a centenares de miles de estudiantes que lo vitoreaban, aceptando un brazalete rojo de los Guardias Rojos como prueba de su apoyo. En algunas de las manifestaciones que se produjeron en septiembre la asistencia fue de un millón de personas, que comenzaban a llegar de todas partes del país. Los estudiantes de Pekín, a su vez, comenzaron a viajar por el campo chino en pelotones =se les proporcionó transporte fe- rroviario gratuito— para propagar la buena nueva de lo que ahora se conocía como la Revolución Cultural. La violencia que desencadenó la Revolución Cultural se manifestó en dos niveles. El primero estaba orquestado desde el centro del poder político, controlado ahora por un peque- ño grupo absolutamente leal a Mao a través de lo que se lla- maba «El grupo de investigación de casos», presidido por el primer ministro chino, Zhou Enlai, pero bajo la supervisión directa de Mao. En su momento más descollante el grupo es- taba compuesto por once miembros del partido, incluidos Jiang Qing, Chen Boda y Kang Sheng. Bajo la dirección de este grupo había tres departamentos a los que se les asignaban sus propios casos y que trabajaban estrechamente con los mandos de la guarnición de Pekín, con personal del estado mayor del ejército y con el Ministerio de Seguridad Pública. Investigaron 1.262 «casos importantes» y UN número desco- nocido de «infractores implicados en los casos». La función de los tres departamentos consistía en probar que las acusaciones de «derechismo» eran correctas —acusacio- nes que incluían ser espía de Taiwan o del Kuomintang, O 189 «persona afecta a Jruschov»— y en el empleo de cualquier me- dio que fuera necesario para conseguir el objetivo. Los inves- tigadores de los casos empleaban la tortura, la privación de sueño o de alimento, los interrogatorios interminables y cual- quier tipo de presión fisica o mental para conseguir sus obje- tivos. Casi todos los casos afectaban a individuos que habían sido miembros prominentes del partido o venerados revolu- cionarios. Peng Dehuai fue traído desde Sichuan para enfren- tarse a su propio grupo de investigadores. Las víctimas eran encarceladas en prisiones de alta seguridad (entre las cuales la de Qincheng era la de más terrorífica fama) y no podían es- cribir cartas ni ver a sus familiares. Las cartas que escribían a Mao o a Zhou Enlai solicitando un tratamiento más compasi- vo eran archivadas sin que llegaran a su destino. La única for- ma aceptable de escritura eran las «confesiones». Estos prisioneros políticos solo tuvieron que enfrentarse a las «masas revolucionarias» del exterior en algunas situaciones cuidadosamente orquestadas. Grupos de Guardias Rojos em- pleaban formularios impresos para solicitar, en «préstamo», la presencia de una de las víctimas, con la condición de que fue- ra «devuelta con prontitud». Las unidades de Guardias Rojos tenían a veces que correr con los gastos de alquilar un local para tales confrontaciones, que se anunciaban por adelantado. Ciertas «manifestaciones de lucha» eran pospuestas debido a la lluvia y algunas víctimas eran tan solicitadas que sus apari- ciones tuvieron que ser limitadas a tres denuncias a la sema- na. Liu Shaoqi falleció a causa de tales experiencias, al igual que Peng Dehuai. Deng Xiaoping sobrevivió, quizá porque Mao solo intentaba intimidarlo y no destruirlo completamen- te. Este sistema de investigación de casos se fue propagando sistemáticamente a las provincias y, al final de la Revolu- ción Cultural, en 1976, se habían investigado por estos me- dios o por otros similares a más de dos millones de cuadros del partido. 190 El segundo nivel en el que se produjo la violencia cultural revolucionaria no fue orquestado desde arriba sino que se di- rigió hacia abajo a través de sus propios canales en una direc- ción vagamente indicada de búsqueda de «vestigios feudales», «serpientes y monstruos» o de «gente en el poder que ha to- mado la senda capitalista». Un aviso público de los «Guardias Rojos de la Escuela de Enseñanza Media Número 26 de Pe- kín», fechado en agosto de 1966, proporcionaba el tipo de programa que seguirían innumerables escuelas. En cada calle se debía mostrar prominentemente una máxima del presiden- te Mao, y mediante altavoces colocados en cada cruce y en todos los parques se debían proclamar sus ideas. En cada casa, así como en todos los trenes y autobuses, en bicicletas y taxis pedestres se debía colocar un retrato de Mao. Los taquilleros del metro y los autobuses debían recitar el pensamiento de Mao a sus clientes. Todas las librerías tenían que estar aprovi- sionadas de libros de citas de Mao y en todas las manos chinas se debía sostener un ejemplar. Nadie podía vestir vaqueros, pantalones ajustados, «extraños vestidos femeninos», ni «levar el cabello engominado o zapatos puntiagudos». No se podían usar perfumes ni cremas de belleza. Nadie podía tener en casa peceras, ni perros o gatos, ni criar gallos de pelea. En ninguna tienda se podían vender libros clásicos. Todos aquellos identi- ficados por las masas como terratenientes, gamberros, dere- chistas y capitalistas debían llevar una placa que los identifica- ra como tales a dondequiera que fueran. El número mínimo de personas que debían vivir en cada habitación de una casa eran tres; el resto del espacio debía donarse al departamento de vivienda del estado. Los niños debían criticar a sus mayores y los estudiantes a sus profesores. Nadie menor de treinta y cinco años podía fumar o beber. El servicio hospitalario se simplificaría y se «eliminarían los tratamientos complicados»; los médicos tenían que escribir sus recetas con letra legible y no podían utilizar palabras en inglés. Todas las escuelas y uni- 191 versidades debían combinar el estudio con actividades pro- ductivas en la industria o en el campo. Como, prueba de su propia transformación, la Escuela de Enseñanza Media Nú- mero 26 debía cambiar inmediatamente su nombre por el de la Escuela Maoísta. El número de víctimas que produjo la Revolución Cultu- ral mediante este tipo de violencia no coordinada desde arri- ba es incalculable, pero se estima que fueron muchos millones. Algunos fueron asesinados y otros se suicidaron. Otros que- daron lisiados o aterrorizados emocionalmente de por vida. Otros fueron atormentados en diferentes ocasiones y por un número impreciso de «crímenes» que podían consistir en ha- ber conocido a un extranjero, poseer libros extranjeros, dedi- carse a los estudios clásicos, ser profesores dictatoriales o haber criticado a Mao o al partido en algún comentario ocasional. Los niños sufrían las consecuencias de las acciones de sus pa- dres o sus abuelos, o trataban de librarse de tales cargos mos- trando un inusual «celo revolucionario» que podía llevarles a destrozar el piso de sus padres, apalear a sus profesores o des- plazarse hasta áreas fronterizas para «servir al pueblo» y «apren- der de las masas». Muchas familias destruyeron los objetos ar- tísticos que poseían, quemaron o hicieron trizas sus álbumes de fotos, diarios y cartas para evitar que les fueran requisadas por miembros errantes de los Guardias Rojos. Muchas unida- des de Guardias Rojos lucharon entre ellas, a veces a muerte, divididas por lealtades locales o antecedentes de clase, o por la ocupación, como ocurrió entre algunos miembros sindicales, entre trabajadores de la construcción o en pabellones de pri- siones. La diminuta figura que presidía la tribuna en Tiananmen saludando con lentos movimientos de la mano a la intermina- ble marea humana que desfilaba entre cánticos, sosteniendo banderas rojas y pequeños libros rojos, tenía solo una vaga sospecha de las emociones que pasaban por la mente de los 192 fieles seguidores que pasaban llorando. Era suficiente con que estuvieran allí, cantando con lágrimas en los ojos. Bastaba con saber que, finalmente, se había convertido para ellos en el «Gran Timonel, el gran maestro, el gran líder y en el Rojo, Rojo sol de sus corazones». 198 12 ` ASCUAS En una Conferencia del Trabajo celebrada con los líderes del partido a finales de agosto de 1966, Mao informó a sus cole- gas de que las cosas se estaban desarrollando de manera satis- factoria: «En mi opinión deberíamos dejar que el caos prosiga durante unos meses y tener la convicción firme de que la ma- yoría es buena y solo es mala la minoría». Lo mejor sería es- perar cuatro meses y ver qué pasaba. Había que dejar que los estudiantes tomaran las calles, que escribieran «carteles con grandes caracteres», y también había que dejar que los extran- jeros tomaran cuantas fotos quisieran. No importaba lo que pensaran los imperialistas. Pero antes de que expirara el plazo de cuatro meses, Mao sintió ciertos escrúpulos y, en una reunión de seguimiento de la Conferencia Central del Trabajo celebrada el 25 de octubre de 1966, Mao recordó a sus colegas que él se encontraba for- malmente en «un segundo plano» y que, por lo tanto, ya no se «responsabilizaba del día a día de los asuntos». Mao había des- cendido a este segundo plano deliberadamente para aumentar su prestigio, para que «cuando vaya a encontrarme con Dios no se provoque un gran trastorno en el estado». Sin embargo, el resultado de su política había sido que «hay algunas cosas que debía haber controlado más de cerca y no lo he hecho. Así que soy responsable, no podemos simplemente culparlos a ellos». Una vez ofrecida esta elíptica disculpa, Mao admitió que se había visto arrastrado por el curso de los aconteci- mientos, como todo el mundo. «Todo ocurrió en tan poco tiempo y con tal violencia» que, cuando se quisieron dar cuenta, ya habían aparecido los Guardias Rojos y se habían tomado la justicia por su mano. «Como yo soy quien comen- zó toda esta devastación, entiendo que tengáis algún reproche que hacermie.» Y sin embargo, tal como había hecho en 1959, tras ser cri- ticado por Peng Dehuai, Mao siguió aplicando políticas que sabía bien que no podrían funcionar a corto plazo, pero de las que esperaba grandes cosas en el futuro. La primera etapa de la revolución había durado veintiocho años, recordó a su audiencia, de 1921 a 1949. Ahora solo habían pasado cinco meses desde el comienzo de la Revolución Cultural; «quizás el movimiento dure otros cinco meses, o incluso más». En la primera etapa de la revolución «nuestro camino fue emer- giendo gradualmente con la práctica». Lo mismo ocurriría ahora ya que «las cosas pueden cambiar, las cosas pueden me- jorar». Todos tendrían que trabajar juntos para sacar provecho del nuevo mundo en transformación al que los aconteci- mientos los habían llevado. Pero los estudiantes eran una cosa y los trabajadores y las tropas del Ejército de Liberación otra muy distinta. En el cur- so de aquellos meses siguientes en que, según Mao, debían dedicarse a observar cómo se desarrollaba la situación, surgie- ron dos asuntos que exigían soluciones inmediatas. Uno era decidir si a los trabajadores industriales se les debía permitir sacar provecho de la situación uniéndose (o incluso mediante huelgas) para conseguir un aumento salarial, mayor autono- mía y mejores condiciones laborales. Con pocas excepciones, hasta la opinión de los radicales líderes de la Revolución Cul- tural fue que no se les debía permitir y que se debían tomar 195 acciones para menoscabar el poder de esos grupos que habían comenzado a emerger. El segundo asunto se refería al papel que debía desempeñar el ejército ahora que bajo la entusiasta dirección retórica promaoísta muchas unidades de los Guar- dias Rojos estaban provocando el caos político y económico a lo ancho y largo de todo el país. De nuevo, la decisión fue conservadora (aun cuando se le dio un tono izquierdista): el vacío de liderazgo político que se había provocado en muchas áreas del país no debería ser reemplazado únicamente por es- tudiantes ni por grupos de Guardias Rojos. En toda comuni- dad o lugar de trabajo se deberían formar nuevos «comités re- volucionarios» que fueran el resultado de una «triple alianza» con tres partes constituyentes: el Ejército de Liberación; cua- dros experimentados del partido que hubieran pasado por una criba para determinar que no fueran contrarrevoluciona- rios o «compañeros de viaje de los capitalistas», y representan- tes de las organizaciones de masas radicales que se hubieran «curtido» recientemente en la experiencia revolucionaria. El propio Mao jamás escribió un solo análisis comprensi- ble de lo que pretendía lograr mediante la Revolución Cul- tural o de lo que esperaba que se desarrollara. Parece ser un caso en el que dejó que la teoría naciera de la práctica, que había sido siempre su visión de lo que debería ser el proceso revolucionario. No cabe duda de que divulgó algunas decla- raciones después del otoño de 1966, y que no habló a las ma- sas en ningún foro público, con la única excepción de unas palabras pronunciadas ante un micrófono encajado en la tri- buna de Tiananmen en la séptima manifestación masiva de los Guardias Rojos, celebrada en noviembre. El discurso completo fue el siguiente: «¡Larga vida, camaradas! Tenéis que dejar que la política os guíe, acercaros a las masas y estar con las masas. Debéis conducir aún mejor la gran Revolución Cultural proletaria». Incluso en los círculos internos de los di- rigentes del partido, donde se transcribieron y circularon al- 196 gunas de sus palabras, estas y sus ideas aparecían más conden- sadas de lo que habían sido nunca. A los nuevos dirigentes que habían surgido de las guerras literarias de la izquierda de Shanghai les reiteraba el tema de que en la Revolución Cul- tural una clase había «desbancado» a otra, lo cual constituía «una gran revolución». Añadió que «deberían cerrarse mu- chos periódicos», y reconocía en la misma frase que «los pe- riódicos eran necesarios». El punto clave era, por lo tanto, quién debía dirigirlos, porque para «alzarse, uno debe prime- ro crear una opinión pública». Mao iluminaba su pensamien- to con su recuerdo personal de principios de 1920, cuando dirigía sus periódicos en Hunan y se dedicaba a organizar las primeras huelgas de los impresores: «No teníamos dinero, ni editoriales, ni bicicletas. Cuando editábamos un periódico, nos hacíamos muy buenos amigos de los trabajadores de la rotativa. Charlábamos y editábamos artículos al mismo tiem- po». A Mao siempre le había encantado la idea de que el po- der político podía fortalecerse mediante medios tan informa- les y poco organizados. Pero hasta aquellos ensueños truncados eran una excep- ción. Desde principios de 1967 en adelante, Mao hizo circu- lar sus ideas en forma de aforismos o comentarios que ocupa- ban unos cuantos caracteres cada uno. Eran impresos como editoriales encuadrados en el Diario del Pueblo, normalmente en la primera página. De ese modo, con solo unos segundos de lectura, todo el pueblo a lo largo del país podía calibrar los pensamientos más recientes de su presidente. Y probable- mente se trataba efectivamente de sus ideas ya que no era ne- cesario que sometiera al escrutinio del partido aquellos breves comentarios para controlar que no se produjeran desviaciones de la línea correcta. Mao era la línea. Como él mismo apuntó en abril de 1968: «Excepto en los desiertos, en cualquier lu- gar en que habiten humanos existe la izquierda, el centro y la derecha. Y continuará así en los próximos diez mil años». 197 El personal y la familia del propio Mao no quedaban exi- midos de este proceso de lucha y violencia, aun cuando los Guardias Rojos no pudieran entrar en Zhongnanhai ni en las instalaciones militares de alto secreto como aquellas donde los científicos trabajaban para desarrollar la bomba H (ya habían construido con éxito y hecho detonar una bomba atómica en octubre de 1964, a pesar de la negativa de los soviéticos a ayudarlos). Lo cierto es que Mao Yuanxin, sobrino de Mao, trató de liderar un grupo de Guardias Rojos hasta una de aquellas instalaciones, en Manchuria, pero se lo impidieron las tropas que estaban de.guardia. Tras decidir que se altaría con Jiang Qing, Yuanxin se había convertido en una impor- tante figura de la Revolución Cultural por aquella época, y Jiang Qing proyectó su promoción para que llegara a ser un mando político en la región de Shenyang. Hasta llegó a mon- tar su propio despacho en Zhongnanhai. Mao Anqing, el único hijo vivo de Mao, no fue incomodado, y su esposa, Shaosha, se unió al Ejército Popular de Liberación en 1966 tras licenciarse en la Universidad de Pekín, proporcionando un vínculo entre la familia y las dos instituciones clave de la Revolución Cultural. (Tuvieron un hijo, Xinyu, que era el segundo nieto de Mao.) La hija mayor de Mao, Li Min, tra- bajaba en el departamento de defensa militar y pasó al menos cinco meses soportando tremendas críticas. Mao se negó a ayudarla (también se había negado a emplear su influencia para ayudar a Jiang Qing cuando fue criticada en la campaña de rectificación de los errores de Yan'an), y Li Min y su marido pasaron una mala época. Tenían dos hijos, un niño y una niña; la niña pasó parte de esta época tenebrosa viviendo con su abuela He Zizhen en Shanghai. La hija más pequeña de Mao, Li Na, se licenció en la Uni- versidad de Pekín en 1965 y mantenía a su padre al día de los sentimientos de estudiantes y profesores en las primeras etapas de la Revolución Cultural. Trabajaba como editora del pe- 198 riódico del Ejército Popular de Liberación y vivía en Zhong- nanhai. Pero en 1970 fue enviada —quizá por instrucciones de Mao- a una de las instituciones de rectificación conocida como «Escuelas para Cuadros 7 de Mayo», donde se combi- naba el arduo trabajo agrícola con el estudio ideológico. Esta «escuela» en particular se encontraba en la región de Jing- gangshan, donde Mao había llevado a sus fuerzas de guerrilla en 1928 y 1929. Ahora, en un extraño reflejo de la relación que tuvo allí Mao con He Zizhen, Li Na se enamoró de uno de los hombres que estaban destinados a protegerla, y se casó con él. La pareja se separó unos años más tarde, pero en el momento de la separación Li Na ya estaba embarazada y en 1973 dio a luz a un niño, proporcionando a Mao su tercer nieto. No hay un modo lógico de fechar el final de la Revolu- ción Cultural. Para muchos, el cenit de la violencia política se alcanzó durante los años 1966 y 1967, pero en muchos otros aspectos sus principios perduraron: las luchas entre grupos rivales, los largos años pasados entre campesinos en áreas deprimidas del campo, el temor a la repentina invasión del hogar o de las propiedades, la insistente retórica contra cualquier aspecto de la vieja sociedad, los trastornos e inte- rrupciones en las escuelas y la gestión de la mayoría de las instituciones por parte de comités revolucionarios. El mun- do cultural, regido con mano de acero por Jiang Qing, esta- ba estrictamente regulado y el contenido de las creaciones artísticas se controló intensamente hasta mediados de los años setenta. También las presentes tensiones en el interior del país se vieron exacerbadas por la continua mala relación con la Unión Soviética. En 1969 volvieron a surgir en forma de choques armados a lo largo de la frontera chinosoviética, lo cual condujo a nuevas campañas de movilización masiva, al rumor del estallido de una guerra y a una nueva caza de trai- dores y «revisionistas». 1199 Mao estaba intranquilo y viajaba mucho por el país duran- te esta época, tal vez porque deseaba apartarse de la atmósfera de Pekín, que encontraba asfixiante, o distanciarse de Jiang Qing. Pasaba largas temporadas alojado en su tren especial o en distintas residencias oficiales repartidas por el país que siempre estaban a su disposición. Aunque su salud no era bue- na y su vista se deterioraba día a día, al parecer seguía mante- niendo relaciones con jóvenes compañeras. Mao siempre había tenido un sueño muy irregular —a los amigos les contaba que se debía a que sus sueños solían seguir fases lunares en lugar del ritmo del tiempo solar al que se adaptaba la mayoría de la gente— y tomaba Seconal o hidrato de cloral para combatir el insomnio, medicamentos que le conseguía su médico de una farmacia donde los tenían prepa- rados bajo un código especial. También comía de manera muy irregular y tenía mal la dentadura, lo cual a veces le pro- vocaba abscesos peridentales. En 1970 Mao padeció un caso grave de neumonía. Lo que, al parecer, contribuyó definitivamente a debilitar la salud de Mao, más que sus patrones irregulares de sueño y alimentación, fue la deserción de Lin Biao en 1971. Aunque no se sabe con detalle lo que ocurrió, parece ser que Lin Biao había llegado a sospechar que Mao estaba perdiendo su con- fianza en él y que, por lo tanto, había descartado la idea de convertirlo en su sucesor revolucionario. Movido por la rabia y la desesperación, Lin y algunos de sus hombres de confian- za del ejército concibieron un plan para asesinar a Mao volan- do su tren privado y, a continuación, tomar las riendas del gobierno. Cuando el plan fue descubierto el 13 de septiem- bre de 1971, Lin huyó de China en un avión de las fuerzas aéreas con algunos miembros de su familia. El avión se estrelló en Mongolia y todos los ocupantes murieron. Era una histo- ria muy extraña, con multitud de cabos sueltos, pero lo cierto es que Lin Biao estaba muerto y Mao se sentía traicionado. 200 Tras enterarse de la noticia, Mao pasó días echado en la cama o paseando sin cesar por su dormitorio en Zhongnanhai. Su insomnio émpeoró, lé costaba articular frases y se le hincha- ron las piernas y los pies. En enero de 1972 le fue diagnosti- cada una cardiopatía congestiva y la hinchazón de sus miem- bros empeoró, extendiéndose hasta el cuello. Este empeoramiento de su salud coincidió con el último acto internacional de relieve en la vida de Mao: su decisión de invitar al presidente de Estados Unidos a China. Dicha vi- sita sería el primer paso hacia la restauración de las relaciones diplomáticas que habían sido cortadas desde el comienzo de la guerra de Corea en 1950 y que ahora comenzaban a resta- blecerse desde que, en agosto de 1971, las Naciones Unidas habían votado a favor de conceder el escaño de Taiwan al ré- gimen de la China continental y Estados Unidos no se había opuesto. Ello también llevaría a un realineamiento del poder ya que Estados Unidos sería llamado a jugar un papel de con- trapeso frente a la Unión Soviética, que ahora Mao veía como la mayor amenaza. Un pacto con Estados Unidos podría tam- bién contribuir a llegar a un acuerdo sobre la guerra de Viet- nam y evitaría una mayor influencia de los soviéticos en la zona. La nueva relación con Estados Unidos reafirmaría tam- bién el propio poder de Mao como importante estadista en asuntos internacionales. Las negociaciones preliminares entre Henry Kissinger y Zhou Enlai se desarrollaron en el más absoluto secreto duran- te 1971 ya que ambas partes se jugaban mucho. Pero final- mente, el 18 de febrero de 1971, el presidente Richard Nixon y Henry Kissinger entraron juntos en el despacho de Mao en Zhongnanhai. El presidente notó que Mao tenía que ser ayu- dado a ponerse en pie por una «joven secretaria», y sus prime- ras palabras a Nixon fueron: «No puedo hablar muy bien». Sin embargo, durante su conversación informal Mao se refirió a él mismo con ironía cuando recibió el elogio de los dos nortea- 201 mericanos por la fuerza de sus textos políticos y su repercusión en el mundo. Mao replicó que «no hay nada instructivo en lo que escribo» y que no había conseguido cambiar el mundo: «Lo único que he podido cambiar han sido algunos lugares cercanos a Pekín». En un tono parecido, cuando le citaron sus propias palabras de que uno debe «aprovechar cada instante de la vida», Mao respondió: «Creo que, en general, la gente como yo suena como un montón de cañones disparando». Ta- les frases, dijo Mao, no tenían mayor importancia que otras como: «El mundo entero debe unirse y derrotar al imperialis- mo, al revisionismo y a todos los reaccionarios, y establecer el socialismo». Mientras caminaban hacia la puerta, Mao arras- traba los pies y dijo que no se sentía bien. «Tiene buen aspec- to», le dijo Nixon. «Las apariencias engañan», contestó Mao. Kissinger señaló que, a pesar de su gran visión de la política internacional, de su ingenio y de lo apropiado de sus respues- tas, Mao necesitaba la ayuda de dos asistentes para levantarse del sillón, y que «podía moverse con dificultad y hablar con bastante esfuerzo». El médico de Mao mencionó después a los visitantes que debido a la debilidad fisica, Mao «había estado practicando para poder sentarse y levantarse» durante días ante la inminencia de su encuentro con Nixon. Terminar de repente con los furibundos ataques contra el imperialismo de Estados Unidos que habían inundado las on- das y los diarios de China durante décadas significaba un ex- traordinario cambio en la política de Mao, y prueba del extra- ordinario poder que conservaba sobre su propio pueblo. Pero esta es una de las últimas ocasiones en que se pudo apreciar di- cho poder llevado a sus últimas consecuencias. El último ejemplo importante fue la decisión tomada por Mao en 1973 de permitir al purgado Deng Xiaoping que re- gresara al poder. Deng había sido expulsado en los primeros años de la Revolución Cultural, pero nunca fue maltratado tan salvajemente como Liu Shaoqi o Peng Dehuai, y habia 202 pasado los años de su desgracia viviendo en Jiangxi y traba- jando —al menos parte del tiempo- en una fábrica de tracto- res. Mao había llegado a decir que «si a Lin Biao le fallara la salud, permitiría que volviera Xiaoping». Deng había abierto las puertas de su regresó al escribir una abyecta autocrítica dentro de la mayor corrección política en la cual admitía to- dos los cargos levantados contra él y anunciaba que «aceptaría sin reserva todas las denuncias y acusaciones dirigidas contra mí por el partido y las masas revolucionarias». Deng expresó su disposición a morir por sus malas acciones, pero añadió que su mayor esperanza era poder conseguir «algún trabajo menor que me proporcione la oportunidad de compensar mis pasados errores y pasar una nueva página». Al dar la orden de que Deng Xiaoping acudiera a Pekín para incorporarse al ser- vicio activo, Mao acabó profundizando la ruptura —que venía ya anunciándose desde hacía tiempo- entre él y su esposa, Jiang Qing, pues esta y Deng se aborrecían. Ahora Mao mos- traba abiertamente la antipatía y la desconfianza que ella le inspiraba, y es posible que la decisión de recuperar a Deng se debiera en parte a su deseo de irritarla. Su intento de impedir el regreso de Deng podría ser el desencadenante de la durísi- ma carta que le escribió en 1974, donde se podía leer una fra- se como la siguiente: «Será mejor para ambos que no nos vea- mos. Te he estado advirtiendo de muchas cosas durante años, pero has desoído la mayoría de mis consejos. Así que ¿de qué va a servir que nos veamos?». Aunque la salud de Mao mejoró durante 1973, y parecía despierto y hasta animado en ocasiones, los síntomas de debi- lidad que apreciaron los norteamericanos en 1972 se vieron confirmados en 1974 tras unas pruebas médicas que mostra- ban que Mao padecía una esclerosis lateral amiotrófica. Á estas alturas Mao ya apenas podía leer, y a veces tampoco comer ni hablar, ya que no podía cerrar completamente la boca. Igual- mente, los músculos del lado derecho de su cuerpo comenza- 203 ron a atrofiarse. Durante el otoño y el invierno de aquel año Mao realizó largos viajes en su tren especial, eh contra de la opinión de sus médicos: uno a Wuhan y otro a Changsha, es- cenario de tantas actividades revolucionarias de su juventud. Allí trató de nadar por última vez, pero le resultó imposible. Se alimentaba fundamentalmente de líquidos y pasaba la mayor parte del tiempo echado en la cama recostado sobre su lado iz- quierdo. Y sin embargo seguía la actualidad política suficiente- mente de cerca como para detener un nuevo intento de evitar el ascenso de Deng, pues sabía que Zhou Enlai estaba murien- do de cáncer y Deng sería el único obstáculo principal de Jiang Qing y de su círculo. Y Mao fue capaz de mantener el final de las conversaciones cuando Kissinger volvió a China con el presidente Gerald Ford en 1975, aun cuando las palabras que Mao balbuceaba eran ininteligibles, teniendo que escribir sus respuestas en un cuaderno que le sostenía su enfermera. Pero en general Mao se veía obligado a seguir los dramas políticos que se sucedían a su alrededor a través de interme- diarios. Uno de sus contactos en el Politburó era su sobrino Mao Yuanxin, en quien Mao confiaba, aun cuando el joven estaba próximo a Jiang Qing. Para los que querían comuni- carse con Mao, la vía más segura era ahora su confidente fe- menina y asistente, Zhang Yufeng, que podía transformar sus murmullos en palabras inteligibles para los demás, y quien le leía muchos de los documentos políticos en voz alta. Cin- cuenta años menor que Mao, Zhang había nacido en Man- churia en 1944 cuando el estado de Manchukuo era regido por un gobierno marioneta de los j Japoneses y, tras acabar la escuela secundaria, en 1960, consiguió un trabajo como asis- tente en los trenes utilizados por los cuadros veteranos del partido y por dignatarios extranjeros. Aunque se había casado con un trabajador del departamento de ferrocarriles en 1967 y tuvo una hija, Zhang Yufeng comenzó a acompañar a Mao en todos sus viajes largos, incluido el viaje de tres meses bor- 204 deando el Yangtsé que realizó en 1969. Al año siguiente pasó a convertirse en su asistente personal en su casa de Zhong- nanhai. Durante un tiempo estuvieron separados debido a una discusión, pero se le ordenó que regresara. Desde enton- ces se convirtió en la secretaria y enfermera de Mao y, cuan- do la vista le fue fallando, era quien le leía los documentos importantes. Desde 1972 en adelante ambos solían comer juntos y ella comenzó a controlar el acceso a Mao, decidien- do cómo y cuándo podía ser visitado según el estado de su sa- lud. Zhang Yufeng se había convertido en la principal vía de acceso de Mao con el mundo exterior. Una operación de cataratas en el verano de 1975 y la ela- boración de gafas especiales proporcionaron a Mao cierta Ca- pacidad de lectura, y hasta le era posible ver películas con Zhang Yufeng en su despacho. Algunos miembros de su per- sonal eran invitados en tales ocasiones a ver la misma película en una sala adyacente. Pero a veces Mao necesitaba que le su- ministraran oxígeno para respirar y su lado derecho estaba prácticamente paralizado. Sus médicos decidieron, en contra de su opinión, administrarle aminoácidos por vía intravenosa. Cuando Zhou Enlai estaba muriéndose de cáncer en el hos- pital, en enero de 1976, Mao no pudo ir a visitarlo porque los médicos consideraron que estaba demasiado enfermo. Á tra- vés de su sobrino, Mao Yuanxin, Mao recibía noticias de las grandes multitudes congregadas para llorar la muerte del pri- mer ministro en la plaza de Tiananmen el día de su entierro, el 5 de abril. Por la misma fuente supo del rápido y violento final de la manifestación por parte de la policía y los militares. Aunque hasta entonces Mao había apoyado el regreso de Deng Xiaoping al poder, parece ser que acabó conviniendo con la opinión expresada por algunos de sus colegas más anti- guos que pensaban que detrás de las manifestaciones se en- contraba la mano de Deng Xiaoping, y que Deng debería ser destituido de nuevo. Al parecer fue una decisión personal de 205 Mao nombrar a Hua Guofeng, anteriormente secretario del partido en la provincia de Hunan, como nuevo primer minis- tro y primer vicepresidente del partido. Este sorprendente as- censo transformó a un casi desconocido Hua en el probable sucesor de Mao. Aunque se trataba de una decisión discutible y arriesgada, el nombramiento de Hua fue un acuerdo deli- berado con el que buscaba el equilibrio entre los defensores de Deng Xiaoping frente a los de Jiang Qing. Mao sufrió un grave ataque al corazón el 11 de mayo de 1976 y el Politburó decidió —sin informarle- que a partir de entonces decidirían, uno por uno, qué asuntos se le pre- sentarían a su consideración. Al mismo tiempo comenzaron a celebrar algunas de sus reuniones en el área de la piscina adya- cente a las habitaciones de Mao, de manera que pudieran es- tar presentes inmediatamente si ocurría alguna emergencia. El 26 de junio de ese mismo año Mao sufrió un segundo ata- que al corazón. Un tercer ataque le sobrevino el 2 de sep- tiembre, más grave que los anteriores, dejándole muy débil y en estado comatoso. El 8 de septiembre estaba suficientemen- te consciente como para pasar algunos ratos leyendo infor- mes, pero se dormía con frecuencia. Alrededor de las once y cuarto de la noche, cayó en estado de coma. Diez minutos después de medianoche Mao falleció en la presencia de los principales miembros del Politburó, quienes habían sido con- vocados en su dormitorio, y de sus médicos. Lo más parecido que tenemos a los pensamientos de Mao acerca de la proximidad de la muerte proviene de las notas para una reunión que mantuvo con varios miembros del Po- litburó en Zhongnanhai el 15 de junio, poco antes de su se- gundo ataque al corazón. Mao confió a sus colegas que alcan- zar la edad de setenta años no era común, y que pasar de los ochenta hacía que uno pensara inevitablemente en los prepa- rativos para el entierro. Por lo tanto había llegado la hora de aplicar el dicho chino que dice que, cuando llega el momen- 206 to, uno debe «sellar el ataúd y pasar el veredicto final». Mao dijo que había hecho dos cosas importantes. Había combati- do durante años contra Chiang Kai-shek y al final lo había perseguido hasta confinarlo en «aquella pequeña isla» de Tai- wan. Y en la larga lucha de resistencia había «pedido a los ja- poneses que regresaran a su tierra ancestral» y había luchado hasta llegar a las puertas de la Ciudad Prohibida. Nadie le dis- cutiría tales logros. Pero ¿qué decir de la Revolución Cultu- ral, en la que tuvo pocos partidarios y «unos cuantos oponen- tes»? Aquella revolución quedaba inconclusa, dijo Mao, y lo único que podía hacer era pasar la labor a la generación si- guiente. Si no podía pasarla pacíficamente, entonces tendría que pasarla entre desórdenes. «¿Qué será de la generación si- guiente si todo fracasa? —preguntó—. Podría haber malos vien- tos y lluvia de sangre. ¿Cómo lo afrontaríais? ¡Solo el cielo lo sabe!» 207 NOTAS La guía más importante escrita en Occidente acerca de la vida y la obra de Mao Zedong se debe a Stuart Schram, cuya Obra The Political Thougth of Mao Tse- Tung fue publicada en 1963 (París y Nueva York), y a la que pronto siguió su detallada investigación biográfica, Mao Tse- Tung (Nueva York, 1966). Durante los últi- mos años, Schram se ha ocupado de recoger y traducir todos los textos que pueden ser razonablemente atribuidos a Mao, bajo el título de Maos Road to Power: Revolutionary Writings, 1912-1949, Hasta la fecha han aparecido cuatro volúmenes, publicados to- dos por M. E. Sharpe, Armonk, Nueva York: vol. 1, The Pre- Marxist Period, 1912-1920 (1992); vol. 2, National Revolution and Social Revolution, December 1920-June 1927 (1994); vol. 3, From the Jinggangshan to the Establishment of the Jiangxi Soviets, July 1927-December 1930 (1995), y vol. 4, The Rise and Fall of the Chinese Soviet Republic, 1931-1934 (1997). Muchos detalles os- curos los proporcionó el propio Mao en su famosa entrevista de 1936 con Edgar Snow, llevada a cabo tras la Larga Marcha y pu- blicada con gran éxito por Snow con el título de Red Star Over China (Nueva York, 1938). Otro de los primeros estudios de utilidad es el de Jerome Ch'en, Mao and the Chinese Revolution (Oxford, 1965). Una biografia muy realista basada en amplias lecturas pero también con mucha reconstrucción de diálogos, es la de Ross Terrill, Mao: A Biography (Nueva York, 1980, y pos- teriores revisiones). En 1993 un grupo de académicos chinos, bajo la supervisión de Pang Xianzhi como editor, compiló una 209 detallada biografia cronológica de Mao, Mao Zedong nianpu, 1893-1949, en 3 volúmenes (Pekín, 1993). Otra traducción muy útil que contiene gran parte de las cartas personales de Mao es la de Michael Y. M. Kau y John K. Leung, eds., The Writings of Mao Zedong, 1949-1976, de la cual han aparecido hasta la fecha dos volúmenes: vol. 1, September 1949-December 1955 (Armonk, Nueva York, 1986), y vol. 2, January 1956-De- cember 1957 (Armonk, Nueva York, 1992). Recientemente han aparecido en China numerosos volúmenes de recuerdos y anéc- dotas sobre Mao, y libros de memorias de aquellos que trabaja- ron cerca de él. Algunos están citados más adelante. Capítulo 1 El relato de Mao sobre sus años de infancia proviene de Snow en Red Star Over China, donde las pp. 122-134 siguen siendo es- pecialmente una fuente básica. Otras fuentes inestimables de los primeros textos y cartas de Mao están en Stuart Schram, Mao’s Road to Power, vol. 1, The Pre-Marxist Period, 1912-1920. De las pp. 59-65 he sacado material, especialmente dos cartas de Mao a amigos fechadas en 1915 y unos recuerdos de su profesor, y en las pp. 419-420 unas palabras de Mao en el funeral de su madre. He encontrado detalles sobre la familia Luo y la primera mujer de Mao en el libro de Xiao Feng, Mao Zedong zhimi (Pekín, 1992), pp. 128-129. Algunos libros admirables sobre el trasfondo de la revolución de 1911 y los sucesos en Hunan son: Mary C. Wright, China in Revolution: The First Phase (New Haven, 1968), y Joseph Esherick, Reform and Revolution in China: The 1911 Revo- lution in Hunan and Hubei (Berkeley, 1976), especialmente pp. 155- 158 y 204-210, sobre Jiao y Chen. Capítulo 2 Acerca de los años de formación de Mao, la información que él mismo le proporcionó a Snow en Red Star Over China, especial- mente en las pp. 139-150, se puede ahora complementar con 210 una ingente cantidad de nuevos textos disponibles en China que se proporcionan en Schram, Mao” Road to Power. Dichos mate- riales incluyen los más antiguos trabajos escolares de Mao sobre lord Shang (vol. 1, pp. 5-6), sus notas de lectura de 1913 sobre textos clásicos chinos (vol. 1, pp. 40-43), el relato de un amigo sobre sus excursiones y su afición a nadar (vol. 1, pp. 137-140) y las notas completas de su estudio de Paulsen (vol. lempp. 175= 310). Las reuniones del grupo de estudio de Hunan y los co- mentarios de la señora Tao se encuentran en Schram, vol. 2, es- pecialmente en las pp. 18-19, 25, y 80-85. Capítulo 3 En Angus W. McDonald, The Urban Origins of Rural Revolution: Elites and the Masses in Hunan Province, China 1911-1927 (Ber- keley, 1978), se encuentra un pormenorizado estudio de este período en la vida de Mao. El mejor trabajo sobre el movimien- to del Cuatro de Mayo sigue siendo el de Chow Tse-tsung, The May Fourth Movement, Intelectual Revolution in Modern China, (Cambridge, Mass., 1960). En Maos Road to Power, vol. 1, de Schram, se encuentra información fundamental sobre la enfer- medad de la madre de Mao (p. 317), el manifiesto de julio de 1919 (pp. 319-320), la crítica del general Zhang (pp. 476-486), los intentos de Mao de aprender el ruso y el inglés (p. 518) y la Sociedad Cultural del Libro (pp. 534-535). Schram, ibid., vol. 2, pp. 56-58, adjunta la lista de inversores en la librería. En Red Star Over China de Snow, los detalles más importantes de la vida de Mao en esta época se encuentran en las pp: 148-151. En Pe- kin Politics, 1918-1923: Factionalism and the Failure of Constitutio- nalism (Nueva York, 1976), Andrew Nathan aborda con arrojo la complicada política de la capital en aquel tiempo. Capítulo 4 Para un estudio detallado del trasfondo histórico en los comien- zos del Partido Comunista la obra esencial es la de Tony Saich, 211 The Rise to Power of the Chinese Communist Party (Armonk, Nue- va York, 1966), que incluye los documentos completos mencio- nados en este capítulo y un pormenorizado trasfondo del Pri- mer Congreso. El mismo autor aporta muchos detalles sobre los comienzos del Komintern en China en The Origins of the First United Front in China: The Role of Sneevliet (alias Maring), 2 vols. (Leiden, 1991). Sobre los chinos en Francia, muchos de ellos de Changsha y amigos de Mao, la fuente más fiable es Marilyn A. Levine, The Found Generation: Chinese Communists in Europe Du- ring the Tiventies (Seattle, 1993). Las tempranas actividades de Mao como promotor de huelgas están recogidas en Lynda Shaf- fer, Mao and the Workers: The Hunan Labor Movement, 1920- 1923 (Armonk, Nueva York, 1982). Para más detalles de la co- rrespondencia de Mao, véase Schram, Mao’s Road to Power, vol. 1, pp. 546-547, sobre las referencias a Lenin, y pp. 608-609, so- bre las referencias al matrimonio y la violación. Detalles sobre la expansión comercial de la librería se encuentran en ibid., vol. 2, pp. 46-53; las cartas dirigidas a Francia sobre el marxismo se en- cuentran en el vol. 2, pp. 7-8; la Nueva Sociedad Popular de Es- tudio es examinada en el vol. 2, pp. 28-32 y pp. 68-70; y la Aca- demia Confuciana como fachada en el vol. 2, pp. 89-96. Capítulo 5 La fuente básica acerca de las huelgas en Hunan es Shaffer, Mao and the Workers, donde se detalla la labor de los estudiantes re- gresados del extranjero: Liu Shaoqi (de Moscú) y Li Lisan (de Francia) en las huelgas de las minas de carbón y de las factorías de ferrocarriles de Anyuan y en la minas de zinc y de plomo de Shuikoushan, trata de la relación de Mao con los carpinteros en las pp. 119-142, y con los impresores en las pp. 148-161. Saich, en Rise to Power, documenta con detalle la visión negativa de Es- tados Unidos por parte de Chen Duxiu, las cifras de Chen sobre el partido y la descripción realizada por Mao en 1923 de los problemas de Hunan. Snow, en Red Star Over China, p. 159, in- cluye las declaraciones de Mao sobre el congreso del partido en 212 1922, al que no asistió. Schram, en Mao% Road to Power, vol. 2, contiene las tablas realizadas por Mao sobre las huelgas de 1923 (pp. 172-177), el informe sobre su discurso de 1926 en Chang- sha (pp. 420-422), el informe de 1926 sobre Xiangtan (pp. 478- 483) y el informe completo sobre Hunan de 1927 (pp. 429- 468). Las tablas correspondientes a Hunan se encuentran en la p. 442, y el pasaje citado en la p. 430. El pasaje citado de «El Gran Sindicato de Masas Populares» proviene de Schram, vol. 1, p. 386. La transcripción china de la versión original del poema de Mao de 1923 dedicado a Yang Kaihui se encuentra en Xiao Yongyi, ed., Mao Zedong shici duilian jizhu (Changsha, 1991), pp. 10-13; he recurrido a esta versión, especialmente los cuatro últimos versos del poema tal como aparecen aquí, para corregir la traducción de la versión posterior revisada del poema que aparece en Schram, ibid., vol 2, pp. 195-196. Capitulo 6 La documentación histórica básica de este período se encuentra en Saich, Rise to Power. Una imponente narración anterior de los acontecimientos de 1927 es la de Harold Isaacs, The Tragedy of the Chinese Revolution (Stanford, 1961), que puede ser com- plementada con Jean Chesneaux, The Chinese Labor Movement, 1919-1927 (Stanford, 1968), y con Elizabeth Perry, Shanghai on Strike: The Politics of Chinese Labor (Stanford, 1993). El período posterior a 1928 se cubre en S. Bernard Thomas, Labor and the Chinese Revolution (Ánn Arbor, 1983). Los textos de Mao de 1927 referentes a la necesidad de coger la sartén por el mango los proporciona Schram, Maos Road to Power, vol. 3, pp. 21-31 y 35-36; sobre sus proyectos de la campaña de Changsha en el vol. 3, p. 44. El material sobre Jinggangshan se encuentra en Schram, vol. 3, pp. 51-130. Schram, vol. 3, pp. 192-193, aporta el texto sobre Yang Kaihui en la carta de Mao a Li Lisan. El poema de Yang Kaihui de octubre de 1928 a Mao está publica- do en Xiao Yongyi, ed., Mao Zedong shici, pp. 99-100. Los detalles acerca del nacimiento de Anlong, tercer hijo de 219 Mao y Yang Kaihui, así como de los diferentes hijos de Mao y He Zizhen, se recogen en Bin Zi, Mao Zedong de ganging shijie (Jilin, 1990), pp. 32, 95 y 124-130, y en Ye Yonglie, Jiang Qing zhuan (Pekín, 1993), pp. 163-168. El posterior destino de An- long, Anying y Anqing aparece en Xiu Juan, Mao Zedong Yugin zhuan (Pekín, 1993), pp. 42-43 y 83-84. El texto completo de la investigación de Mao en Jiangxi es traducido y analizado por Roger Thompson, Mao Zedong: Report from Xunwu (Stanford, 1990). La política de la Larga Marcha y de los encuentros en Zunyi se estudian en detalle en Benjamin Yang, From Revolution to Politics: Chinese Communists on the Long March (Boulder, 1990). Edgar Snow recoge el nacimiento de la hija de Mao y de He Zizhen, Li Min, en Red Star Over China, p. 72. Capítulo 7 Los textos de las principales discusiones en Xian y de los debates políticos en Yan'an se recogen en Saich, Rise to Power, pp. 769- 787, y la protesta alzada por Wang Shiwei contra Mao en ibid., p. 1.107. Las conversaciones de Yan'an están traducidas y expli- cadas en Bonnie S. McDougall, Mao Zedong's «Talks at the Yan'an Conference on Literature and Art» (Ann Arbor, 1980). Las diferen- tes políticas de las bases de operaciones comunistas en la zona norte son pormenorizadamente analizadas en Pauline B. Kea- ting, Tivo Revolutions: Village Reconstruction and the Cooperative Movement in Northern Shaanxi, 1934-1945 (Stanford, 1997). El estudio más completo del incremento del culto a Mao se debe a Raymond E Wylie, The Emergence of Maoism: Mao Tse-tung, Ch'en Po-ta, and the Search for Chinese Theory, 1935-1945 (Stanford, 1980). Snow, en Red Star Over China, describe muy bien la re- presentación cuidadosa que realiza Mao de su propio papel en esta época. Chen Yung-fa, en Making Revolution: The Communist Movement in Eastern and Central China, 1937-1945 (Berkeley, 1986), muestra la realidad de la vida en las otras áreas fronterizas. Gregor Benton, en Mountain Fires: The Red Army Three-Year War in South China, 1934-1938 (Berkeley, 1992), examina las 214 vidas de los comunistas que quedaron atrás en la época de la Larga Marcha. Capítulo 8 Aunque resulte sorprendente, no existe ningún estudio definiti- vo sobre la guerra civil de 1945-1949 en China. La política de la Unión Soviética durante la guerra aparece resumida en James Reardon-Anderson, Yenan and the Great Powers: The Origins of Chinese Communist Foreign Policy, 1944-1946 (Nueva York, 1980). Saich, en Rise to Power, aporta de nuevo los documentos clave de la política de los comunistas. El rearme de la base de opera- ciones comunista en Manchuria es examinado por Steven Levi- ne en Anvil of Victory: The Communist Revolution in Manchuria, 1945-1948 (Nueva York, 1987). Las conversaciones entre Mao y Stalin han sido publicadas en la revista Bulletin of the Cold War International History Project, números 6 y 7, «The Cold War in Asia», Washington, D.C., invierno 1995/1996, pp. 5-9. Las po- sibilidades de conservar Pekín y sus murallas como una utópica ciudad-jardín fueron publicadas por Liang Sicheng, hijo del hé- roe reformista admirado por Mao en otro tiempo, Liang Qi- chao. Véase Wilma Fairbank, Liang and Lin: Partners in Exploring Chinas Architectural Past (Filadelfia, 1994). Dos importantes reeva- luaciones de la guerra de Corea, gracias a la reciente disponibili- dad de documentación china, se deben a Chen Jian, Chinas Road to the Korean War: The Making of the Sino-American Confron- tation (Nueva York, 1994), y Shu Guang Zhang, Maos Military Romanticism: China and the Korean War, 1950-1953 (Lawrence, Kan., 1995). Los comentarios de Mao acerca de la muerte de su hijo en Corea se encuentran en Michael Kau y John Leung, eds., The Writings of Mao Zedong, 1949-1976, 2 vols. (Armonk, Nueva York, 1986 y 1992), vol. 1, pp. 147-148. 215 Capítulo 9 Las cartas privadas de Mao citadas en este capítulo pueden en- contrarse en Kau y Leung, The Writings of Mao Zedong, vol. 1, pp. 13-14, 74-77, 233 y 448; sobre la familia Yang, en vol. 1, pp. 121-122, y en la p. 141 acerca de antiguos profesores; sobre abusos de cuadros locales, en vol. 1, pp. 36, 70 y 161. Un por- menorizado análisis del papel de los secretarios de confianza de Mao se encuentra en Dong Bian, ed., Mao Zedong he tade mishu Tian Jiaying (Pekín, 1989). Documentación de fondo sobre las reformas rurales de Mao se encuentra en Selected Works of Mao Tsetung, vol. 5 (Pekín, 1977), especialmente en pp. 184-190 y 198-199. El importante borrador original del discurso «Con- tradicciones» de 1957 se encuentra en versión completa tradu- cida en Roderick MacFarquhar, Timothy Cheek y Eugene Wu, eds., The Secret Speeches of Chairman Mao: From the Hundred Flowers to the Great Leap Forward (Cambridge, Mass., 1989), pp. 131-189. Las charlas de Beidaihe en 1957 se encuentran en ibid., pp. 397-441. Sobre las primeras purgas, véase Frederick C. Teiwes, Politics at Mao's Court, Gao Gang and Party Factiona- lism in the Early 1950s (Armonk, Nueva York, 1990). En Ti- mothy Cheek y Tony Saich, eds., New Perspectives on State Socia- lism in China (Armonk, Nueva York, 1997), se encuentra un útil resumen de los datos y las fuentes referentes a la década de los cincuenta. Capítulo 10 La revista Beijing Review, 13 de diciembre de 1993, pp. 20-22, reveló nuevos detalles personales sobre los hijos de Mao y sus cónyuges. Sobre Jiang Qing y Mao, véase Ye Yonglie, Jiang Qing zhuan, p. 240. En la p. 248, Ye Yonglie aporta detalles sobre He Zizhen en la década de los cincuenta. Las charlas de Mao en su pueblo natal aparecen en Leung y Kau, vol. 2, pp. 80, 83 y 299. Su carta en la que trata de evitar que la niñera Chen Yuying rea- lice labores obligatorias aparece en Kau y Leung, The Writings of DANS Mao Zedong, vol. 2, p. 803. El poema de Mao dedicado a Yang Kaihui y al marido de Li Shuyi fue escrito el 11 de mayo de 1957 y publicado el día de Año Nuevo en Hunan, para poste- riormente ser divulgado por la prensa del país. Sigo el texto y las notas chinos de Xiao Yongyi, Mao Zedong shici, pp. 96-99; para la traducción me baso en las versiones publicadas por Kau y Leung, vol. 2, p. 539, y en Ch'en, Mao and the Chinese Revolu- tion, pp. 347-348. La vida de Deng Tuo es examinada detallada- mente en Timothy Cheek, Propaganda and Culture in Mao’s Chi- na: Deng Tuo and the Intelligentsia (Oxford, 1997), especialmente en pp. 178-181, su confrontación final. Una excelente fuente sobre la reunión plenaria de Lushan y sobre el papel de Peng se encuentra en Roderick MacFarquhar, The Origins of the Cultural Revolution, vol. 2, «The Great Leap Forward, 1958-1960)» (Nueva York, 1983), pp. 187-251; las citas provienen de las pp. 197, 203, 247 y 249. Acerca del poema de Mao sobre el Gran Salto escrito en su visita a Shaoshan el 25 de junio de 1959, véase Xiao Yongyi, pp. 106-108, y las versiones en inglés aportadas por Schram, Mao Tse-tung, p. 298, y Ch'en, p. 350. Capítulo 11 Los viajes de investigación coordinados por Tian Jiaying se exa- minan detalladamente en MacFarquhar, The Origins of the Cultu- ral Revolution, vol. 3, «The Coming of the Cataclysm, 1961- 1966)» (Nueva York, 1997), especialmente pp. 39-43, 50-55 y 264-266. Los suicidios de Deng y Tian se recogen en pp. 456- 460. El mismo libro aporta un detallado análisis de las diversas facciones y de sus políticas antes de la Revolución Cultural, y es conveniente confrontarlo con algunas de las partes más contro- vertidas de las memorias de Li Zhisui, The Private Life of Chair- man Mao (Nueva York, 1994). Las transcripciones de las charlas de Mao con su sobrino Mao Yuanxin se encuentran en Stuart Schram, ed., Chairman Mao Talks to the People: Talks and Letters, 1956-1971 (Nueva York, 1974), pp. 243-252. Los comentarios de Mao acerca de los intelectuales metiendo el rabo entre las 2 piernas se encuentran en Kau y Leung, The Writings of Mao Ze- dong, vol. 2, p. 611. El trabajo de Michael Schoenhals, «The Central Case Examination Group, 1966-79», China Quarterly, vol. 145, marzo de 1996, pp. 87-111, examina esta organización crucial durante la Revolución Cultural. Schoenhals también ha editado una valiosa colección de materiales sobre la Revolución Cultural, Chinas Cultural Revolution, 1966-1969: Not a Dinner Party (Armonk, Nueva York, 1996). Véase pp. 212-222 acerca del manifiesto de la Escuela de Enseñanza Media Número 26. El relato más vivaz y complejo de las turbulentas emociones des- pertadas en los jóvenes Guardias Rojos que he leído se encuen- tra en Rae Yang, Spider Eaters: A Memoir (Berkeley, 1997). Capítulo 12 Además de los documentos informales aportados por Schram, Chairman Mao Talks to the People (pp. 270-274), una colección útil de las reflexiones de Mao sobre la Revolución Cultural se encuentra en Jerome Ch'en, Mao Papers, Anthology and Biblio- graphy (Oxford, 1970), y las citas provienen de las pp. 35-36, 45- 49 y 153. Las actividades de Mao Yuanxin aparecen menciona- das en Li Zhisui, The Private Life of Chairman Mao, pp. 504-505, y la dura carta de Mao a Jiang Qing en 1974 en p. 578. Li Zhi- sul menciona a Li Na como un vínculo con los estudiantes en pp. 468-469 y 504. Su cortejo en Jinggangshan y su embarazo se comentan en Ye Yonglie, Jiang Qing zhuan, pp. 607-608. Los detalles de Li Zhisui sobre las debilidades de Mao parecen exa- gerados; un Mao más vigoroso y despierto aparece retratado en las transcripciones de los cinco encuentros de Henry Kissinger con Mao celebrados entre 1972 y 1975; véase William Burr, ed., The Kissinger Transcripts: The Top Secret Talks with Beijing and Moscow (Nueva York, 1999). Algunos de estos materiales se en- cuentran también en Richard Nixon, RN, Memoirs (Nueva York, 1978), pp. 560-564, y en Henry Kissinger, Years of Rene- wal (Nueva York, 1999), pp. 868-899. Ruan Jihong ha recolec- tado un material muy valioso en sus entrevistas con Zhang Yufu, 218 la asistente de Mao en sus últimos años; se encuentran publica- das en Huang Haizhou, ed., Mao Zedong yishi (Hunan, 1989), pp. 26-39. Los informes médicos de las últimas horas de Mao se encuentran en Lin Ke et al., eds., Lishi de zhenshi (Hong Kong, 1995), pp. 190-198. Acerca de las consideraciones de Mao sobre la muerte, véase Schoenhals, Chinas Cultural Revolution, p. 293. 219 AGRADECIMIENTOS Quiero recoger en esta página mi agradecimiento más cordial a las personas que me han ayudado en la realización de este li- bro. A Zhao Yilu por su infatigable esfuerzo por localizar y traducir algunos testimonios recientes sobre Mao y su familia, y a Argo Caminis, que realizó una exhaustiva búsqueda por ordenador de fuentes bibliográficas occidentales. El profesor Zhang Guangda leyó atentamente el primer borrador y me advirtió sobre ciertos problemas. Lorenz Luthi me proporcio- nó ejemplares de algunas fuentes bibliográficas que no había localizado. Las sugerencias editoriales de Jesse Cohen fueron absolutamente oportunas. Betsy y Julie McCaulley, y Peggy Ryan, mecanografiaron los borradores con su impecable pre- cisión de siempre, afrontando inminentes fechas de entrega. Y Annping Chin, además de ayudarme con la poesía de Mao, siempre me mantuvo alerta para que no olvidara lo que sus acciones y visiones significaron para otros. 221 Jonathan Spence ha escrito once libros sobre la historia de China, entre los que se incluye The Gate of Heavenly Peace, considerado uno de los 100 Mejores Libros de No Ficción del siglo XX por la Modern Library. Entre sus premios desta- can el Vursell Prize de la Academia Ame- ricana y el Instituto de las Letras y las Artes. Además es miembro de la Acade- mia de las Artes y la Sociedad Filosófica Americana. Actualmente vive en Haven, Connecticut. «Spence condensa la historia de Mao en un formato de lectura rápida, tarea que cumple sin sacrificar su rigor académico» (The New York Times Book Review). «Esta descripción de Mao va más allá de biografías anteriores ya que incluye infor- mación relevante que ha salido a la luz durante los últimos quince años» (The Los Angeles Times Book Review). «Una mezcla atractiva de historia, litera- tura y biografía» (Boston Globe). A Lipper / Penguin Book Diseño de la cubierta: Weidenfeld & Nicolson Adaptación de la cubierta: Marina Krenn Ilustración de la cubierta: Mao Zedong en la plaza de Tiananmen, O AKG Photo vita breve «LOS COMIENZOS DE MAO FUERON LOS DE UNA PERSONA COMÚN, SU EDUCACIÓN FUE INTERMITENTE Y NUNCA DESCOLLÓ EN NADA, PERO POSEÍA UNA CONFIANZA FÉRREA EN SÍ MISMO QUE LE LLEVÓ A CONVERTIRSE EN UNO DE LOS GOBERNANTES MÁS PODEROSOS DEL MUNDO.» JONATHAN SPENCE 1.500 ptas. / 9,02 € | MA 9 ACA 4 r PENGUIN MONDADORI